De la primavera al otoño egipcio

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El general Abdelfatah Al-Sisi derrocó al presidente constitucional y luego logró consolidar el poder del Ejército en elecciones sospechadas. El rol clave del país africano en el tablero regional.

 

Uniformes. Al Sisi llegó al poder con apoyo militar y desde el palacio de Gobierno ahora responde a las demandas de sus colegas. (AFP Photo/Ho/FadiI Fares/Egyptian Presidency)

Millones de egipcios salieron a las calles aquel histórico 11 de febrero de 2011. El dictador Hosni Mubarak, que había gobernado el país con mano de hierro durante casi 30 años, renunciaba a su cargo tras una serie de protestas multitudinarias que reclamaban mejores condiciones de vida y mayores libertades. Las imágenes hablaban por sí solas: una mezcla de felicidad y entusiasmo inundaba las caras de los manifestantes. Pero aquel clima de algarabía se fue tornando lentamente una inocultable decepción.
A más de 4 años del inicio de la llamada Primavera Árabe, las promesas de cambio y transformación  que había impulsado ese amplio movimiento contra Mubarak parecen haber quedado en el olvido. El país norafricano es liderado hoy por el general Abdelfatah Al-Sisi, el hombre que dio un golpe de Estado hace casi dos años y provocó que Egipto retornara a aquel espiral de violencia y represión que había conocido en tiempos idos.
La llegada al poder de Al-Sisi ocurrió el 3 de julio de 2013, cuando como jefe del poderoso Ejército egipcio encabezó el golpe contra Mohamed Mursi, quien se había convertido en el primer presidente electo después de 30 años de gobierno de Mubarak y de hecho en la historia de esa nación. La asonada contó con el apoyo de reconocidas figuras civiles, como el diplomático Mohamed el-Baradei, y el entonces mandatario Mursi fue encarcelado, a pocos días de cumplir un año de gobierno. Distintos analistas coinciden en que su derrocamiento estuvo directamente vinculado con las ansias de poder de las Fuerzas Armadas. «Durante toda la era Mubarak, el Ejército dominó los principales resortes del Estado. Pero con Mursi, los militares perdieron ese privilegio. En ese momento aprovecharon las manifestaciones contra el entonces presidente y su incapacidad para negociar con los sectores más radicalizados de la Primavera Árabe. Se montaron sobre esa situación y empezaron a hablar de desgobierno, de caos, para luego dar el golpe», explicó, en diálogo con Acción, Sergio Galiana, profesor de Historia de África en la UBA. Como vice primer ministro del gobierno golpista y con la silenciosa complicidad de Occidente, Al-Sisi suspendió la Constitución y aplicó una política de persecución sistemática contra el partido de Mursi, los Hermanos Musulmanes, como así también contra sectores laicos y de izquierda. Según organismos internacionales, como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, esa política ya causó unos 3.000 muertos y decenas de miles de personas detenidas. La persecución se extendió, también, a algunos sectores de la prensa y a los estudiantes universitarios.
Si bien Al-Sisi no ocupó inmediatamente el cargo de primer mandatario, su carrera hacia el sillón presidencial comenzó apenas un día después del golpe. El general adoptó un perfil bajo, pero en la plaza Tahrir de El Cairo, convertida en el símbolo de las manifestaciones que culminaron con la caída de Mubarak, la venta de sus posters era aún más común que la de los tradicionales souvenirs de la Esfinge. La cuidadosa construcción de la figura de Al-Sisi decantó en su llegada a la presidencia tras las elecciones del 26 y 27 de mayo del año pasado. Los comicios, en los que Hermanos Musulmanes y el encarcelado Mursi llamaron a la abstención, contaron con solo dos candidatos y debieron prolongarse durante dos días debido a la escasa participación popular: de 53.848.890 ciudadanos habilitados para votar, solo lo hicieron unos 25.578.223, es decir el 47,5% de la población. Al-Sisi asumió el cargo el 8 de junio, después de lograr el 97% de los sufragios, frente al 3% de un quimérico postulante de izquierda.
Apenas iniciada su presidencia, el militar prometió limpiar al Estado egipcio de la telaraña de corrupción que, según dijo, había tejido el gobierno de Mursi. También sostuvo que donaría la mitad de su salario mensual, de unos 4.000 dólares, y aseguró que acabaría con los abusos sexuales, un verdadero drama en Egipto, donde decenas de mujeres son violadas a diario. Algo que llamó la atención a los principales detractores de Al-Sisi, quienes recordaron que durante su gestión como jefe del Ejército había justificado las «pruebas de virginidad» a las que eran sometidas las manifestantes femeninas para «proteger» a los soldados de posibles denuncias de violación. Un procedimiento que Amnistía Internacional consideró, en su momento, como tortura. La Federación Internacional de Derechos Humanos denunció que aún hoy los presos políticos son violados y sometidos a abusos sexuales o a la mutilación de sus genitales por las fuerzas de seguridad egipcias.
A través de las urnas, Al-Sisi cubrió de legitimidad a un gobierno nacido con la fuerza del plomo. Sus más acérrimos detractores sostienen que Egipto no vive una «democracy», sino una «democraSisi». La concentración de poder del general puede verse en la implacable persecución, política y judicial, a los Hermanos Musulmanes. Gracias a una ley que limitó drásticamente el derecho a la protesta y permitió la aplicación de mano dura, miles de militantes y dirigentes del partido islamista fueron asesinados por el Gobierno en distintas manifestaciones. Otros tantos fueron arrestados por delitos de terrorismo, asesinato y desestabilización del país. La gran mayoría en procesos judiciales «defectuosos» y con «pruebas endebles», según Human Rights Watch, recibieron la pena capital. Amnistía Internacional consideró, por ejemplo, que la condena a muerte de Mursi y otros 105 dirigentes de Hermanos Musulmanes por haberse fugado de la cárcel durante la Primavera Árabe fue producto de «una farsa basada en procedimientos nulos». La represión se extendió a grupos de izquierda y jóvenes que incluso habían celebrado el derrocamiento de Mursi como una «segunda revolución» después de la caída de Mubarak. Al-Sisi defendió la política de mano dura en Berlín, donde se reunió con la canciller alemana Angela Merkel. Allí, ante la prensa, el presidente egipcio dijo que la pena de muerte «está anclada en la legislación y forma parte del orden constitucional».

