Crédito al trabajo

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Préstamos otorgados a emprendedores individuales y cooperativas. Fomentan el autoempleo, el asociativismo y la inclusión social. El rol del Instituto Movilizador.

 

Microcréditos. La compra de máquinas y materiales para hacer más ágil el trabajo cotidiano es el principal destino de los préstamos.

Desde que me separé tuve que inventar un trabajo para vivir. Como soy visitadora médica y siempre me dediqué a la venta, trabajé como preventista para terceros, pero llegó un momento en que la relación de dependencia se me hacía difícil porque mis hijos eran chicos, entonces trataba de imaginar opciones», cuenta Gladys Amejeiras, único sostén de su familia. La búsqueda de Gladys fue ardua, incluso llegó a leer todas las páginas amarillas de la guía telefónica buscando qué hacer para ganar dinero y, al mismo tiempo, quedarse en casa a cuidar a sus hijos. Un día, hablando con el dueño de una ortopedia, surgió la idea de fabricar pantuflas y alpargatas a mano. El caso de esta artesana marplatense es similar al de miles de emprendedores que se lanzan al desafío de encontrar una alternativa de autoempleo. Y un denominador común para impulsar y sostener estos pequeños proyectos son los microcréditos, destinados fundamentalmente a sectores de bajos ingresos que no tienen posibilidades de acceso al crédito formal. Fiel a la filosofía que le dio origen (ver recuadro) el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos firmó en 2011 un convenio con el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación para administrar y ejecutar fondos del Programa Padre Carlos Cajade a fin de apoyar con pequeños préstamos a proyectos viables de productores rurales, artesanos, trabajadores gastronómicos, textiles, y emprendimientos de servicios, entre otros. Conformó para este fin dos redes que distribuyen recursos a través de lo que se denominan organizaciones ejecutoras (OE), una en Córdoba y otra en la Costa Atlántica bonaerense.
«Me enteré de los microcréditos porque la gente de la OE Cooperativa Nuevo Impulso se acercó al puesto de vitrofusión que tiene mi mamá en la feria de artesanos. Me pareció buena idea pedir uno para montar mi propio taller –explica la orfebre Victoria Anahí Tévez–. Ya terminé de pagar el primer préstamo y ahora voy a solicitar otro para comprarme un tubo de oxígeno con soplete para fundir metal y hacer piezas de joyería», añade la joven marplatense que fabrica, con diferentes técnicas, bombillas y accesorios de joyería, además de mates de cerámica. El taller de Victoria se encuentra al costado de la casa familiar, donde antiguamente su papá tenía su tapicería. «Me gusta mucho el oficio, trato de hacer un diseño diferente para cada pieza», dice entusiasmada.

 

Vocación
Para llegar hasta el improvisado taller textil de María Paz hay que atravesar una pérgola cubierta por enredaderas. Allí, en lo que fue el jardín de invierno de la casa de sus abuelos, ahora predominan los tonos vivos de rollos de lonas, algunas desplegadas en una gran mesa de corte y mezcladas con hilos, cintas, botones teñidos, entre muchos otros materiales. Aunque estudió Cine, María encontró su verdadera vocación en el diseño y confección de diversas prendas y artículos de tela, desde baberos, cambiadores para bebés y delantales con graciosos personajes creados por ella, hasta coloridas lonas de playa. «Al principio vendía sólo en ferias, luego fui a ofrecer mis productos a algunos negocios y ahora también los publico en una página de Facebook», cuenta ella, que se preocupa por no descuidar ningún detalle a la hora de diseñar.

En el mercado. Miguel Cabrera y Orlando Colatto, con los nuevos carros.
Córdoba. Abraham, Talone y Rossa, de Cachalahueca.

Victoria Tévez. En su taller hace bombillas, mates y piezas de joyería.
Marcela Cardoso. Artesana del cuero, produce cintos, billeteras y bolsos.

