Cosecharás tu siembra

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En terrazas, jardines o terrenos baldíos, el cultivo de hortalizas permite comer sano y barato, fortalecer la soberanía alimentaria e intercambiar semillas y técnicas. Un fenómeno global que llegó al país en los 90 y se acentúa en tiempos de crisis.


Producción vegetal orgánica.
La huerta de Agronomía, autogestionada por los estudiantes, funciona en un terreno cedido por la facultad. (Jorge Aloy)

Ajo elefante, topinambur, brócoli romanesco, acelga arcoíris, lechuga gallega y repollo corazón de buey. Estos vegetales, poco habituales en las verdulerías de barrio, son algunos de los que pueblan la huerta de los y las estudiantes de la Tecnicatura en Producción Vegetal Orgánica (TPVO) de la Facultad de Agronomía de la UBA. Estas rarezas comestibles crecen junto con otras menos extrañas, como puerro, perejil, orégano, arvejas, repollitos de Bruselas, zapallo y lechuga morada, entre muchas otras delicias. Este espacio, ubicado en medio de la Ciudad de Buenos Aires, sirve como plataforma de práctica y experimentación autogestionada por los estudiantes y a la vez es fuente de los productos que cada uno se puede llevar para preparar sus comidas. ¿Se trata de un pequeño vergel disponible solo para iniciados? ¿O de una extravagancia de universitarios citadinos? Ni una cosa ni la otra; las huertas urbanas son un fenómeno creciente de las últimas décadas a nivel global. En Argentina en particular la agricultura en las ciudades se viene desarrollando fuertemente desde la década del 90, sobre todo apuntalada por el programa ProHuerta del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). Ya hay más de 350.000 huertas urbanas distribuidas a lo largo y ancho del país.
Carla, que está cursando sus últimas materias en la TPVO, es una de las iniciadoras de la huerta, que desde hace poco más de un año funciona en un terreno de unos 200 metros cuadrados cedido por la Facultad de Agronomía de la UBA. Dos veces por semana acude al terreno junto con sus compañeros y compañeras para ocuparse de la faena con la tierra. «Además de poder practicar lo que aprendemos en la facultad, también se trata de poder comer más sano y más barato. Y ser conscientes de dónde viene la comida. No son necesarias grandes cadenas de producción para poder comer, simplemente hay que mover la tierra», reflexiona. «Además –agrega Santiago, otro integrante de la huerta de TPVO–, podemos probar otros conocimientos que no son los que vemos en clase, como cuestiones referidas a bioles o bocashis (abonos orgánicos), para aportarle fertilidad al suelo. O ver el tema del control de plagas, para lo que ahora estamos probando un “hotel de insectos”, que es un lugar que se arma para que los insectos benéficos que vienen a la huerta, que se comen a los insectos plaga, tengan un nicho donde quedarse».
Actualmente existen en la zona del AMBA (Ciudad de Buenos Aires y Conurbano bonaerense) unas 35.000 huertas urbanas apoyadas por el programa ProHuerta. «Seguramente hay muchas más que funcionan por fuera de este programa», señala el ingeniero agrónomo Francisco Pescio, de la Coordinación AMBA-Delta, del Programa ProHuerta. «El número histórico ha rondado las 40.000, pero en época de crisis aumenta la demanda, el pico histórico fue en 2002». Además de los espacios en los que interviene directamente ProHuerta, deben contabilizarse otras iniciativas llevadas a cabo por diferentes municipios, por ejemplo, Huertas Matanceras, que el año pasado compró 10.000 kits de semillas para ser entregados en escuelas, centros donde funcionan programas sociales y jardines comunitarios. «La idea es que cada uno pueda cosechar su propia comida, sobre todo en los tiempos difíciles que corren», proponía la intendenta de La Matanza, Verónica Magario, el año pasado al realizar la entrega de los kits. Otro ejemplo destacable en nuestro país lo representa la ciudad de Rosario con su Programa de Agricultura Urbana, que se inició en 2002 como parte de una estrategia para enfrentar la crisis económica. Es la ciudad argentina que cuenta con mayor cantidad de emprendimientos de este tipo, para los cuales se recuperaron gran cantidad de terrenos baldíos. Por eso en 2014 fue distinguida por la Organización para la Agricultura y la Alimentación de Naciones Unidas entre las ciudades latinoamericanas y del Caribe por su trabajo en la materia.
