Chile sigue en llamas

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Desde el 18 de octubre de 2019 la sociedad chilena está convulsionada. Esa fecha ya es sinónimo del «estallido», el día en que algo se quebró y miles de personas salieron a derrumbar un sistema político heredado de la dictadura de Augusto Pinochet. En todo el país se suceden las manifestaciones casi a diario con epicentro en la Plaza Italia, rebautizada Plaza de la Dignidad, en la capital, Santiago. Acercarse de tarde, y especialmente un viernes, no es fácil, ya que se concentran miles de personas que protagonizan verdaderas batallas campales contra los carabineros. El escenario es surrealista. En las veredas, mientras los carabineros disparan gas lacrimógeno, balas y chorros de agua, hay gente que vende máscaras antigás, barbijos y lentes reforzados para proteger los ojos de los disparos. Un dato: más de 400 personas perdieron al menos un ojo. A la par, llega gente en bicicleta y las bandas de música no paran de tocar acompañadas por otro sonido, el de los disparos. Detrás, las paredes exhiben grafitis contra el presidente Sebastián Piñera y muchos negocios están clausurados o quemados por las refriegas.
El centro de Santiago es una mezcla de Beirut después de la guerra civil –aunque sin los bombazos– y Berlín antes de la caída del muro, cuando la ciudad estaba dividida. En ese entonces, el metro de Berlín Occidental atravesaba sectores de Berlín Oriental sin detenerse en algunas estaciones. En la Plaza de la Dignidad está la parada Baquedano completamente destruida y el metro simplemente pasa de largo.
La derecha chilena, para frenar el descontento, tuvo que aceptar la convocatoria a un plebiscito el 26 de abril, que dará paso a una Asamblea Constituyente en octubre. Sin embargo, la radicalidad de las calles clama «que se vayan todos». ¿Logrará el plebiscito frenar el descontento popular? Esa es la pregunta que se hace todo el mundo.

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