La posibilidad de hacerse de un buen stock de telas llegó de la mano de un microcrédito. «En las ferias, como las que realiza el IMFC en su sede marplatense, hay mucha solidaridad. Es común contactarte con otros emprendedores e intercambiar ideas, prestarse cosas y pasarse información. De este modo me enteré de que podía sacar un pequeño préstamo para aprovisionarme de materiales. Cuando termine de pagar mi primer crédito, quiero sacar otro para poder mandar a estampar y cortar en cantidad; esto me permitiría un mejor rendimiento, porque hasta ahora trabajo todo el día para quedar hecha», revela Paz, quien antes de acceder a esta herramienta financiera deambuló por diferentes bancos. «Las tasas eran muy altas y me pedían requisitos imposibles de cumplir», señala la diseñadora y costurera.
El periplo de Marcela Cardoso es similar al de centenares de artesanos que diariamente apelan a infinidad de recursos para colocar sus productos en mercados alternativos. «Siempre recorro los negocios para ver qué se usa, le pregunto a la gente qué le gusta y trato de ver dónde vender mis productos. Se puede decir que hago un rudimentario estudio de mercado», expresa sonriendo la artesana que, como en otros casos, antes de dedicarse a la confección manual de cinturones, carteras, bolsos, billeteras y accesorios, trabajó en diferentes rubros. Dificultades personales y económicas la desafiaron a explorar nuevos caminos, pero finalmente decidió que el cuero iba a ser su medio de vida y fue la capacitación en administración de emprendimientos que ofrece el Ministerio de Desarrollo Social la que le permitió hacer viable su proyecto. «Me dio vuelta todo –afirma Cardoso–, empecé a anotar lo que gastaba, lo que vendía, cuánto fabricaba por día, y comprendí que ser artesano no significa que no te tengas que organizar». De este modo, Marcela calcula meticulosamente sus gastos y, fundamentalmente, ordena sus tiempos, ya que en sus ratos libres se entrega a su vocación de actriz.
Trabajar en casa es otra condición que aúna a la gran mayoría de los microemprendedores y microemprendedoras, sobre todo porque, según se estima, un 80% de ellos son mujeres que se dedican además a la crianza de los hijos y el cuidado de familiares. Claudia Gatti, mamá de 6 hijos, tomó la decisión de elaborar tortas galesas y alfajores artesanales cuando la economía familiar estaba en jaque. «En ese momento alquilábamos, estábamos terminando la casa y el país se encontraba en plena crisis. Con lo que ganaba mi esposo no alcanzaba para sostener una familia numerosa como la nuestra. Entonces busqué una alternativa que me permitiera sumar otro ingreso a la casa y, al mismo tiempo, quedarme con mis chicos», añade Claudia. Para impulsar el proyecto, ella y su marido diseñaron y fabricaron distintos elementos de trabajo, como un dispenser de dulce de leche. «A veces rellenaba hasta 200 alfajores por día con una manga manual y quedaba con la espalda y las manos doloridas, entonces mi esposo se las ingenió para armar, con una máquina de hacer chorizos, un sistema para volcar la cantidad exacta de dulce sin tener que hacer fuerza», explica Claudia, que a veces sueña con abrir una casa de té en el hogar que construyó a pulmón con su marido en el bosque Peralta Ramos.

Política pública. El IMFC participa del programa que ya entregó 400.000 créditos.

La creatividad y la búsqueda de soluciones prácticas y de bajo costo para responder a un determinado desafío son otros aspectos que distinguen a muchos de los emprendedores. Ese ingenio es el que utilizó Eduardo Ricardo, técnico en alimentos, para montar su pequeña fábrica de cerveza artesanal. «Con un amigo armamos todo el equipo para la producción; investigamos y conseguimos piezas y materiales para abaratar los costos. No creo que este sistema sea perfecto pero me da buenos resultados, en un tiempo lógico de elaboración», explica el ingeniero que produce 180 litros de cerveza por semana. Si bien este emprendimiento no es su única ocupación (Eduardo trabaja en un laboratorio del puerto marplatense), su intención es dedicarse tiempo completo a la iniciativa que comenzó como un hobby y que luego se transformó en una posibilidad viable de autoempleo. Por el momento, junto con un diseñador de páginas web, alquila por Internet choperas para eventos.

 

