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De eso sí se habla

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Ávidos de información, debutan entre los 14 y los 15 años, por lo general con alguien de su grupo de pares. Medios de comunicación e Internet, nuevas presencias en la intimidad de los más jóvenes.

 

En las aulas. La implementación de la ley de Educación Sexual Integral, promulgada en 2006, encontró escollos en muchas provincias. (Jorge Aloy)

Hablar de la sexualidad humana implica, entre otras cosas, adentrarse en el complejo mundo íntimo de una persona. Pero el asunto se torna más arduo cuando se enfoca en una etapa vital, intensa, cambiante y, sobre todo, escurridiza: la adolescencia. Desde el vamos, el término mismo utilizado para denominar esa etapa de la vida es cuestionado por los actuales enfoques de las ciencias sociales. La palabra que aportó la psicología a comienzos del siglo XX hacía referencia a un período marcado por la edad y caracterizado como problemático, rebosante de conflictividad. Hoy, con un enfoque predominantemente sociocultural, se habla de «adolescencias» para poner el acento en la enorme variedad de expresiones individuales con las que se manifiesta, y el perfil etario no es el único que se toma en cuenta para tipificarlas y definirlas. Vivir en una ciudad grande o en un pueblo, pertenecer a una determinada clase socioeconómica, tener casa propia o seguir viviendo con los padres, determinar qué bienes culturales se consumen o qué estéticas se privilegian son otros de los tantos parámetros que se toman a la hora de acotar la población que podría entrar en esta categoría. Concomitantemente, éstos y otros aspectos influyen en las formas en que, por ejemplo, los jóvenes de escuelas secundarias viven su sexualidad.
«En general, los estudios de América Latina dicen que han ganado preeminencia los grupos de pares adolescentes como fuente de información y como instancia de formación de valores acerca de la vida sexual. Hay una idea generalizada de que hay un declive del peso de la palabra adulta en este aspecto», dice el sociólogo Daniel Jones, cuya tesis doctoral se basó en una investigación realizada entre 2003 y 2005 en escuelas públicas de una provincia patagónica y que en 2010 se convirtió en el libro Sexualidades adolescentes: amor, placer y control en la Argentina contemporánea. Y agrega Jones: «Otro factor de influencia relevante es el uso de Internet, por la posibilidad de mayor acceso a la información y a la pornografía, cuya influencia no ha sido lo suficientemente analizada para poder lograr que los adolescentes tengan una recepción crítica. También destacaría los medios de comunicación, en tanto difusores de modelos y valores. Además, tengamos en cuenta que ningún fenómeno social se puede entender fuera de la lógica de las clases sociales, de una pertenencia a ciertos estratos socioeconómicos, y que, a su vez, pesan sobre todas las experiencias vitales».  A partir de su trabajo de campo, Jones también plantea que «hay un prejuicio bastante extendido de que la sexualidad de los adolescentes sería algo radicalmente diferente a la de los adultos y esto tiene que ver con una cierta ansiedad social del mundo adulto. Para definir esta etapa y evaluar el comportamiento sexual se sostiene una visión adultocéntrica».

 

Cambios culturales
Aun cuando las generalizaciones dentro de los estudios sociales son arriesgadas y los datos duros de las estadísticas dejan de lado particularidades, es posible trazar un retrato aproximado de las características compartidas por los jóvenes. En 2012, el equipo de investigaciones que dirige la socióloga Ana Lía Kornblit realizó un relevamiento en escuelas medias de todo el país. A unos 6.200 jóvenes, de entre 13 y 19 años, se les preguntó acerca de temas de sexualidad y género. El proyecto del Instituto de Investigaciones Gino Germani comenzó en 2011 y finaliza en 2014, bajo el título: «Prácticas sexuales de los jóvenes. Su vinculación con la ley de Educación Sexual Integral». «Observamos, por ejemplo, que el debut sexual se produce con alguien del círculo afectivo cercano, un amigo o amiga, o conocidos del grupo de pertenencia con quienes se tiene un contacto asiduo», señala el sociólogo Sebastián Sustas, miembro del equipo. «Hay también una cierta disminución en la edad iniciática; en promedio es entre los 14 y 15 años, con los varones, en general, empezando antes que las mujeres. Vimos que hay una leve disminución en el uso del preservativo como método anticonceptivo y de prevención de enfermedades de transmisión sexual, aunque sigue siendo el más usado. Y encontramos un aumento en la utilización de métodos de prevención del embarazo tales como las píldoras ya conocidas y la llamada “píldora del día después”», agrega. Pudieron verificar también un alto porcentaje de respuesta de aceptación y tolerancia hacia las diversidades y las minorías sexuales. «Sin embargo, vale aclarar que no hay una uniformidad en el país, pues varía según la región. Notamos menor apertura en las regiones del NOA, el NEA y Cuyo y mayor en la ciudad de Buenos Aires y alrededores, así como en la Patagonia», dice Sustas.

