Caer en la red

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Las personas se encuentran y se muestran a través de Internet, borrando las fronteras entre lo público y lo privado. Efectos y dependencias. La mirada de los especialistas.

 

Foto: Martín Acosta

Cada vez que Adriana y Raúl salen a cenar, es una lucha. No es que se peleen por la elección del menú ni por quién paga la cuenta, sino porque él se la pasa conectado a Twitter desde el celular. Muchas veces, ella tiene que decirle «apagalo» o «ahora no». Curiosamente, en las mesas vecinas se replica la escena: está lleno de parejas «ensimismadas».
Tanto Adriana como su marido son periodistas y viven acorde con lo que exige el mercado: estar «disponibles» las 24 horas. Ella hace teletrabajo desde su casa –maneja la cuenta de Facebook de una empresa y escribe para varias publicaciones–. Está en la computadora desde las 8 de la mañana hasta las 10 de la noche. Raúl trabaja en una redacción. «Él vive con el celular en el bolsillo, yo no. O al acostarnos lo tiene en la mesita de luz. Yo, cuando corto, corto. Sigo conectada, pero no estoy pendiente», comenta Adriana, de 40 años.
El impacto de las nuevas tecnologías en las vidas de las personas ha sido drástico, vertiginoso y, aunque les pese a muchos, inevitable. Cambió la forma en que consumimos información, con «redes digitales de alcance global que, en menos de una década se convirtieron en inesperados medios de comunicación», como apunta la antropóloga Paula Sibilia en su libro La intimidad como espectáculo (Fondo de Cultura Económica), así como la manera en que nos relacionamos unos con otros.
Primero fue el correo electrónico, luego los canales de chat, la mensajería instantánea (MSN, Yahoo Messenger, Google Talk) y la aparición de redes sociales como MySpace, Orkut y Facebook. Esta última, surgida en la segunda generación de «sitios de amigos» que permiten interactuar con otras personas sin conocerlas en la vida real, experimentó un explosivo crecimiento. Sólo en cinco países de Latinoamérica –Argentina, Brasil, Chile, Colombia y México– pasó de apenas 52.000 usuarios en 2007 a 2,2 millones al año siguiente.
Actualmente, las redes sociales –entre las que también se cuentan la plataforma de imágenes y videos Pinterest, así como la de blogs y microblogs Tumblr, el sitio profesional Linkedin y el servicio de mensajes de 140 caracteres de Twitter– suman más de 1.000 millones de suscriptores en el mundo. A nivel local, el 90% de quienes se conectan a Internet están en las redes sociales, mientras que en 2010 lo hacía sólo un 25%.
Con 20 millones de usuarios de Facebook y 6,3 millones de tuiteros, la Argentina es el país que pasa más tiempo navegando en las redes: 9,8 horas mensuales por visitante, seguida por Brasil (9,7), Rusia (9,6) y Tailandia (8,7), según datos de la investigadora de marketing digital ComScore. El promedio mundial, en tanto, es de 5,2 horas.
Uno de los factores que impulsó esta situación es «la multiplicidad de opciones de conexión a Internet desde los dispositivos móviles, como tabletas y teléfonos inteligentes, aunque la computadora de escritorio sigue siendo la reina de la conectividad», en palabras de la analista Natalia Gitelman, de la consultora Datos Claros.
La telefonía móvil, en tanto, registró en 2012 dos millones de nuevos usuarios en el país; uno de cada tres, de 14 a 24 años, una franja etaria que se caracteriza, sobre todo hasta los 20, por priorizar los servicios de Internet, redes sociales y descargas de música e imágenes, por sobre las comunicaciones de voz.
Por su parte, Twitter gana terreno en la política. Tanto Barack Obama, en su última campaña, como la presidenta Cristina Fernández, en el día a día, han adoptado esta herramienta para llegar a los ciudadanos. En las pasadas elecciones legislativas locales, hasta nació el Partido de la Red, agrupación que presentó candidatos a legisladores para la ciudad de Buenos Aires, haciendo una campaña online y encuestando a los internautas con el fin de diseñar un programa de acuerdo con sus necesidades.