Compromiso colectivo
Los microcréditos que gestiona el Instituto Movilizador a través de sus redes no sólo están destinados a emprendedores particulares, sino también a grupos asociados, como son las cooperativas de trabajo. En estos casos, tanto los beneficios como las responsabilidades y compromisos son colectivos.
«El proceso del armado de nuestra cooperativa empezó a gestarse lentamente cuando se trasladó el Mercado de Abasto de la ciudad de Córdoba y estalló la crisis en el país. Por aquel entonces comenzaron unas peleas terribles porque los “carteludos” (con mayor poder dentro del mercado) metían el pecho y no nos dejaban laburar tranquilos», cuenta Miguel Ángel Cabrera, quien para ese entonces, y como tantos otros de sus compañeros, trabajaba de changarín desde hacía más de 20 años. Fue a partir de una ordenanza municipal, que estableció que nadie podía trabajar en el abasto si no estaba empleado en un puesto o era miembro de una cooperativa, lo que motivó la asociación.
«Éramos unos 10 “loquitos” –recuerda Cabrera, presidente de la Cooperativa de Trabajo El Abasto– que empezamos a movernos y en 2004 conseguimos la matrícula como cooperativa de changarines». Entusiasmados, asistieron como oyentes a una tecnicatura de administración en cooperativas y mutuales que se dictaba en el colegio universitario Manuel Belgrano. «Aparecimos entre los alumnos en alpargatas y con un cuadernito Gloria. Al principio nos miraban finito –cuenta risueño Miguel Ángel– pero después fuimos tomando confianza». Allí aprendieron los puntos básicos de la doctrina cooperativa, se interiorizaron acerca de los diferentes sistemas económicos y se capacitaron en planificación de proyectos, lo que les permitió acceder a subsidios y microcréditos. «Con el primer préstamo que obtuvimos, que era de 7.000 pesos, compramos una computadora y 10 carros de carga y descarga para alivianar el trabajo y mejorar la salud de nuestra gente», comenta el tesorero Orlando Colatto. Después vinieron otros préstamos, el más reciente de 30.000 pesos, y también aparecieron nuevas ideas, como montar una escuela de capacitación en herrería y soldadura. El reciente aporte también se empleará para la compra de carros. «También para seguir haciendo el tinglado y comprar materiales para armar carros nuevos nosotros mismos», dice Cabrera. Antes de la conformación de la cooperativa, que actualmente cuenta con 180 asociados, eran pocos los trabajadores que sabían leer y escribir: la mayoría se manejaba por el color de las boletas para preparar pedidos. Para subsanar ese déficit la entidad implementó el programa cubano de alfabetización «Yo sí puedo». Después fueron por el secundario. «Nos dimos cuenta que la educación era la clave para perdurar », afirma Cabrera.

Logro. Gladys Amejeiras alcanzó la ansiada meta del trabajo independiente.
Criadores. Silvia Rodríguez, Juan Sovak, Oscar Trigo y Virginia Quintero.

Tortas y alfajores. Con ellos, Claudia Gatti aporta a la economía familiar.
Eduardo Ricardo. Logró montar una pequeña fábrica de cerveza artesanal.

Las empresas recuperadas transformadas en cooperativas también son beneficiarias de microcréditos para financiar sus proyectos y consolidar sus actividades productivas. La historia de los trabajadores de un importante taller gráfico del barrio Alta Córdoba es similar a la de tantos obreros que debieron enfrentar la pérdida de sus fuentes laborales por la negligencia de sus patrones en el manejo de los recursos; deudas a proveedores y retrasos impositivos y salariales marcaron el último tramo de la empresa antes de la bancarrota. Ante esta situación y bajo la denominación de Cooperativa de Trabajo Gráfica Integral, los trabajadores cordobeses decidieron tomar el taller y reactivar la producción. Pero la puesta en marcha no fue sencilla: los nuevos dueños debieron restablecer los vínculos y ganarse la confianza de proveedores y clientes. «Como empezamos a tener mucha demanda de trabajo, sentimos la necesidad de incorporar mayor tecnología y se nos ocurrió invertir el seguro de desempleo en una máquina y hacer revistas», recuerda el titular de la entidad, Gabriel Oviedo. Después gestionaron un microcrédito en el IMFC para comprar una troqueladora y una impresora y ahora irán por un segundo préstamo, esta vez para adquirir una dobladora de folletos. Según Oviedo, todas las decisiones de la cooperativa se toman democráticamente y la modalidad fortalece los vínculos entre los trabajadores. «La lección más importante de esta experiencia fue entender que para salir de la crisis debíamos crecer todos juntos», concluye Oviedo.

La autogestión permite también que puedan tomar cuerpo diferentes iniciativas ligadas con la cultura. Una de esas experiencias es la de Cachalahueca, cooperativa conformada por artistas y comunicadores. Fundada en Catamarca en 2004, en la vieja terminal de trenes a la que reciclaron y llamaron Estación de Sueños, la experiencia trascendió las fronteras de su provincia y se replicó en otros sitios. En 2007 se asentó en el barrio Güemes de la capital mediterránea. «La idea era convertirnos en un polo cultural, de militancia, y a la vez resolver la necesidad laboral de cada integrante», explica Nicolás Talone, fotógrafo y síndico de la filial Córdoba de Cachalahueca. Talleres de escultura, teatro, fotografía, títeres, piano, murga, tango y folclore son algunas de las propuestas. También se organizan peñas y ferias y se producen contenidos audiovisuales. Por otro lado, bajo la premisa de transformación social, Cachalahueca se articula con otros emprendimientos barriales y sociales para promover actividades comunitarias. «Para mejorar los equipos de sonido pedimos un primer microcrédito de 3.000 pesos, que pagamos en tiempo y forma», asegura Sergio Abraham, comunicador social y vocal de la cooperativa. Ahora, para crear nuevas fuentes de trabajo y potenciar sus realizaciones, los cooperativistas van a tomar otro préstamo, en este caso, para adquirir una cámara de video que filme en alta definición.

