Crónica de una tarde de Scrabble

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Sábado por medio en un sótano porteño, 70 personas se reúnen a disputar encarnizadas partidas del juego de palabras más famoso del mundo. Quiénes y cuántos son sus fanáticos en la Argentina y por qué pugnan por que sea considerado un deporte.

(Foto: Guido Piotrkowski)

T+I+M+B+O+Y. De izquierda a derecha, las seis letras ordenadas de manera legible sobre el tablero de Scrabble suman 16 puntos que se traducen en 32, ya que alguna de las letras –la B, en concreto– y la palabra completa fueron colocadas sobre casilleros que duplican el valor de la una y la otra. El jugador puede o no saber qué significa exactamente la palabra que formó, que, en el caso puntual de timboy, solo puede ser un dato útil para un botánico especializado en árboles, para un filólogo estudioso de las lenguas originarias o, en efecto, para aquel que ha hecho de este juego de mesa poco menos que una pasión.
«La palabra que más puntos logró en un torneo fue “azuzaron”, que sumó 203», informa entusiasmado Horacio Moavro, presidente de la Asociación Argentina de Scrabble (AAS), organización que agrupa a 150 jugadores de todo el país, consultado por los récords oficiales del que parece ser algo más que un pasatiempo. Las marcas importan porque tienen que ver con el objetivo del juego, que es sumar puntos formando palabras mediante 100 letras que se reparten de a siete de manera alternada entre dos contrincantes. Colocar una palabra con las siete fichas que cada participante tiene en su atril significa formar un Scrabble y así obtener 50 puntos extra.
Los inicios de la entidad que agrupa a los fanáticos locales datan de 1997, cuando dos jugadores de tenis debieron suspender su encuentro deportivo por una lluvia imprevista, y entonces apelaron al viejo juego de Scrabble, tal vez a mano en el estante superior de un armario del hogar familiar. Así nació la idea de reunir a los que, como a ellos, el juego de palabras les resultó un desafío atrapante. Luego de varias convocatorias y una negociación que implicó a Mattel, una de las gigantes del sector juguetero dueña de la marca, al año siguiente nació la AAS, que es la organizadora, hoy, de encarnizados torneos que se llevan a cabo todos los meses, sábado por medio, en un sótano del barrio porteño de Palermo.
Poco importa si arriba hace frío o calor, o si llueve o hay sol. A partir de las tres, tres y media de la tarde, en la sede de las calles Borges y Soler, los participantes se abocan al juego y todo lo demás, de verdad, pasa a un segundo plano. Distribuidos en el sótano, cerca de 70 jugadores se concentran. Un cronómetro les otorga media hora a cada uno para jugar sus letras, que tienen distintos valores. Están aquellos que se lucen por su velocidad para anagramar y formar las palabras o los que deslumbran por su capacidad de almacenar monosílabos de cuatro letras como grog o quif.
El juego reclama, además, una dosis de estrategia. «Y también demanda agresividad. Intervienen la memoria y el lenguaje y requiere tomar decisiones. Y exige garra», destaca Claudia Amaral, bicampeona mundial de los años 1999 y 2004 y creadora del proyecto CRANEOS, un método de enseñanza y práctica del Scrabble, que ella aplica, por caso, en talleres para la tercera edad o en el colegio Tarbut, donde el juego es una actividad extracurricular. «¿Sabías que con las letras de “craneos” podés formar otras 25 palabras de siete letras?», pregunta la jugadora, dando una idea de qué va la actividad.

