Deporte social en juego

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Con un activo rol comunitario y claves para apuntalar el desarrollo del Alto Rendimiento, las instituciones luchan por sobrevivir a la crisis económica tras el tarifazo en los servicios públicos. Modelos y políticas de Estado en foco. La reinvención de las entidades con nuevas disciplinas.


Variedad. Dos jóvenes ensayan durante una clase de patín artístico. Los clubes, además de fútbol, ofrecen practicar diversas actividades. (Horacio Paone)
Hubo una especie de remake, pero no de ficción, para Juventud Unida de Lavallol, al sur del Conurbano bonaerense, cuando el fuerte aumento en las tarifas de los servicios puso en jaque al club. Juventud Unida fue la locación donde en 2003 se filmó Luna de Avellaneda, la película protagonizada por Ricardo Darín, un sufrido quijote que defiende a su club de barrio del avance de la modernidad. Todo el filme está centrado en esa disputa, que puede resultar nostálgica, pero también es de principios: el club entra en crisis y la única única salida para algunos parece ser entregarlo a manos privadas comerciales para que lo usufructen. Básicamente, convertirlo en un casino. Un juego de pinzas en el que por un lado está el ahogo económico y, por el otro, la mano supuestamente amiga del mercado, que llega para salvarlo bajo el discurso modernizador.
De pronto, con Juventud Unida se podía pensar en otra película, aunque era demasiado real. Las cuentas no cerraban. La factura de luz, en 2016, registraba un aumento del 268%. Y al club, sostenido por 200 socios que pagan la cuota mensual, le temblaron los 81 años de vida. La historia tuvo alguna repercusión por lo increíble de que de la ficción se llegara a la realidad; una historia que, acaso al revés de lo que planteaba Carl Marx en El 18 Brumario, se repetía primero como farsa y después como tragedia. El golpe a la tesorería del club lo ponía al borde del cierre o, al menos, limitaba la posibilidad de llevar adelante muchas actividades, o hacerlas solo con la luz del día con tal de no engordar próximas facturas.
Nada distinto a lo que ocurrió con otros clubes de barrio y de pueblo, que se vieron afectados por el tarifazo que el gobierno macrista le permitió activar a las empresas de electricidad con la quita de subsidios. Organizados en la Unión Nacional de Clubes de Barrio, unos 6.000 clubes llevaron adelante un plan de lucha que recorrió el país, con movilizaciones en Santa Cruz, Misiones, Entre Ríos, Mendoza, La Pampa, Tierra del Fuego, Córdoba y Salta, además de las que se sucedieron en la Ciudad y la provincia de Buenos Aires. Uno de los reclamos fue la reglamentación de la Ley 27.098, sancionada en 2014, con la cual tendrían beneficios económicos para enfrentar eventuales crisis, y la 27.218, que implementa una tarifa social. El argumento para que esas normas avanzaran se centró en el rol clave que cumplen esos clubes en los barrios y los pueblos, que además está ligado con un modelo deportivo del país, el de las asociaciones civiles sin fines de lucro.

Básquet. Escena de un partido de las categorías infantiles del club Caova de Rosario. (Julieta Pisano)
El juego de pinzas, entonces, quedaba activado: mientras se los arrinconaba económicamente, en paralelo, más allá de que lo centrara en el fútbol profesional, el gobierno nacional ponía en discusión el modelo de clubes argentinos. «No tengo dudas de que ambas cuestiones están relacionadas», dice el sociólogo Rodrigo Daskal, autor junto con la antropóloga Verónica Moreira del libro Clubes argentinos. Debates sobre un modelo. «El concepto de club tiene dos grandes vertientes, la inglesa y la francesa –sigue Daskal–. La francesa vendría a ser la que tiene su origen en los clubes políticos, fundados en mitad de siglo XIX. En el medio entra el modelo inglés de clubes, el del fútbol, que en Inglaterra también es el modelo de la primera década de la fundación de clubes. Y hay una tercera vertiente que no tiene que ver con los clubes pero, tiene que ver con la educación física. De esa mezcla sale lo que llamamos clubes argentinos, el modelo de la asociación civil sin fines de lucro, con las caracteristicas actuales y con las que nació hace más de 100 años. Con la idea de jugar al futbol y competir como motor, pero también con una lógica social que la siguió desde el principio, con cambios, vaivenes y continuidades durante este tiempo».
Los clubes de barrio se comienzan a desarrollar a principios del siglo XX, con mucho más empuje en las décadas de 1920 y 1930. «Ahí hay una oleada –explica Daskal–. Y en el peronismo lo que hay es una cercanía muy grande y un intento de fundar clubes desde el Estado. El club es una unidad importante en la comunidad organizada. Después de 1955, con el golpe, lo que se puede decir es que no hay políticas deportivas. Aunque faltan investigaciones al respecto. Pero lo que ves desde entonces son logros individuales que exceden las políticas. Y después llega la década del 90: si bien no tenemos datos estadísticos fuertes hay muchos testimonios de cierres de clubes».

