Desde hace casi diez años, la peluquería Amazonas Urbanas es administrada por sus exempleadas, que recuperaron la empresa y lograron hacerla crecer. Hoy se encuentran en una difícil situación por los aumentos en las tarifas de los servicios públicos.
13 de junio de 2018
Hay equipo. Parte del grupo de trabajo de la peluquería, que tiene más de 40 asociados. (Subcoop)Pintada de color violeta, la fachada de la peluquería cooperativa Amazonas Urbanas resalta en la cuadra de avenida Rivadavia al 6200, en el barrio porteño de Flores. El nombre, que hace referencia al pueblo de guerreras de la mitología griega, no puede ser más pertinente: allí, fueron mujeres las que dieron pelea para recuperar el comercio del que dependían sus fuentes laborales, en muchos casos, el único ingreso de sus familias.
Adentro, a pesar de ser miércoles, el movimiento es intenso: varios clientes están peinándose, haciéndose las manos, lavándose o cortándose el cabello. Peluqueros, manicuras y depiladoras van y vienen con el sonido de fondo típico de los salones de belleza: los secadores de pelo funcionando a todo vapor, un rumor que se mezcla con el audio del televisor y la máquina de café del bar que funciona también en el local. «Hoy estamos a full. Bueno, en realidad, es así siempre», dice Celia Ávila, secretaria del consejo de administración. Acaba de salir de una reunión con integrantes del departamento de Proyectos del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, con el que están gestionando un subsidio del Estado para comprar nuevos elementos de trabajo. Mientras, albañiles reparan los techos de las oficinas administrativas, ubicadas en el jardín que el local tiene en sus fondos, donde también hay un salón en el que se dictan clases de yoga y pilates. Y en medio de todo, gente que no para de entrar y salir, porque, cuando se transformaron en cooperativa, el público no dejó de apoyar el emprendimiento, sino todo lo contrario: el negocio comenzó a ir mejor, gestionado por quienes lo conocían más que nadie: sus trabajadoras.
«Obtuvimos la matrícula a fines de 2009 y en 2010 organizamos un desfile, con música y un lunch elaborado con nuestras propias manos. La ropa de la gente que desfiló la cedieron clientas. Queríamos dar a conocer todo lo que habíamos pasado y que nosotras seguíamos al frente de esto. Éramos sospechadas de ser testaferras de los dueños anteriores y con el evento demostramos que no era así, dejamos claro que esto era nuestro», recuerda Ávila. Allí estuvieron dirigentes de instituciones que las habían apoyado desde el primer día, como el Instituto Movilizador y el Banco Credicoop. Estas entidades fueron las que brindaron asesoramiento, a través de abogados, a las trabajadoras para que ellas pudieran ejercer sus derechos. El exdueño de la peluquería –una megaempresa que llegó a tener 60 sucursales en todo el país e incluso una en Miami– era quien había tenido la iniciativa de transformarse en cooperativa, pero en la práctica continuaba dirigiendo el emprendimiento sin dar participación a quienes ya no eran sus empleadas, sino asociadas. Finalmente, las trabajadoras lograron desligarse de su anterior patrón, renovar el alquiler del salón sin él como intermediario y volver a empezar.
Hoy, ser una organización solidaria es un valor agregado: «Las chicas más jóvenes, cuando se enteran de que somos cooperativa, dicen: “Qué bueno, voy a venir acá, es preferible venir a darles trabajo a ustedes y no ir a otras empresas donde exprimen a la gente”. Les gusta la idea y ven que, contrariamente a lo que a veces se dice, las cooperativas dan servicios de calidad. Acá, tanto en los profesionales como en los productos que utilizamos, en todo hay mucho cuidado y esfuerzo. Y hay un clima de trabajo muy bueno», dice Ávila.
Cuestión de género
En una entidad altamente feminizada –tiene 40 asociados, de los cuales solo seis son varones–, la cuestión de género está muy presente. «Muchas compañeras son jefas de hogar, mantienen a sus familias, la mayoría son mamás y hay varias madres solteras –dice Ávila–. Conversamos de temas de género, está bueno escuchar lo que piensa cada una, incluso tenemos una bandera que hicimos el día del 8M, al final no pudimos ir a la marcha por el trabajo, pero participamos de esa manera».
Graciela Midún, quien fue durante años tesorera de la cooperativa, hoy es la presidenta. Admite que, desde que se transformó en entidad solidaria, el negocio siempre fue bien, hasta que llegaron los aumentos indiscriminados en los servicios públicos. «Nos está pegando duro la realidad de las tarifas, es un momento difícil, pero ya hemos pasado otros y quizás peores. Es una gran responsabilidad estar acá. Ahora somos nosotras las representantes, somos las que tenemos que poner la cara», dice. Solo para dar un ejemplo, de 7.000 pesos que pagaban de luz, el costo pasó primero a 30.000 y, en enero de 2018, la factura por ese servicio ascendió a 67.000 pesos. «Ahora redujimos un poco ese monto, pero es algo que realmente se nos hace muy cuesta arriba», dice Midún. Sin embargo, no dejan de mirar hacia adelante: entre los proyectos a futuro están el de instalar un sector infantil para que las clientas puedan dejar a sus hijos mientras las atienden y desarrollar una línea propia de productos cosméticos. Ya tienen su marca de esmalte de uñas.
Lourdes Delgado, tesorera, recuerda otros momentos complicados, como cuando acreedores del dueño anterior querían cobrarse deudas embargando las herramientas de trabajo de la cooperativa. «Se presentaban oficiales de justicia en la puerta del local mientras adentro estaba lleno de gente, era algo muy fuerte. Pero salimos adelante haciendo todo lo que pudimos y aprendiendo cada día para mejorar. Tuvimos que ordenarnos, organizar muchas cosas y con la unión de todos se pudo. Y estoy convencida de que también superaremos este momento», se esperanza Delgado, colorista, antes de levantarse y salir apurada: la recepcionista le avisa que una clienta la está esperando.