 

Del puerto al campo
Cambiar la pesca por la cría de gallinas y chanchos fue el desafío de un grupo de fileteros que por fuerza mayor debió trasladarse del puerto al campo. «No sabíamos nada de la cría de animales de granja y del cultivo de la tierra, pero después de mucho rodar, cuando las empresas pesqueras nos dejaron sin trabajo, decidimos convertirnos en productores rurales», cuenta, entre mate y mate, Oscar Trigo, secretario de la cooperativa marplatense Cuatro Banderas. En dos pequeñas chacras, propiedad de algunos de los integrantes de la entidad, todos, hombres y mujeres, agarraron picos, palas, martillos y serruchos para armar galpones y corrales. «Las chapas y los clavos los compramos con un microcrédito, pero como la producción por ahora sólo alcanza para mantener a nuestras familias, queremos sacar otro préstamo para comprar más herramientas de trabajo», dice la vocal, Virginia Quintero. «Sabemos que lo primero es invertir, aunque tengamos que comer arroz y nada más que arroz hasta que esto produzca. Si no invertimos y nos comemos lo que ganamos, nunca vamos a progresar», agrega Silvia Rodríguez, mientras busca en su celular fotos de los chanchitos nacidos el día anterior. Además de vender en ferias, el gran proyecto de los ex fileteros es instalar un restaurante donde ofrecer los productos frescos de sus tierras.
La experiencia de la Cooperativa de Trabajo de Cuidadores Domiciliarios Mar del Plata demuestra cómo la integración solidaria y la ayuda mutua pueden cambiar y mejorar la vida, de los asociados y de quienes utilizan sus servicios. Elsa Miori, docente jubilada y actual presidenta de la entidad, encontró en la cooperativa no sólo un medio económico de vida sino también un lugar donde plasmar su vocación solidaria, forjada durante 40 años de militancia en el cooperativismo de crédito.
Cuando culminaron el curso de formación de cuidadores domiciliarios que ofrece el Ministerio de Desarrollo Social, destinado a la atención de adultos mayores y personas con discapacidad, Elsa y algunas de sus compañeras decidieron que la mejor forma de llevar adelante esa tarea era a través de la autogestión asociativa. Con el primer microcrédito adquirieron los bolsos y los elementos que necesitaba cada cuidadora para su trabajo; algunas se compraron computadoras para, entre otras finalidades, enseñarles a los ancianos a enviar correos electrónicos a sus familiares, y ahora están pensando en invertir en ciclomotores para facilitar la movilidad de las cuidadoras.

Entre telas. María Paz encontró su vocación y una forma de sustento.
Feria. Cada semana los emprendedores exponen en la filial marplatense.

Los lazos que se tejen con las familias y entre las cuidadoras –en su mayoría mujeres– tienen características particulares en cada caso, como los que se crearon cuando una pareja de desocupados que se había quedado sin vivienda se acercó a la cooperativa buscando respuesta a su necesidad de empleo. «Vivían en un parador de la municipalidad. Él había sido estibador en el puerto y por un problema de salud perdió el trabajo; sus hijos ya eran grandes y no tenían posibilidades de recibirlos en sus casas, por eso vinieron a pedirnos que los ayudáramos para formarse como cuidadores –cuenta la secretaria de la cooperativa Andrea Larrubia–. A ella le dimos trabajo durante el turno de la noche y a él le conseguimos algunas changas». Para que pudieran contar con un lugar para vivir, la entidad gestionó un microcrédito de 3.000 pesos. Con eso la pareja pudo alquilar un pequeño departamento por la temporada de invierno. Luego, la regularidad laboral les permitió firmar un contrato por 24 meses. «De esta manera pasaron a tener trabajo y vivienda –comenta satisfecha Elsa–. Hace poco ella nos invitó a su cumpleaños, también estaban sus hijos y nietos. Fue muy emocionante».

—Silvia Porritelli
Informe desde Córdoba: Bibiana Fulchieri

Fotos: Juan M. Quintanilla y Bibiana Fulchieri

 

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