Camino verde

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El triunfo de ecologistas y sectores de izquierda condiciona la reelección de Macron en medio de las consecuencias económicas de la pandemia. Pese a apoyar la agenda ambientalista, su giro a la derecha podría detonar nuevos estallidos.


Palacio del Elíseo. Macron y el ex primer ministro Édouard Philippe, antes de ingresar a la Convención Ciudadana sobre el Clima, en junio. (Christian  Hartmann/POOL/AFP)

Cuando la luz verde es un semáforo en rojo: la carrera del presidente francés Emmanuel Macron hacia su reelección se topó con el veredicto de las urnas, que amenaza con frenarle el paso. Fueron los ecologistas en alianza con el socialismo y partidos de izquierda los que se llevaron un inesperado triunfo en la segunda vuelta de las elecciones municipales. Aun cuando seis de cada diez personas llamadas a votar se abstuvieron, las señales llegaron muy claras al Palacio del Elíseo. Por eso perdió su puesto el primer ministro, Édouard Philippe, y hubo una renovación en el Gabinete; por eso Macron anunció –tarde– medidas de apoyo concreto a la causa ambiental. Al eco de las protestas de los chalecos amarillos, y todavía bajo influencia del COVID-19 y sus nefastas consecuencias económicas, el Gobierno se inclina aún más hacia la derecha.
Marsella y Lyon, dos de las tres ciudades más importantes de Francia, vieron el triunfo de Europa Ecológica los Verdes (EELV). Lo mismo ocurrió en Tours, Burdeos y Estrasburgo. La agrupación también ayudó de manera decisiva a que la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, renovara su mandato. La alianza estratégica se alzó con dieciséis intendencias en total. El incremento de la representación electoral verde es notable: hasta 2014 ese espacio político dirigía solo Grenoble, con 150.000 habitantes; hoy está bajo su influencia la vida cotidiana de más de dos millones de personas.
Los llamaban «los utopistas blandos», ahora son actores políticos de peso. Recolectan cierta apatía en el electorado medio y una tendencia continental al abordaje de las cuestiones del medioambiente. Serán pieza clave en los comicios presidenciales de 2022. Y Macron pensó en ellos a la hora de cambiar su equipo de gobierno. Por eso le refrendó la confianza al actual canciller, el socialista Jean Yves Le Drian y designó en el Ministerio de Medioambiente a Barbara Pompili, una reconocida militante ecologista. «Es un giro político para nuestro país, es una reacción a la impotencia e indecisión del Gobierno a propósito de las cuestiones ecológicas y sociales y de la verticalidad de su poder», expresó el diputado y figura del espacio verde, Yannick Jadot.
Con los resultados de la contienda municipal, Macron no perdió el tiempo. Aprovechó su participación en la Convención Ciudadana para el Clima y lanzó dinero como agua: prometió 15.000 millones de euros para reconvertir la producción y la economía bajo estrictos criterios ecológicos. Aseguró que impulsará un referendo para que la Constitución Nacional incorpore en su artículo primero conceptos como «biodiversidad, medioambiente y lucha contra el calentamiento global». No tan enfático, aceptó bregar porque el derecho penal internacional incorpore el «ecocidio» como delito a combatir. Finalmente quedaron verdes y sin madurar otras pretensiones de los ecologistas, entre ellas el impuesto del 4% a los dividendos de las grandes empresas para un fondo ambientalista.

Cambio de estrategia
Las urnas también se llevaron consigo al primer ministro Philippe. El funcionario saliente había tenido una reconocida actuación en plena pandemia, su índice de popularidad alcanzó el 57%, dieciséis puntos por arriba de los que ostenta Macron. Philippe fue uno de los pocos oficialistas que festejó en los comicios municipales: resultó elegido alcalde en Le Havre por casi el 60% de los votos. No se postula todavía como candidato a entrar por la puerta grande al Palacio del Elíseo, pero pocos creen que en el futuro se resignará solo a administrar un pueblo de 170.000 habitantes. Por el momento debe afrontar una denuncia judicial que lo acusa de «inhibición de combatir un siniestro» en su manejo de la crisis sanitaria por el coronavirus. Refiere, entre otras decisiones, a permitir la primera ronda de elecciones municipales el 15 de marzo cuando, entre otros, España e Italia ya habían decidido una férrea cuarentena.
«Debemos reunir a la nación para luchar contra esta crisis que se instala», expresó el sucesor de Philippe, Jean Castex. Sobrio, desconocido para el gran público, tecnócrata y conservador. Esas características privilegió Macron para designarlo, en intento de oponer al movimiento verde una alternativa que tiente a expartidarios de Nicolas Sarkozy y los reúna con la derecha tradicional. El programa de gobierno también irá en ese sentido. La pandemia no desalentó el proyecto de rebajar pensiones, a tono con las recomendaciones de la Europa liberal pero a contramano de las mayorías. Así lo dejo traslucir Castex al asumir, cuando señaló que habrá «una continuidad en las reformas, para salir más fuertes y más solidarios».
El presidente Macron lanzó tras las elecciones un enigmático «debemos prepararnos, hay que diseñar un camino nuevo» y no dio más detalles. Es que los datos de Francia, como los de casi todo el viejo continente, no brillan como para lucirse. La tasa de desempleo creció al 10%, dos puntos más que el año pasado. El PBI caerá –promedio– un 12,5% en 2020 y la deuda representa el 120% de ese PBI. El paulatino ingreso a la «nueva normalidad» ofrece una tregua al Gobierno, pero la efervescencia social, esa que hasta rodeó de fuego la torre Eiffel, no desapareció del mapa y puede resurgir en cualquier momento.

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