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El Centro Primario AFA de la localidad fue testigo de los cambios  que se dieron en el sector agrario en los últimos 100 años. Cuáles son los desafíos del presente.

 

Otra realidad. Grassin y Coronati: «Estamos ante un nuevo sujeto agrario». (Carlos Carrion)

Muchas cooperativas agrarias del sur de la provincia de Santa Fe son hijas de El Grito de Alcorta, tal como se conoce la revuelta de 1912 protagonizada por  arrendatarios y colonos de la pampa húmeda. A partir de entonces, los agricultores vieron la necesidad de asociarse y formar instituciones capaces de exigir mejores condiciones de arrendamiento y precios justos en la compra y comercialización de los granos. En tal sentido, la creación de la cooperativa Agricultores Federados Argentinos (AFA), fundada en 1932 por una treintena de colonos acuciados por la crisis internacional de aquellos años, y el posterior surgimiento del Centro Primario de Bigand, nucleado en AFA en 1953, tienen varios puntos de contacto con aquella historia de inmigrantes y viejos agricultores criollos del sur santafesino. «Decenas de productores y familias bajaron en Maizales, ya que en esa época nuestro pueblo no tenía estación ferroviaria, y empezaron a desarrollar actividades agrícolo-ganaderas en toda la región», recuerda Ariel Coronati, gerente del Centro Primario de Bigand. Por su parte, Jorge Grassin, jefe del departamento técnico, subraya que si bien las protestas de los arrendatarios tuvieron su epicentro en Alcorta, fue en Bigand donde se realizaron las primeras asambleas. «Y muchos de los colonos locales formaron parte del movimiento de lucha contra la aristocracia o la oligarquía de aquel momento», añade.
No es casual que los primeros Centros Primarios de AFA se hayan ubicado en el sur y centro de Santa Fe, norte de Buenos Aires y parte de Córdoba, ya que en esta zona existía una mayor subdivisión de la tierra, con productores más chicos que fueron conformando un amplio espectro asociativo y aprovecharon las políticas de Estado de 1953. «Muchas cooperativas se fundaron durante el gobierno de Perón, ya que se incentivó el desarrollo del cooperativismo para evitar que la comercialización de granos quedara concentrada en manos de los grandes cerealistas, amortiguar esa situación de privilegio y generar mejores condiciones para los productores», subraya Grassin.
Juan Iadanza, hijo de inmigrantes italianos y uno de los fundadores del Centro Primario de Bigand, recuerda: «En aquella época sembrábamos y arábamos a mano, pero el acopio era pobre y no sabíamos cuándo íbamos a cobrar. Teníamos pocas hectáreas de campo. Al principio recorríamos chacra por chacra o nos juntábamos en el pueblo. Unos pocos sabían de cuentas, así que había que hacer algo porque uno solo no va ninguna parte». Desde entonces, el Centro Primario ha consolidado su presencia en el ámbito regional, contando actualmente con alrededor de 1.200 asociados activos, 55 empleados permanentes, y subcentros ubicados en las localidades de Maizales, Carmen del Sauce, Villa Mugueta, Sanford y Chabas. Además, brinda distintos servicios de asesoramiento agronómico y administrativo, acondicionamiento y almacenamiento de cereales, provisión de insumos, cobertura de alta complejidad médica para los socios y  transporte a puerto de la producción agrícola. Por otra parte, está en plena evaluación ejecutiva el programa de soja sustentable; esto es, producida en campos que no hayan sido deforestados después de 2008 y en los que se verifique un correcto tratamiento de los residuos peligrosos, «lo cual es auditado por algunas empresas europeas y genera una bonificación en la comercialización con el Mercado Común Europeo», señala Grassin.
Respecto de los cambios tecnológicos y la necesidad de adecuar los servicios al nuevo sujeto agrario, Coronati plantea: «Hace algunas décadas existía un sistema de producción que incluía muchas chacras y granjas, y la actividad ganadera tenía mayor importancia. Mucha gente vivía en el campo y había gallinas, pollos, conejos, cerdos, ovejas, caballos, vacas. Prácticamente nada de eso quedó en los últimos 20 años. Y la realidad es que pasamos de un trabajo de tipo manual a una producción mucho más mecanizada, con una alta gama de insumos». Dichas transformaciones han generado debates sobre el modelo agropecuario actual y mutaciones en la organización y participación societaria de la cooperativa. «En algunos aspectos hemos retrocedido. Antes teníamos la reunión de la familia cooperativa, había fiestas y otra identificación con la entidad. El hecho de que se hayan perdido las pequeñas chacras ha generado que se participe mucho menos. Los jóvenes productores, por ejemplo, ya no viven en el campo y tienen otro tipo de actividad social», sostiene Coronati, quien, además, ve la necesidad de generar espacios de participación plena para las mujeres vinculadas con la cooperativa y de consolidar el vínculo colaborativo con las distintas instituciones de Bigand.

Lautaro Cossia

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