Los espacios públicos fueron pensados por y para varones. Desde hace algunas décadas, arquitectas e ingenieras vienen denunciando esta impronta sexista y proponen repensar distintas dimensiones urbanas desde la experiencia de las mujeres.
25 de julio de 2018
(Foto: Jorge Aloy)No hay ninguna lógica que pueda ser impuesta a la ciudad, la gente la hace y es a ella, no a los edificios, a los que hay que adaptar nuestros planes». Las palabras de mujeres pioneras como la urbanista y socióloga estadounidense Jane Jacobs resuenan hoy más que nunca. En los 60, la autora de La vida y la muerte de las grandes ciudades levantaba la voz contra las tendencias más tecnocráticas y en favor de construir ciudades más humanas. Entonces, en esta época de contundentes cambios de paradigmas sociales y conquista de nuevos derechos, el diseño y la planificación de lo urbano no se quedan al margen y también requieren ser revisados. Una evidencia de ello es la apertura, desde el año pasado, de la primera cátedra de Diseño y Estudios de Género de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) de la Universidad de Buenos Aires. Como parte de este movimiento, que tiene un alcance mundial, los colectivos de mujeres académicas vinculadas a esta actividad plantean la necesidad de hacer un diagnóstico de las problemáticas urbanas desde la experiencia de las mujeres como habitantes de estos espacios para repensar aspectos como la seguridad, el equipamiento, la movilidad y la vivienda. El objetivo es proponer alternativas más inclusivas que dejen atrás las históricas prácticas androcéntricas.
Para Martha Alonso Vidal, arquitecta especialista en Género y Políticas Públicas y presidenta de la Asociación de Mujeres Arquitectas e Ingenieras, la ciudad es un espacio que varones y mujeres habitan de manera diferente porque es distinto el uso, pero sobre todo, el disfrute. Entonces, explica, si se piensa al urbanismo no como una disciplina tecnocrática, sino como una herramienta cultural y resolutiva de los problemas de la sociedad, que permita vivir mejor y tener necesidades reales satisfechas, se hace imprescindible la inserción plena de las mujeres en la definición de lo urbano en beneficio de toda la población. «Cuando hace más de un siglo se conforman las modernas urbes, se las diseña y estructura en función de las necesidades y la lógica productiva del capitalismo, que incluía casi exclusivamente al ciudadano varón. La transformación a escala mundial de los últimos 70 años propia de la globalización contemporánea y la incorporación masiva de la mujer a la economía ha impreso un cambio significativo en la organización espacial urbana. Cabe destacar aquí que nosotras, además de trabajar en forma remunerada, llevamos a cabo la mayor parte de las tareas de reproducción y cuidado», asegura Alonso Vidal. Todo esto cambió en profundidad la relación entre las mujeres y la ciudad, a la vez que planteó un nuevo orden de género y originó transformaciones en la vida cotidiana.
Sentidos y normativas
Si nada de lo diseñado –espacios, productos, símbolos y servicios– es neutral en cuanto al género, entonces, ¿qué significa incorporar la perspectiva de género al urbanismo? «Se trata de repensar las categorías, ampliar derechos y asumir que el diseño está atravesado por las desigualdades sociales», dice Griselda Flesler, titular de la Cátedra de Diseño y Estudios de Género. «Es preguntarse cuáles son las condiciones de posibilidad que habilitan ciertas representaciones y vuelven impensables otras. Y, finalmente, significa ser conscientes de que cuando diseñamos, estamos construyendo, reproduciendo y articulando sentidos y normativas sobre las relaciones de género», agrega.
En este sentido, la nueva asignatura de la FADU detalla entre sus objetivos la necesidad de construir un diseño de agenciamiento político y social, es decir, de generar espacios que no respondan al modelo hegemónico de entender las relaciones de género. «Adscribimos a un enfoque de género que no se ocupa solo de las mujeres y su producción, sino que propone pensar las condiciones de formulación de los proyectos y el modo en que lo diseñado funciona como proceso significante. Eso implica pensar cómo se negocia el sentido de lo diseñado y quiénes están en posiciones de mayor privilegio para imponer esos sentidos. Se trata de considerar el género como una categoría que discute las relaciones de poder. Lo que a mí me interesa de pensar con perspectiva de género el diseño urbano es asumir que las personas tienen derecho a la ciudad. Eso implica asumir la existencia de diferencias y desigualdades». Flesler se pregunta entonces por qué ante la masividad se utilizan políticas públicas que reproducen las jerarquías y consagran a los que ya han ganado los espacios de la ciudad.
Un ejemplo de la homogeneización presente en el urbanismo es el tiempo de los semáforos. «¿Qué cuerpos son los que cruzan una avenida en 15 segundos? Es decir, un paso por segundo. Se piensa en el flujo del tránsito de los automóviles, pero no en las personas que caminan la ciudad», explica Flesler. Cientos de personas distintas, personas con otras a cargo o con movilidad reducida por alguna causa física o por edad. «Lo interesante es preguntarse cuál es el parámetro reducido a partir de qué modelo de cuerpo ideal. La perspectiva de género indaga en las construcciones culturales acerca de lo que se considera normal. Qué es caminar normal», cuestiona.
En base a los aspectos simbólicos y físicos que hacen a la cultura de nuestras ciudades, Alonso entiende que deberían relevarse y eventualmente modificarse algunos aspectos como el sistema de transporte que satisface de manera parcial la doble y triple jornada de las mujeres, la seguridad integral en sus variadas y múltiples fases, la accesibilidad plena no solo referida a vencer las barreras arquitectónicas sino también al espacio «verde», el ambiente no polucionado, el hábitat de los asentamientos precarios que afectan fuertemente a la población femenina «demasiado numerosa y demasiado pobre», el acceso a créditos blandos no solo para microemprendimientos sino para vivienda, el acceso físico de las mujeres a la Justicia, brindándoles facilidades edilicias y territoriales. Esta propuesta supone a todos los actores y actoras sociales involucrados como parte de procesos participativos.
El gran desafío del siglo XXI, afirma Alonso Vidal, es la construcción de la ciudad sustentable donde se resuelvan las asimetrías de género y se identifique desde lo territorial, lo ambiental y lo simbólico la real inclusión de las mujeres en el espacio público urbano. «Hemos aprendido que este quehacer es difícil, complejo, no lineal y de final abierto, por la diversidad de fuerzas y de intereses en pugna. Deberá tener como ideario y cometido la gestión moral y la producción social. Ello permitirá tener una ciudad vivible, donde se den la igualdad de oportunidades, la aceptación del otro, el rechazo a la violencia y el cuidado del ambiente y del patrimonio para la configuración de un espacio público sustentable y solidario».