Mientras Macron pierde popularidad a causa de su programa de ajuste y los continuos escándalos, crece la izquierda de Mélenchon, pero también la ultraderecha xenófoba. Las elecciones europeas de 2019, un examen que podría modificar el tablero político.
14 de noviembre de 2018
En foco. Recorrida presidencial por el cementerio de Ablain-Saint-Nazaire, en un acto por el centenario del fin de la Primera Guerra Mundial. (LUDOVIC MARIN/AFP/DACHARY)
Elíseo. Luego de su arribo al gobierno, en mayo de 2017, su imagen positiva pasó de más del 50% a un magro 25%, producto de un severo plan de ajuste, falta de escrúpulos, renuncias de importantes ministros y funcionarios y desafortunadas declaraciones. La crisis de popularidad del presidente francés no cesó ni siquiera con la obtención de la Copa Mundial de Fútbol, en julio pasado, un título que desató festejos populares en todo el país. En ese plano, crece desde la oposición la Francia Insumisa liderada por el dirigente Jean-Luc Mélenchon, férreo defensor de los procesos de integración en América Latina; aunque también persiste el peligro que encarna la líder xenófoba Marine Le Pen, quien, ante tal crisis, logra aumentar adhesiones a su partido de cara a las elecciones europeas de mayo de 2019.
El frenético derrumbe de la imagen de Macron se explica principalmente por las políticas impulsadas en lo que va de su breve mandato. En primer lugar, la resistida reforma laboral, que modificó el régimen de 35 horas semanales (todo un símbolo de las conquistas sociales en Francia), estableció límites a las indemnizaciones por despido, restringió la intervención de los sindicatos en los conflictos entre patrones y empleados, y redujo el pago de horas extra. A eso se sumaron otras reformas –en el ámbito educativo, previsional y ferroviario– que afectaron a estudiantes, jubilados y trabajadores de manera directa, generando un creciente malestar social y constantes movilizaciones contra el gobierno. Además, mientras la desocupación alcanza al 9,6% de la población, el mandatario planea reducir unos 120.000 puestos de trabajo en la administración pública.
Beneficios selectivos
No casualmente, Macron, antiguo banquero de la Rothschild, se ganó el apodo de «presidente de los ricos». Cuando llegó al poder, en mayo de 2017, se comprometió a solucionar la delicada situación social que atravesaba el país, pero en la práctica adoptó una batería de medidas que solo benefició a grandes empresarios y no modificó la situación de los sectores más vulnerables. Según cifras oficiales, en Francia –la sexta economía mundial– el 13,6% de la población (unos nueve millones de personas) vive en la pobreza, el 15% de los chicos pobres llega al colegio con el estómago vacío y el 21% de los habitantes no logra comer tres veces al día. El propio presidente sostuvo que la movilidad social en Francia es un fenómeno del pasado, inexistente en la actualidad. «Una familia necesita seis generaciones para salir de la pobreza», aseveró Macron durante el lanzamiento de un plan para implementar una suerte de «salario universal», que en realidad es una centralización de todos los planes de protección social ya vigentes en el país. En este contexto, tal medida bien puede suponerse como una disminución o quita de esos beneficios.
A los problemas políticos y económicos, se suman los reiterados escándalos vinculados con el gobierno de Macron. Uno de los más relevantes fue el que protagonizó su jefe de seguridad, Alexander Benalla, quien el 1º de mayo de este año, en plena movilización por el Día del Trabajador, fue filmado golpeando a un grupo de jóvenes en una plaza de París. A esto se sumaron las renuncias de los ministros que contaban con más apoyo popular, lo que obligó a una reestructuración del Gabinete. Al mismo tiempo, el presidente fue cuestionado por la construcción de una pileta en el fuerte de Brégançon (la residencia de vacaciones de los jefes de Estado franceses), mientras mantiene un discurso de «austeridad» y «eficiencia».
Opositor. Mélenchon, líder de los insumisos. (PHILIPPE HUGUEN/AFP/DACHARY)
Una sucesión de polémicas declaraciones también contribuyó a horadar su imagen. Los medios criticaron duramente a Macron por llamar «galos» a los franceses, un término despectivo que solamente es aceptado en el ámbito deportivo. En referencia al dinero que se invierte en ayuda social, el joven mandatario aseguró que los distintos planes «suman cifras monstruosas». Poco después, en otro acto, se cruzó a un hombre preocupado por la imposibilidad de hallar empleo. «No hay un solo sitio en el que no estén buscando gente. Cada vez que cruzo la calle, encuentro un trabajo», le dijo el presidente. como si quisiera calmarlo, pero ante las políticas que lleva a cabo, solo logró generar más indignación. El último traspié ocurrió en la previa a la celebración de un acto por los 100 años del fin de la Primera Guerra Mundial, cuando sostuvo que el colaboracionista nazi Philippe Pétain, tradicionalmente repudiado por los franceses, había sido «un gran soldado» (ver recuadro).
Salidas opuestas
La incapacidad de Macron para resolver los problemas de los más postergados fue capitalizada por Mélenchon, un carismático orador, que en las presidenciales del año pasado obtuvo el 19,5% de los votos y quedó a las puertas del balotaje. Este veterano dirigente es el líder de Francia Insumisa, un frente que reúne a diferentes partidos de la izquierda francesa y que denuncia constantemente las políticas de ajuste aplicadas por el gobierno. De ahí que impulse medidas económicas que tiendan a reducir la brecha entre ricos y pobres, a la vez que políticas de inclusión social. Ligado a Podemos de España y a las experiencias progresistas de América Latina, Mélenchon protagonizó movilizaciones con más de 50.000 personas a lo largo del año y se posiciona como uno de los principales rivales políticos de Macron para las elecciones del Parlamento Europeo del año que viene.
El «Chávez francés» –como lo bautizó el diario conservador Le Figaro– se disputa el electorado popular y obrero con una referente que está al otro extremo del escenario político: Le Pen. La mujer, líder del ultraderechista Reagrupamiento Nacional, obtuvo el segundo puesto en las presidenciales de 2017 y luego fue derrotada por Macron en el balotaje. Las encuestas para los comicios europeos confirman el crecimiento de Le Pen, quien aparece primera en intención de voto. Junto con otras fuerzas euroescépticas y xenófobas, Le Pen podría alcanzar el 30% de los votos, a caballo de un discurso fuertemente nacionalista, basado en el odio contra los inmigrantes (que supuestamente quitarían trabajo a los franceses y socavan su identidad) y el desprecio a la democracia aludiendo tanto a los fracasos de Macron como a las medidas de cambio social expresadas por Mélenchon.
Las elecciones europeas de 2019 coincidirán con el segundo aniversario de gestión de Macron y serán su primer gran desafío electoral. Si bien no tienen implicancia directa puertas adentro –solo se eligen parlamentarios regionales–, oficiarán como termómetro para ver en qué lugar están parados los principales jugadores del tablero político francés. Allí, los ciudadanos definirán si le tienden la mano a un gobierno que está contra las cuerdas u optan por otro rumbo diametralmente opuesto en términos de programa político e ideológico, según los perfiles de los referentes opositores.