 

Apoyo de las potencias
La llamada comunidad internacional también cuestionó las condenas contra Mursi y la política de represión aplicada por Al-Sisi. Varios líderes europeos consideraron que la situación es «mala para la Justicia y para Egipto en general», mientras que funcionarios de Estados Unidos reconocieron estar «preocupados» por la sentencia contra el expresidente. Pero más allá de lo discursivo, las grandes potencias continúan apoyando económica y militarmente al gobierno egipcio. De hecho, el país africano todavía ocupa el segundo puesto regional en la transferencia de ayuda militar por parte de EE.UU., únicamente por detrás de Israel.

Condenado. Mursi, primer presidente y ahora sentenciado por quienes lo derrocaron. (AFP/Dachary)

El pasado 31 de marzo, el presidente  estadounidense Barack Obama informó que levantaría el bloqueo que la Casa Blanca había impuesto tras el golpe a Mursi y entregaría aviones F-16, misiles Harpoon y Hellfire, y equipamiento para tanques M1A1. El mandatario, además, solicitó 1.300 millones de dólares en concepto de ayuda militar para aportar a la ofensiva regional que Arabia Saudita y Egipto encabezan contra el movimiento insurgente hutí en Yemen, como así también para frenar el accionar del grupo terrorista Estado Islámico (EI) en el norte de África. Por su parte, el presidente francés François Hollande ya había firmado en febrero un contrato de exportación de 24 aviones de combate Rafale y una fragata multimisión a Egipto por unos 5.200 millones de euros.
Al-Sisi obtuvo, además, un espaldarazo económico en una conferencia internacional organizada especialmente en marzo para captar inversiones. En esa ocasión, las monarquías islamistas del Golfo Pérsico –Arabia Saudita, Kuwait y Emiratos Árabes, principales resortes de apoyo del gobierno golpista desde 2013– firmaron acuerdos por 36.000 millones de dólares.

 

Importancia geopolítica
Según coinciden distintos especialistas, las aceitadas relaciones del gobierno de Al-Sisi con las potencias de Occidente y Oriente Medio se explican por la vital importancia geopolítica que posee Egipto. «Es un país clave para la ruta del petróleo que va de las monarquías árabes hacia Europa, porque controla el Canal de Suez, una vía artificial de navegación que une el mar Rojo con el Mediterráneo, permitiendo acortar la ruta del comercio marítimo entre Europa y el sur de Asia, y evitar, de ese modo, tener que rodear el continente africano», explicó Damián Jacubovich, geopolitólogo e investigador  del Centro Cultural de la Cooperación (CCC).
En ese sentido, el historiador Galiana sostuvo que «Al-Sisi es claramente la continuidad de Mubarak», porque «junto con Israel, Egipto sigue siendo el pilar de la política de EE.UU. en la región, por el peso estratégico que tiene y también por su gran población, de más de 80 millones de habitantes».
La importancia geopolítica y la existencia de recursos naturales no solo convierten a Egipto en un país clave para los principales líderes políticos mundiales. En la jornada para captar inversiones de marzo pasado, la petrolera británica BP selló un acuerdo con el gobierno de Al-Sisi por 12.000 millones de dólares. La alemana Siemens hizo lo propio por 4.000 millones, mientras que la italiana ENI, que busca el desarrollo de recursos petroleros y gasíferos en el país africano, informó que aportará unos 5.000 millones. Dejando de lado las denuncias locales e internacionales por la represión contra el pueblo egipcio, el sector privado también dio su sostén financiero al gobierno golpista.

Manuel Alfieri

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