 

El show del yo
Como si se tratara de un verdadero virus, las redes sociales –donde se facilita la confusión entre lo privado y lo público– se expanden a todas las áreas. Según escribe Sibilia en su libro –un ensayo sobre la exhibición de la intimidad en Internet en el siglo XXI–, éstas han banalizado nuevas formas de ser y estar en el mundo. Para la antropóloga, la red mundial de computadoras se ha convertido en un gran laboratorio cuyos espacios «se presentan como escenarios muy adecuados para montar un espectáculo cada vez más estridente: el show del yo».
No hay que ser escritor o cantante, ni siquiera tener talento. Al igual que los realities televisivos, tanto los blogs, los fotologs o videologs, como MySpace, Twitter, YouTube, Facebook y otros servicios de este tipo, permiten que cualquiera haga de sí mismo un personaje. Y que haya millones de ojos para atestiguarlo.
Psicoanalista, miembro de APA/IPA y autora del libro El sujeto escondido en la realidad virtual (Letra Viva), Diana Litvinoff afirma que la publicación de material en Facebook es una forma de afirmar la identidad: «Esto soy yo, esto es lo que hago». «Las personas muestran lo que quieren mostrar. Lo ponen en su perfil. Quieren ser valorados. Ello, incentivado por una sociedad donde todo se muestra y está a la vista, en un mercado de consumo donde existe la idea de que cada cual es un potencial “artista” o “famoso”», subraya.
Paralelamente a lo anterior, cada usuario es un eficaz instrumento de marketing para las compañías que venden productos y servicios. Por otro lado, aunque sea de manera superficial, las redes sociales permiten vincularse, algo que el ser humano ha buscado desde siempre. «Vivimos en una sociedad donde se fomenta el individualismo y la idea de que el otro es peligroso. No se incentiva la conexión», declara Litvinoff. «Sitios como Facebook son un medio para que una persona tímida pueda relacionarse con otros. Muchas veces, el contacto virtual es la antesala de un encuentro real. Ahora, las personas fóbicas, que tienen miedo al contacto con el otro o a ser rechazadas, se “camuflan” acá. Les viene bien. Se conectan pero no se arriesgan, no ponen el cuerpo en la vida real».
Si bien, paradójicamente, el estar en línea con otros brinda la ilusión de construir vínculos más estrechos, al mismo tiempo genera un empobrecimiento de las relaciones humanas. «Creo que, en muchos casos, la era 2.0 fomenta la comunicación remota e indirecta, perdiéndose el valor del diálogo, ya que nos enteramos de muchas cosas con sólo ver un perfil», opina María, una abogada de 32 años.
En su smartphone, ella utiliza Messenger, Facebook y Whatsapp –la mensajería de moda que permite enviar y recibir mensajes sin pagar por SMS– para conexiones laborales, personales y potenciales citas amorosas. «Si bien me siento conectada, el tema de la inmediatez en responder o no me genera ansiedad y, en muchos casos, más incomunicación que comunicación. Más en Argentina, que las conexiones a Internet fallan constantemente», indica.

Foto: Facundo Nívolo

En el contacto virtual, que carece de los gestos y del tono de voz presentes en la comunicación cara a cara, es fácil caer en malentendidos. «Una no conoce bien al otro, las respuestas son cortas y no se tiene información adicional para interpretarlas. Me pasó varias veces de dejar citas sin concretar por este tema. Y si bien el chat me permite romper barreras, porque soy vergonzosa, es todo muy express: “No me va, te uso y te dejo”», comenta María.
En el subte, en el colectivo, en la fila del supermercado, en los cafés, en las salas de cine y hasta en los baños de los restaurantes, se observa a personas que no se despegan de los aparatos electrónicos. «En parte tiene que ver con la novedad», dice Litvinoff. «Yo creo que más adelante los sujetos van a desarrollar mecanismos para desconectarse».
Algo por el estilo ya ocurre en ciudades como Nueva York, donde comienza a vetarse el uso de celulares en las bodas y existen «zonas de prohibición de dispositivos» en algunos establecimientos, según reseña una nota de The New York Times titulada «No te acerques al teléfono». El artículo enfatiza la importancia de desconectarse y poner atención al mundo real. Según concluye, ya se trate de no dejar los IPads sobre la mesa, o de abstenerse de «mensajear» o «postear» durante la cena, o de apagar los equipos a las 11 de la noche, los usuarios que han puesto en práctica alguna medida de este tipo han mejorado sus vínculos reales y su salud mental.
La tecnología también tiene efectos en las relaciones de pareja. Tanto Whatsapp –que cuenta con 300 millones de usuarios en el mundo–, como Facebook, pueden ser causantes de celos y peleas. El primero provoca el «síndrome del doble check», es decir, la ansiedad y las fantasías que se disparan si un mensaje tarda en ser respondido, ya que el servicio brinda dos notificaciones: una cuando la persona envía un mensaje y otra cuando lo lee quien lo recibe.
Un reporte de la revista CyberPsychology and Behaviour Journal señala que ahora los individuos acceden a más información sobre las ex parejas y sobre los amigos de sus actuales compañeros que la que en el pasado podían conocer por otros medios. En Facebook, el 75% tiene a ex amores como «amigos», y el 79% sabe que los ex de sus parejas actuales figuran entre sus contactos.
Según la psicóloga Litvinoff, las nuevas tecnologías contribuyen a armar y a desarmar parejas. «Son los mismos dramas humanos desplegados en una esfera distinta. En lugar de “vos la miraste”, uno puede decir “te puso tal comentario”. Se puede monitorear más al otro», concluye.