(Foto: Guadalupe Lombardo)

Las leyes aprobadas estos años referidas al respeto por la diversidad sexual y contra la violencia de género han servido como marco para cambios culturales y sociales que conllevan una necesaria reformulación de valores y prácticas que atañen a la sociedad en su conjunto. Puede mencionarse la ley nacional de Educación Sexual Integral promulgada en 2006, cuya implementación ha encontrado a lo largo del país no pocos escollos y no precisamente por parte de sus destinatarios. Miriam Soler, licenciada en psicología y directora del programa «Educación y salud sexual en el crecimiento de niños y adolescentes», de la Universidad de Buenos Aires, informa que ese  programa de extensión surgió a partir de la ley nacional. «Desde la cátedra de Adolescencia de la Faculta de Psicología de la UBA, a cargo del licenciado Adrián Grassi, pensamos que algo teníamos que hacer con todo lo que nosotros sabemos, desde la teoría psicoanalítica, de los trabajos psíquicos que hace un adolescente mientras está creciendo», dice. El programa tuvo en cuenta la Convención Internacional de los Derechos del Niño, «a partir de lo cual consideramos a los niños y a los adolescentes como sujetos con derecho a una sexualidad saludable», sostiene Soler. El equipo, integrado por seis psicólogos y una médica ginecóloga, realiza talleres para adolescentes, docentes y padres en las escuelas que los soliciten. «Hay un bombardeo de información, especialmente a través de los medios de comunicación, pero notamos que no tienen las herramientas psíquicas para metabolizarla, es decir, para poder pensar y apropiarse de eso no sólo desde la razón o la intención o la voluntad, sino desde el hacer y el sentir». Como parte de la intensa experiencia en las escuelas, notaron además que «es muy fuerte la demanda de los chicos por cómo construir lo que llamamos la categoría de alteridad, que es el sentirse ellos sujetos respetados y, a su vez, respetar al otro, en un momento como este, en el que el sistema de consumo ubica más al otro como un objeto para consumir. Creo que es un reto para construir hoy: la dimensión de uno como sujeto. La sexualidad y la vida afectiva que tenga el joven están en juego», afirma.
Las instituciones escolares y la familia son la parte central de ese  mundo adulto con el cual conviven los jóvenes. Por eso es importante analizar qué clase de diálogo se sostiene en ese ámbito. Según Jones, «si la palabra educativa del mundo adulto no prioriza las inquietudes y los intereses de los adolescentes, va a ser una palabra escasamente escuchada, porque, en contra de lo que se cree, ellos están esperando una palabra adulta de comprensión, que sea una escucha y no sólo una bajada de línea, que drene información fehaciente, que sea contemplativa de la sexualidad de los adolescentes enmarcada en relaciones afectivas, en proyectos, en expectativas, en sueños, en fantasías y no la mera genitalidad». Para el experto, «es importante que el adulto encuentre un tono, lo cual no quiere decir expresar o recomendar sólo lo que el adolescente quiere escuchar, sino que tenga el objetivo de instaurar una dinámica de diálogo que sea más participativa, creativa, inteligente y un poco más horizontal».
En segundo año del Colegio Nacional de Buenos Aires se dicta la materia Educación para la salud. Uno de los cursos está a cargo de Ximena Juárez, médica pediatra e infectóloga. «La materia –informa– se ocupa de la nutrición, la sexualidad y las adicciones. Cuando nos ocupamos de la sexualidad, especialmente de los métodos anticonceptivos y de prevención de las enfermedades de transmisión sexual, las preguntas más frecuentes se refieren al aborto y a cómo evitar los embarazos no deseados». A partir de las preguntas, a la docente le llama la atención lo poco que conocen sus cuerpos: «Cuando tocamos el tema del origen de la vida, de la fecundación, del cigoto, si bien son temas difíciles de explicar, me sorprende cuán ávidos de entender están, y absorben como esponjas. Tienen muchas ganas de escuchar y, si bien tienen muchas dudas o ideas falsas sobre algunos temas, están muy abiertos al aprendizaje. Los aliento a preguntar inclusive fuera del contexto de la clase para generar una relación de confianza, pero al principio no se animan, van a cosas más superficiales. De a poco superan ese temor y siento que terminan estudiando la materia porque todos los temas del programa realmente les interesan».
De la multiplicidad de voces, tanto de especialistas, docentes y, por supuesto, jóvenes, surge con contundencia la complejidad que presenta la relación entre los adolescentes y la sexualidad. El tema es una inagotable fuente de investigación y debate, y plantea el desafío de fortalecer una mirada sin prejuicios y temores. Se trata, en última instancia, de un desafío educativo prometedor, lanzado hacia la sociedad, que conjuga nada menos que la libertad y la responsabilidad.

Marcela Fernández Vidal

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