Transpirar la camiseta
¿Puede entonces la complejidad del Scrabble equipararlo al ajedrez y convertirlo en una actividad deportiva? ¿Cuáles son las diferencias con el juego-ciencia? ¿No es acaso el póker también considerado un deporte y hasta transmitido por Fox Sports o ESPN? «Aunque a mi entender la incidencia del azar es mínima, hay una diferencia con el ajedrez, que, dicen quienes lo practican, no tiene nada de azaroso. En cuanto a los deportes en los que hay que transpirar la camiseta, te puedo asegurar que, aunque el cuerpo permanezca quieto, en este juego transpirás. Y mucho», responde Moavro, subrayando que compitiendo se siente presión y que aquello de «encarnizadas partidas» es absolutamente descriptivo y no un mero lugar común.
Amaral, por su parte, habla de la adrenalina que le dispara formar una palabra de siete letras en su atril y encontrar en el tablero el lugar preciso donde ubicarla y sumar. Para ella, quien además ha sido subcampeona mundial en 2009 y 2017, el Scrabble es sin dudas un deporte. Y como a cualquier deportista de alto rendimiento, su práctica también le ha provocado angustia. Según confiesa quien es poco menos que la Roger Federer del juego de palabras en español, hasta no hace mucho eran pocos los torneos internacionales organizados por la Federación Internacional de Scrabble en Español (FISE) en los que no se pusiera a llorar ante la sensación de poder haberlo hecho mejor.
«A diferencia del ajedrez, donde tenés piezas que parten de una situación idéntica y que siempre es la misma, aquí el tablero está en blanco y no hay una jugada de apertura», distingue la entrevistada, consultada por la comparación con el llamado juego-ciencia. Además de los requerimientos compartidos, entre las semejanzas también existe un ELO, un sistema de puntuación que como en el ajedrez permite rankear a un jugador. Y en cuanto al póker, dice Claudia Amaral, el jugador de Scrabble también miente, por ejemplo, actuando para hacerle creer al contrincante que no tiene las letras necesarias para jugar. «Y aquí también se hace trampa, rompiendo las reglas. No te olvides de que esto es un juego y en el juego siempre se muestra la hilacha», comenta la campeona.
Lo deportivo, conceden los jugadores, también se manifiesta en lo competitivo, que en los torneos es un aspecto que parece pesar más que el costado lúdico. «En mi caso –agrega Moavro–, cuando dejé de jugar recreativamente pasé a hacerlo competitivamente. Y sí: es diferente hacerlo de una manera o de otra». Por cierto, como confirma el presidente de la AAS, el carácter deportivo del Scrabble está en los entrenamientos que, por caso, consisten en estudiar durante varias horas por día conjugaciones de verbos imposibles como tañer, argüir o ciar, o en leer y releer el diccionario, que pasa a ser poco menos que un libro de cabecera.Ingenio y audacia
Para destacarse y ganar torneos, además de estudio y entrenamiento, son necesarios un par de ingredientes extra: cierto amor por las palabras e ingenio –¿o es creatividad?–, aplicada a la esencia del juego que, como se dijo, es formar anagramas que pueden existir o no. Si además de ingenioso el jugador es audaz, arriesgará su turno y colocará la palabra que formó, aunque no esté totalmente seguro de que exista y sea válida. Si el contrincante tiene dudas, estará en su derecho consultar la validez del término, lo que se realiza a través de la aplicación Lexicon –algo así como el VAR del Scrabble– que convalidará o rechazará la palabra y cuyo veredicto es inapelable. Así, mientras gorrear, embostar y veza valen, empurgar y timbrear, no.
En los treinta y tantos tableros que sábado por medio enfrentan a dos jugadores, es posible hallar distintos perfiles. A primera vista, hay mujeres y hombres, con mayoría de las primeras, relación que no se refleja en los torneos mundiales, ganados por jugadores varones salvo en tres oportunidades. Predomina la edad mediana. Durante la segunda fecha del torneo mensual, la concurrencia se incrementa debido a que a la sede de Palermo llegan a jugar los asociados del Interior: Bahía Blanca, Santa Fe, Rosario, Paraná, entre muchas otras ciudades en los que la AAS tiene actividad. Ellos disputarán en una jornada doble que arranca a la mañana el torneo mensual.
En lo profesional, el Scrabble tiene una convocatoria de lo más heterogénea: no faltan los docentes de dedicación exclusiva, las rigurosas correctoras y los psicoanalistas de distintas corrientes. Además, hay deportistas dedicados, talentosas artistas plásticas y exitosos comerciantes, entre muchos otros perfiles. Claudia Amaral es profesora de educación física y reflexóloga. Horacio Moavro es contador público nacional. «Aunque los que tienen formación o actividad vinculada con las letras son más vistosos a la hora de jugar, los que tienen formación exacta son más efectivos. Esos son los que cuentan las fichas y en la última jugada saben qué letras tiene su rival en su atril», explican en la AAS.
Lo más interesante, de todas maneras, está más allá de los Currículums Vitae. Entre la variopinta concurrencia de los sábados, el profesor de física y campeón argentino Rogelio Ribas, de 51 años, confiesa que el Scrabble fue vital para ayudarlo a recuperarse de un aneurisma cerebral. Altamente adictivo, también fue la tabla de salvación para una ludópata hoy en recuperación, que encontró en el juego de palabras la manera de mantenerse a salvo de las apuestas y canalizar la pulsión. Entre los psicoanalistas, juega una expaciente de Oscar Masotta, el introductor en la Argentina de Jacques Lacan. «La verdad es que todos, en general, somos bichos raros –admite una asidua jugadora–. Solo a nosotros se nos ocurre llevar como regalo a una fiesta de cumpleaños un diccionario de conjugaciones».

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