 

Adicciones inmateriales
«Lo bueno del Facebook es la velocidad de contacto (para armar una reunión o un partido de fútbol), la información de actualidad política que circula, el sentido de pertenencia que da (por ejemplo, compartir una canción con otros que también pueden disfrutarla) y la posibilidad de chatear con algún amigo, si estoy solo, o con mujeres con quienes cara a cara no me hubiera acercado, por timidez. Lo malo es la adicción o la distracción», manifiesta Joaquín, un sociólogo separado de 37 años que, por cuestiones laborales, pasa varias horas frente a la computadora.
«Por el tema de la adicción no uso Twitter. Abrí uno alguna vez y no le encontré la vuelta. Luego charlé con amigos que tienen y me parece que es mucho más veloz, dinámico, entretenido y adictivo que el Facebook, por eso es un mundo al que no entro», cuenta.
Sus aprehensiones tienen asidero. Según la OMS, una de cada cuatro personas sufre un problema relacionado con las adicciones «sin sustancia» (al trabajo, a las compras, a Internet y a los videojuegos). A nivel local, las consultas vinculadas con este tema crecieron en los últimos cinco años. Ocurre que la gran accesibilidad de la web, que permite buscar información, trabajar, distraerse y socializar con otros, tiene un componente adictivo. «No sólo por el tiempo “perdido”, sino porque comienza a generar problemas familiares, académicos, sociales, de salud», enumera Laura Jurkowski, licenciada en psicología y directora de Reconectarse, centro argentino especializado en el uso abusivo de la tecnología.
«Muchos sistemas nuevos pueden crear dependencia», sostiene Ricardo Allegri, jefe de Neurología Cognitiva de Fleni (Fundación para la Lucha contra las Enfermedades Neurológicas de la Infancia) e investigador independiente del Conicet. «En la adolescencia hay mayor facilidad, ya que el cerebro es inmaduro. La parte frontal no está preparada para tomar las decisiones adecuadas. Si el chico está expuesto a la droga, puede entrar en un circuito de recompensa, y cada vez va a necesitar más horas para lograr el mismo efecto». Al parecer, la gratificación rápida de los emails, los mensajes de texto y los «Me gusta» de Facebook, también «activan» dicho circuito.
«Muchos usan las redes sociales como una vía de escape», resume Jurkowski. Los adolescentes son más asiduos a consultar Facebook y juegos online, y se ven más envueltos en el ciberbullying, mientras que los adultos optan por el Facebook, la pornografía, los sitios de citas y los juegos de póker. En el mundo anglosajón ya existen términos para las nuevas dependencias, según sus diferentes formatos. Por ejemplo, se habla de «crackberries» al señalar a personas que revisan compulsivamente los mensajes de texto en sus BlackBerries.

Diálogo remoto. Una pareja compartiendo un trago en un bar, pendiente de los mensajes de texto de sus celulares. (Kala Moreno Parra)

Al respecto, es interesante la mirada del historiador colombiano René Vega Cantor, quien usa al dispositivo BlackBerry para hablar del «esclavismo celular». «Es un aparato que reproduce el nombre de un instrumento usado en la época de la esclavitud en los Estados Unidos, que se ataba en los tobillos de los esclavos para que no huyeran, para que su tiempo siguiera perteneciendo, por la fuerza bruta, a los esclavistas. Algo similar sucede hoy, cuando el BlackBerry mantiene a la gente esclava de otros, principalmente de los patrones y empresarios, siempre atados de manos y cerebro a ese aparatejo insoportable», dijo Vega Cantor durante la presentación de su ponencia «La expropiación del tiempo en el capitalismo actual», en el V Coloquio Internacional «Teoría Crítica y Marxismo Occidental», realizado en Buenos Aires, en 2012.
Otro trastorno de la «modernidad líquida» es el FOMO (Fear of Missing Out); miedo de perderse algo más interesante, excitante o mejor de lo que se está haciendo. Esto provoca que la persona constate permanentemente las notificaciones de las redes sociales o del Whatsapp.
Como si estuvieran online, muchos «nativos digitales» –término que acuñó el escritor estadounidense Marc Prensky– incluso interrumpen una conversación real para chequear qué es lo que ocurre en cualquier otra parte. Los «inmigrantes digitales» –otra creación de Prensky–, «que no nacimos con computadoras, tenemos la responsabilidad social de enseñarles a nuestros hijos que hay otras formas de resolver las cosas, no sólo por medio de una pantalla», enfatiza Jourkowski.