Las huertas urbanas cobran «un rol crítico en la seguridad y soberanía alimentaria cuando es llevada adelante por los sectores de la población con mayores restricciones de inserción en el mercado laboral formal, al favorecer el acceso a alimentos ricos en vitaminas y minerales», destacan Pescio y su colega del INTA, Luciana Alonso, en un texto incluido en el informe El sistema agroalimentario del Área Metropolitana de Buenos Aires. Ejercicio exploratorio de prospectiva territorial (INTA 2017). Por otra parte, los especialistas también resaltan la importancia de estas huertas debido a «un creciente interés en la alimentación saludable y libre de agroquímicos, así como por la visibilización de la problemática ambiental en el desarrollo de las ciudades» (ver recuadro).
Luego de realizar el curso de Promotor de ProHuerta, Miguel Sanguinetti se acercó, a comienzos de 2016, al Centro Integrador Comunitario (ahora Centro de Promoción de Derechos, CPD) de Villa Zagala, en el partido de San Martín de la provincia de Buenos Aires. Miguel es vecino de la zona y conocía a gente del Centro, a quienes propuso la realización de una huerta. Él empezó a trabajar la tierra del lugar con varios vecinos del barrio y hoy ya forman parte del proyecto decenas de mujeres del programa de promoción social Hacemos Futuro (programa que devino de los precedentes Ellas hacen y Argentina Trabaja). Las verduras de la huerta son repartidas entre los participantes y además son utilizadas por las mujeres del Programa en el taller de cocina que se dicta en el mismo centro comunitario. A esta huerta de Villa Zagala acude habitualmente Luciana Alonso, técnica del INTA, para realizar capacitación, acompañamiento técnico y facilitar el acceso a los insumos, como material didáctico (manuales y cartillas), semillas de variedad, plantines y kits de herramientas, entre otros. «Las semillas corresponden a variedades que permiten la autoproducción de semillas y, en consecuencia, crecientes grados de independencia con respecto al programa», indica Alonso.
Otra de las cientos de huertas que se desarrollan en la Ciudad de Buenos Aires es la que lleva adelante el Centro de Estudiantes de Nutrición de la UBA. Se encuentra en pleno corazón porteño, en el edificio en donde antiguamente funcionaba la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, en la calle Marcelo T. de Alvear al 2200. El patio de la planta baja, que estuvo abandonado por años, fue recuperado por estudiantes de Nutrición y allí comenzaron el armado de la huerta en diferentes canteros y macetones. «La idea era recuperar las formas antiguas de producción de alimentos, sin agrotóxicos, y volver a darles valor a las semillas», cuenta Pablo Rubino, quien era estudiante de Nutrición de la Facultad de Medicina de la UBA al inicio del proyecto y hoy, ya egresado, ejerce como docente de Socioantropología de esa carrera y es integrante de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la facultad. En el predio recuperado funciona el bar saludable Vení UBA, atendido y gestionado por estudiantes de Nutrición, que ofrece menús muy económicos. Si bien el bar no puede abastecerse con los productos de la huerta, porque todavía la producción propia es escasa, sirve como puerta de entrada para que los comensales conozcan ese ámbito de agricultura urbana. «Este es un espacio de taller, abierto a la comunidad, para que cada uno pueda venir con sus semillas, intercambiar y aprender que hay otra forma de producir que pueden implementar. Porque consideramos que las semillas no son propiedad de nadie. La vida no se patenta, esos son los valores de la huerta, y de a poco los estudiantes se empiezan a involucrar».

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