Con los pies en la tierra

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Al sur de Santa Fe, desde 1953, la entidad agrupa a productores
de una de las zonas más dinámicas del país. De los avatares de la década neoliberal a los desafíos del presente.

 

Arraigo. La CAB, hoy con 350 asociados y 16 empleados, es una de las entidades más emblemáticas de la localidad santafesina. (Carlos Carrión)

A 70 kilómetros al sur de la ciudad de Rosario y en el centro de la pampa húmeda argentina se encuentra la localidad de Bigand. El suelo y el clima de esta porción de la provincia de Santa Fe han sido siempre un estímulo para la producción agrícola-ganadera. Inmigrantes, criollos y trabajadores agrícolas de distinta procedencia poblaron estas tierras entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Italianos y españoles, al igual que algunos contingentes de suizos, rusos y alemanes, se instalaron en esta región luego del desplazamiento de las comunidades aborígenes. A los costados de las líneas ferroviarias se formaron parajes y colonias que con el tiempo se convertirían en pueblos y ciudades. El negocio inmobiliario de la elite terrateniente y las presiones ejercidas sobre los pequeños arrendatarios rurales terminó generando la rebelión de cientos de agricultores. El símbolo de aquellas protestas es la huelga de 1912, más conocida como El Grito de Alcorta.
Tiempo después, en 1922, se fundó en Rosario la Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA), entidad que nucleó a cooperativas del centro de las provincias de Córdoba y Santa Fe con el propósito de que los productores obtuvieran mejores precios y condiciones de pago. La Cooperativa Agraria de Bigand (CAB) es hija de esa historia: en la Asamblea realizada el 12 de julio de 1953 en la Sociedad Italiana se constituyó la Cooperativa Agropecuaria Justicialista, nombre que expresaba gratitud con una ley del gobierno peronista que buscó limitar el poder extorsivo de las empresas particulares y regular la actividad agropecuaria favoreciendo a los pequeños y medianos agricultores. 30 socios fundadores fueron los encargados de dar los primeros pasos, nombrando como presidente a José Frare, quien puso a disposición su patrimonio ante los juicios entablados por algunos operadores privados que vieron afectados sus negocios. Luego del golpe de Estado que derrocó al gobierno de Perón en 1955, la cooperativa fue rebautizada con su nombre actual.
Hoy, la entidad cuenta con 350 asociados y 16 empleados, según comenta el gerente Javier Colón. Acopio, acondicionamiento y transporte de la producción de cereales y oleaginosas son algunos de los servicios que brinda. Además provee insumos agrícolas, asesoramiento agronómico, venta de combustibles y cuenta con las instalaciones portuarias de ACA, entidad a la que está adherida, para la comercialización de granos. Por otra parte, el rubro ganadería sigue siendo una deuda pendiente, aunque existe el desafío de montar un emprendimiento dedicado a la crianza de cerdos y agregarles valor a los productos de la cooperativa. «Trabajo en la CAB desde 1987 y asumí como gerente en agosto del año 2001, meses terribles que me sirvieron para hacer experiencia e ir tapando los agujeros provocados por la crisis. Había productores endeudados con la cooperativa y con los bancos, y la cooperativa también estaba endeudada y sin recursos para asistir a los asociados o cumplir con nuestros empleados. Creo que con aquella crisis estructural tocamos fondo. Así que tuvimos que llevar a cabo una restructuración de nuestras actividades y acordar con nuestros deudores y nuestros acreedores. Luego vinieron años de bonanza y desde entonces, poco a poco, hemos venido creciendo», recuerda Colón.
Por su parte, Roberto Bartolini, quien se desempeña como empleado de la CAB desde 1978, remarca: «La época de Menem fue terrible; era vergonzoso que un empleado de la cooperativa ganara más que un productor. Teníamos un sueldo normal y nos dábamos cuenta de que nuestras ganancias era mayores que las de un productor de 50 o 60 hectáreas. En esa época se vendieron muchos campos».
Actualmente, la actividad agraria, centrada en el cultivo de soja, registra un importante desarrollo y se ha vuelto uno de los sectores más dinámicos de la economía nacional. Sin embargo, Colón no olvida las épocas difíciles. «Pese a las dificultades y desafíos de toda gestión, la CAB ha sabido formar una gran familia, ya que sin la confianza del socio no podríamos haber salido de las situaciones difíciles. Es cierto que el asociado se siente cómodo con el hecho de que nosotros administremos sus recursos, pero quizás se necesitaría mayor participación. Sucede, sobre todo, en el caso de las nuevas generaciones. Por eso hay que trabajar con las escuelas o saber generar ámbitos propicios para la incorporación de las mujeres. Esta actividad –concluye– siempre ha sido muy machista; se necesita un cambio cultural profundo».

Lautaro Cossia

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