 

Señor cerebro
¿Está Internet alterando nuestro cerebro? ¿Daña nuestra habilidad para pensar y aprender? Preguntas como estas generan polémica en el mundo científico. «El impacto de las nuevas tecnologías es tan grande que se confunde con una degradación. Hay discusiones enormes. Algunos investigadores dicen que es malísimo, superficial, que no ayuda a razonar. Yo no estaría asustado», comenta el doctor Allegri, en su oficina del Fleni.
Para este neurólogo, Internet estimula la memoria de trabajo, que es la que almacena información temporalmente para ser usada y/o guardada. «El cerebro ejerce estímulos sobre funciones distintas. Antes, la información (como los números de teléfonos) estaba archivada en el cerebro. Ahora está afuera: se desarrolla un mecanismo para encontrarla. No es que se pierden funciones. Actúa de otra manera. Es algo positivo: nos da opciones, no es que el cerebro se atrofia», asegura.
Está estudiado que el consumo moderado de Internet sirve como ejercicio para la mente y atenúa la degradación del cerebro que produce el envejecimiento. Por otro lado, el estar expuesto excesivamente a su uso puede ser perjudicial. «Un chico no puede estar 15 horas frente a la pantalla. Es como cualquier otra cosa en la vida. Podés jugar tenis, pero no podés practicar 24 horas diarias. Lo importante es que exista un balance entre contacto social, otras actividades y el uso de tecnologías».
En un artículo del diario británico The Guardian, el científico Gary Small, de la UCLA, opina que el «multitasking» (hacer varias tareas a la vez) tan propio de la Web no es una manera «eficiente» de hacer las cosas. «Cometemos más errores, hacemos todo más rápidamente, pero con mayor descuido», advierte. También menciona que ha observado entre los nativos digitales carencias de destrezas sociales, como el no mantener contacto visual o no detectar señales no verbales durante una conversación.
«Puede ser que haya una merma de habilidades sociales», asevera Allegri. «Es como el principio darwiniano: “lo que se estimula mejora y lo que no, se pierde”. Pero hay un punto clave: estamos frente a formas de procesos cognitivos distintos. Antes, predominaba un pensamiento lineal. Hoy, un chico atiende varios asuntos a la vez. Es un proceso en paralelo».
El problema, dice el neurólogo, no está en el cerebro ni en los chicos, sino en los adultos que no aceptan el cambio. «En los 80, las computadoras estaban contadas. 30 años después, la mayoría tiene acceso a ellas. El cerebro se adapta con cada cambio, como ocurrió con la imprenta. Es un mito eso de que sólo usamos el 10% del cerebro: lo usamos todo. Es un sistema que responde a diferentes necesidades».

 

Dormir menos
Quedarse hasta altas horas de la noche frente a la computadora y levantarse temprano al día siguiente, o estar expuestos a la luz de aparatos que inhiben la hormona que induce el sueño (melatonina), se ha instalado como una costumbre en las grandes ciudades. Llamadas también Sociedades 24/7, porque funcionan 24 horas los 7 días de la semana, sus habitantes han perdido en promedio un 25% del tiempo destinado a dormir en los últimos 30 años, según revela Daniel Leynaud, director de Drom Cronobiología, primera empresa en América Latina orientada a la promoción de hábitos de sueño saludables a nivel corporativo.
Datos de esta entidad indican que 4 de cada 10 argentinos duermen menos de 6 horas diarias, y que esto tiene una conexión directa con el uso de las nuevas tecnologías. «Estamos diseñados fisiológicamente para desarrollar nuestra actividad durante el día y para dormir durante la noche. Sin embargo, continuar conectados a expensas de las horas de descanso, sin atender los ritmos biológicos naturales, hace que nuestros relojes biológicos se confundan, pierdan sincronización, y nuestro sueño sea más corto y de peor calidad», afirma Leynaud.
A corto plazo, la falta de sueño provoca somnolencia diurna, fatiga, irritabilidad y mal desempeño. Y a largo plazo se relaciona con la obesidad, la diabetes y la hipertensión arterial. Dormir menos horas también genera una «deuda de sueño», que no se puede recuperar pero sí compensar con siestas cortas.
«Consideramos imprescindible comenzar a hacer tangible una necesidad no manifiesta en la comunidad, que es la de dormir más y mejor», recalca Leynaud. Otro tanto podría aplicarse a casos como el marido de Adriana, recomendándole que, ante la tentación de conectarse a Twitter durante una cena, use el sentido común.

Francia Fernández

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