Democracia con corset

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El primer ministro Victor Orban, ganador de los recientes comicios, alarma a la Unión Europea con su prédica antiinmigratoria y sus políticas autoritarias, entre ellas, la persecución contra referentes de la oposición. Sintonía con los países del Este.


Budapest.
Conferencia de Orban tras el triunfo de su partido con más del 48% de los votos. (KISBENEDEK/AFP/DACHARY)

Pensar en Hungría despierta imágenes bucólicas del Danubio, de la edulcorada trilogía cinematográfica sobre la emperatriz Sissi, o de las horas de juego con el cubo mágico del arquitecto húngaro Ernó Rubik. Poco o nada, en cambio, sobre la compleja actualidad de este país de solo 93.030 kilómetros cuadrados, miembro de la Organización del Atlántico Norte (OTAN) y de la Unión Europea (UE) , al que no se presta atención y que, sin embargo, tiene peso en el tablero internacional y pone en la mira la identidad y los valores de la «vieja Europa».
El 8 de abril pasado, el aplastante triunfo en las urnas de Viktor Orban, líder de Fidesk (Unión Cívica Húngara), reforzó el poder de este político xenófobo y pragmático cuya campaña electoral se basó en consignas antiinmigración, en promesas de reformas constitucionales y en la «tutela de la identidad nacional».
Logró así su tercer mandato consecutivo como primer ministro desde 2010, y el cuarto de su carrera, ya que también lo fue entre 1998 y 2002. Luego de ser investido, dijo que el objetivo central será preservar la seguridad y la cultura cristiana de los húngaros. Y afirmó, sin vueltas, que «algunos políticos y burócratas de Bruselas (en alusión a la UE) profesan que la migración es un derecho fundamental; Hungría, en cambio, quiere decidir a quién hacer entrar y a quién no».En el aspecto económico, sostuvo que en 1o años su país puede ubicarse entre los cinco más prósperos de Europa. Un cálculo optimista del premier, pues hoy Hungría está entre los cinco menos prósperos.
Poder no le falta a este representante de la derecha: de las 199 bancas del Parlamento unicameral húngaro, obtuvo 134, votado por 5,5 millones de personas en un país que tiene 10.078.581 habitantes. Es por eso que dispone de factultades para modificar la Constitución, con el fin de consolidar aún más su dominio.

Enemigos íntimos
El rol de Orban como defensor de la cultura cristiana y occidental versus la «invasión islámica» de África y Oriente Medio se basa en otros elementos preocupantes para la democracia húngara y la UE, como el miedo y las persecuciones contra opositores, incluso con la confección de listas negras.
Sin ir más lejos, pocos días antes de las elecciones Orban amenazó con lanzar medidas «jurídicas, políticas y morales» contra los que consideró «enemigos de la nación». «Conocemos alrededor de 2.000 agentes de George Soros», sostuvo en referencia al millonario húngaro naturalizado estadounidense, su «enemigo público número uno». El primer ministro agitó el fantasma de la llegada al país de millones de inmigrantes musulmanes si vencían sus opositores y subrayó que «agentes» extranjeros de Soros estaban preparando una conjura para islamizar Europa. La amenaza preelectoral se concretó el 13 de abril, con la publicación de una nómina de «200 mercenarios de Soros» en la revista Figylo, cercana al gobierno.
La lista negra incluyó colaboradores de entidades no gubernamentales, periodistas, profesores de la universidad CEU, fundada por Soros, abogados defensores de los derechos humanos y colaboradores de Amnesty Internacional y de Transparency International, entre otros. En consecuencia, el 15 de mayo la Open Society Foundations de Soros cerró su centro operativo internacional de Budapest transfiriendo sus actividades a Berlín. El comunicado difundido en Nueva York destacó que la medida se debe a un «ambiente político y legal cada vez mas represivo en Hungría».

Tensiones
La oposición, en sus distintas variantes, enfrentó fragmentada a Orban en las últimas elecciones. La fuerza más importante, Jobbik, de Gabor Vona, obtuvo un 20% de sufragios, mientras que los socialistas (ex comunistas) junto con un grupo de Verdes se ubicaron en tercer lugar con un 12%. El punto de coincidencia de la oposicion fue la crítica al primer ministro de haber construido un régimen corrupto y autocrático. Según diversas denuncias, Orban desvió miles de millones recibidos de fondos europeos (una malversación del 30% de las ayudas) hacia contratos a favor de oligarcas cercanos a su figura. Las acusaciones agregaban el control del régimen sobre los medios de prensa y sobre todas las instituciones estatales, como la Procuraduría, la Corte Constitucional y la Corte Suprema.
Otra crítica recayó en la amistad de Orban con el presidente ruso Vladimir Putin, incompatible con las estrategias de la UE y de la OTAN. Tras conocer su triunfo, Orban enfatizó: «Ahora defenderemos la Madre Patria». La felicitación y la advertencia de Bruselas llegaron rápidamente a Budapest. Todos los Estados miembros de la UE «sin excepción alguna» tienen el deber de «defender la democracia y sus valores», destacó el saludo. Los «valores» a los que alude contrastan con la antiinmigración y la defensa de las fronteras que proclama Hungría, oponiéndose a políticas europeas de recepción y mayor integración.
En ese sentido, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, destacó a fines de abril en Estrasburgo, en el Parlamento Europeo (donde Hungría tiene 21 diputados), el surgimiento de una forma de «guerra civil» en el continente y se puso en guardia contra los «egoísmos nacionales». No nombró a Hungría pero la alusión fue clara.
«En realidad, Orban es la punta de lanza de la alianza de cuatro países excomunistas de Europa centro-oriental: Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia, que integran el grupo de Visegräd», explica el profesor italiano Francesco Marchianó, de la Universidad de Roma, especialista en política internacional. No casualmente la primera visita al exterior de Orban tras su triunfo electoral fue a Polonia. «Total sintonía» entre ambos gobiernos, afirmaron ese día en Varsovia el premier polaco, Mateusz Morawiecki, y Orban.
El grupo de Visegräd se formó en 1991 con tres Estados (Checoslovaquia aún no se había dividido) para promover la integración a la UE, que obtuvieron en 2004. «Europa del Este es diferente del resto de Europa por sus marcas históricas y en ese contexto el “populismo étnico” de Orban empalma con el resurgimiento de los nacionalismos» luego de la desaparición de la Unión Soviética, reflexiona Marchianó. Una definición, al cabo, sobre el perfil político de un hombre que acumula poder e inquieta al continente.

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