Cultura de barrio

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Espectáculos en vivo y talleres para todas las edades son las propuestas de la entidad que, además, promueve el consumo de productos de otras cooperativas. «Poder sostener estos espacios es un acto revolucionario», dice su secretario.


Apuesta. Ubicada en el barrio de Mataderos, se convirtió en un lugar de referencia. (Jasmín Mendiburu)

Nuestra misión es administrar este espacio de la mejor manera para que sea un lugar de encuentro del barrio que perdure en el tiempo». Así describe Florencio González, secretario de la cooperativa El Tanque Cultural, el objetivo por el cual trabajan desde hace casi tres años. Ubicado en el barrio porteño de Mataderos, surgió como una forma de descentralización de las propuestas culturales. El proyecto fue pensado, en un principio, por él y por Sergio Morán, el actual presidente. Desde hace un año alquilan el predio de la calle Acassuso y disponen de un auditorio con bar, patio, sala de teatro acustizada, camarines y un salón donde se dictan talleres. La cooperativa ofrece espectáculos y actividades para todas las edades; lo que facilitó el acercamiento tanto al barrio como a los vecinos. «Tenemos talleres de lectura, de zumba, de percusión con señas, candombe, folklore, tango y yoga, entre otros. Ahora va a empezar un taller de percusión para niñes. Además, de jueves a domingo tocan bandas en vivo», explica González. Y continúa: «Mientras los y las artistas recaudan lo que ingresa por la venta de entradas, nosotros trabajamos la gastronomía».

Autoabastecimiento
El centro cultural cuenta también con una huerta que los ayuda a abastecerse. «La idea es que crezca y nos permita elaborar los platos con nuestros propios productos», dice el referente de El Tanque. Integrada por doce personas, todas las decisiones se toman en asamblea y se discuten entre los asociados. Con relación a la distribución de excedentes, el secretario explica que, para ser equitativos, fijaron un valor por hora pero, teniendo en cuenta el contexto económico, «los retiros son para los compañeros que no tienen otro trabajo, la prioridad la tienen ellos». En cada una de las áreas cuentan con especialistas. «La cocina está a cargo de una compañera que es chef. El sonido lo manejan técnicos porque tratamos de generar una acústica que permita que los músicos y las músicas se sientan cómodos y que quienes vengan a escuchar una banda la disfruten».
A futuro, planean reflotar uno de los proyectos madre: una escuela popular de música. «Queremos acercarle a les niñes la posibilidad de tener un espacio de formación que les permita, luego, exponer lo que hacen», expresa González. En relación con este proyecto, comenta que recibieron una propuesta de una banda del barrio para financiar la sala de ensayo y tener, así, un lugar en el cual trabajar: «Es algo muy lindo que la misma gente del barrio te ofrezca ese tipo de cosas, habla de lo mucho que les gusta este proyecto». Talleres de herrería, construcción de muebles con pallets y reparación de bicicletas son otros de los proyectos que se vienen.
 También tejieron redes con otras entidades: trabajan en conjunto con una radio del barrio, la también cooperativa Frecuencia Cero. «Estamos analizando la posibilidad de que hagan el programa en vivo, desde acá, una vez por mes. Ellos, además, los días miércoles sortearían entradas para que la gente venga a nuestros shows», afirma González.
La promoción del consumo de productos elaborados por otras cooperativas también es parte fundamental del trabajo cotidiano de la entidad solidaria. «Necesitamos que la gente sepa que existen otras formas de organización y que representan un medio de vida para quienes lo llevamos a cabo. Es vital consumir esos productos. Para nosotros son prioridad cuando tenemos que salir a comprar. Es una decisión política. En este momento del país, poder sostener estos espacios es un acto revolucionario».