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Casas de la tierra

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Diseñar viviendas a partir del respeto por las características de cada comunidad es la propuesta de un grupo de profesionales de la Universidad del Nordeste. Contra la mirada etnocéntrica.

 

Ilustración: Pablo Blasberg

Puede la arquitectura colaborar con el diseño ambiental de las viviendas de los pueblos originarios? O dicho en otros términos: ¿de qué modo puede contribuir la arquitectura contemporánea a las necesidades reales de quienes poseen sus propios parámetros a la hora de elegir cómo y dónde vivir?
En respuesta a estas preguntas un grupo de investigación de la chaqueña Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional del Nordeste (FAU-UNNE) acaba de presentar una serie de conclusiones que busca superar la tradicional mirada paternalista y asistencialista en lo que concierne al vínculo entre el arte de diseñar viviendas y la antropología. Y es que la arquitectura se encuentra  frente al desafío «estratégico» de «definir criterios de diseño a partir del respeto por cada pueblo, e incluso para los diferentes grupos que integran a las comunidades».
Tal la recomendación del grupo de estudio encabezado por la arquitecta Ana María Attías y el antropólogo Ricardo Lombardo, que viene indagando el tema desde hace años y cuyo nombre –Espacio Interdisciplinario de Investigación sobre Conflicto y Territorio (EIICyT)– da cuenta del sinuoso límite que existe entre el espacio en que se vive y el uso, cuando no abuso, que cierto urbanismo hace de él cuando planifica o construye sin ahondar en los intereses profundos de sus moradores.

 

Nuevo abordaje
El grupo académico, del que también forman parte otros profesionales, docentes y alumnos, coronó su investigación luego de un estrecho intercambio con tres comunidades nativas reconocidas constitucionalmente como naciones: los qom (tobas), wichis (matacos) y moqoit (mocovíes), cuya población se estima hoy en unas 80.000 personas. Según observaron, en el momento de generar planes de construcción para estas comunidades se deberían evitar proyectos que intenten imponer la lógica de la planificación urbana convencional.
Años atrás, y en forma conjunta con el médico Rodolfo Sobko y el arquitecto Carlos Klepacek, Attías y Lombardo desarrollaron en Chaco el proyecto Comunidades Saludables, cuyo objetivo fue que el Estado promoviese la creación de comunidades donde estas lo decidieran, construyendo viviendas que respondiesen a las características que cada una hubiese diseñado, donde el núcleo comunitario sería un centro integrador y productivo.
Su actual propuesta desde la FAU-UNNE retoma esos postulados e intenta rescatar las características del hábitat en localizaciones rurales, de modo de colaborar en la elección de alternativas de diseño tendientes a promover procesos de arraigo en los lugares de origen, según informaron a la Agencia CyTA-Instituto Leloir de la UNNE. «El abordaje del problema habitacional de estas comunidades implica incorporar una mirada diferente acerca del tema hábitat, donde se tenga en cuenta lo que ellos piensan sobre cómo debería ser su vivienda», señaló Lombardo.
De este modo se toman en cuenta tanto la vulnerabilidad y el riesgo en que se encuentran como la sustentabilidad ambiental y los modos de producción de las viviendas. A diferencia de lo que ocurre entre los habitantes de las ciudades, en estos entornos el espacio determina y modera el bienestar humano. Por lo tanto, las soluciones arquitectónicas son completamente diferentes. «Existen experiencias de viviendas construidas para pueblos originarios de dos dormitorios, cocina-comedor y un baño en loteos mínimos, cuando estas poblaciones viven en forma pulsátil en grupos de familias extensas de 20 o 30 personas», ejemplifica Lombardo.
Por eso en el nuevo enfoque de lo que se habla es de diseño ambiental del hábitat y no, como es costumbre, del diseño de viviendas a secas. Para los pueblos originarios, la construcción de sus casas es apenas una parte del ambiente en que viven. Y por cierto, cada comunidad tiene sus propias singularidades y particularidades.
A la hora de señalar rasgos comunes, Attías y Lombardo puntualizaron algunas características fundamentales: familias que viven juntas, conformadas por abuelos, padres, hijos, nietos, tíos, primos pero también por otros vínculos de parentesco, como madrinas o ahijados; o el caso de mujeres y hombres que en algunas etapas de la vida viven separados sin abandonar los lazos, por lo que su permanencia en el hogar familiar se manifiesta con pulsos y continuidades diferentes.

 

El uso de los espacios
El clima (el diario, pero también el que transcurre a medida que cambian las estaciones) determina las características de la vida cotidiana al punto de que las rutinas vitales de preparar los alimentos, comerlos, trabajar, descansar o recrearse se modifican según el ambiente que rodea a los integrantes de la comunidad. A la manera de la cultura oriental, donde el feng shui impone reglas sutiles, también aquí la dirección o el sentido en que se disponen las viviendas resulta crucial.
Para la arquitecta Attías es muy importante que «los profesionales técnicos que trabajan en el tema de la vivienda tengan en cuenta que la concepción sobre el diseño ambiental del hábitat representa una nueva concepción epistemológica, una forma distinta de trabajar y pensar». Y Lombardo recalca: «La gente de los pueblos originarios demuestra un notorio conocimiento sobre localización territorial, orientación, proporciones, escala y distancias espaciales; y otras características dimensionales complejas simbólicas que tienen las representaciones de sus viviendas y el entorno inmediato o espacio circundante».

Alejandro Margulis

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