El semillero
Ahí está el hueso del modelo. Son los clubes –no solo los de barrio– los que abastecen al deporte profesional y de alto rendimiento de la Argentina. De los clubes –incluso de los más pequeños– surgen las glorias y las estrellas. «El impulso del deporte en la Argentina no es el del deporte escolar o universitario, es el de los clubes», sostiene Alejandro Rodríguez, ex secretario de Deportes de la provincia de Buenos Aires y actual presidente del Observatorio Social y Económico del Deporte de la Confederación Argentina de Deportes. «En los clubes –agrega– se generaron el 95% de los deportistas de élite que nos representaron desde que competimos internacionalmente, sin contar lo que generaron desde el punto de vista social. Porque no todos los pibes terminan siendo Juan Martín Del Potro o Lionel Messi. Los clubes son parte constitutiva de nuestra identidad como pueblo».

Construcciones de base
Daskal da un ejemplo relativamente cercano: el triunfo en la Copa Davis del año pasado. O, se podría agregar, cualquier victoria de un tenista argentino en el circuito internacional. «¿Quién formó a ese tenista? ¿Lo formaron los complejos estatales como en Europa o se formó en un club? –pregunta Daskal con la respuesta implícita–. Los clubes y las asociaciones deportivas fueron el pilar en el cual se construyó el deporte en la Argentina. Y el Estado frente a eso no es que no hizo nada de nada. Hizo muchas cosas. Por ejemplo, dejarlos avanzar y ayudarlos. Es un modelo multideportivo, que es cultural, que es social y que muchas veces puede tener al futbol como motor, pero otras veces, no».
El capitán del equipo argentino campeón de Copa Davis, Daniel Orsanic, puede ser un buen ejemplo de esto. Mientras comandó a Del Potro y compañía, mantuvo su cargo como director de Desarrollo de la Asociación Argentina de Tenis, lo que implicaba viajar por el país para observar el semillero del tenis, el que crece precisamente en los clubes de pueblo de cada provincia. «Muchos de nosotros somos de clubes de barrio y sabemos las dificultades que tienen. Vamos a ir en busca de un mayor apoyo para que en los clubes de barrio y en las escuelas de tenis de todo el país se fomente nuestra disciplina», dice Diego Gutiérrez, vicepresidente de la AAT.
«En materia de básquetbol, de clubes muy pequeños han salido jugadores muy importantes», agrega Federico Susbielles, presidente de la Confederación Argentina de Básquetbol, de la que se hizo cargo después de la rebelión que encabezaron Luis Scola, Manu Ginóbili y la Generación Dorada contra los desmanejos de la gestión anterior. «Pero aparte de la alta competencia –agrega el dirigente– el eje es el enorme trabajo social que se realiza. Son muchas veces tres o cuatro o cinco personas que se encargan de surcir camisetas o pegar ladrillos. Tiene que haber ayuda desde la legislación, del Estado, y de las organizaciones populares».

Susbielles. «El rol social del club, sin duda, se fue acrecentando en el último año.»


Daskal. Origen y desarrollo de las instituciones de barrio en la Argentina.


Rodríguez. «El impulso del deporte en nuestro país es el de los clubes.»
Susbielles es, además, senador bonaerense por el Frente para la Victoria y, ante la crisis desatada por los tarifazos, presentó desde ese lugar un paquete de leyes para proteger a los clubes de barrio y de pueblo, los cuales buscaban que fueran incluidos en la tarifa social eléctrica junto con otros sectores vulnerables, lo que ya tuvo media sanción, además de suspender cualquier corte del suministro durante un año por una eventual falta de pago. «Los clubes –dice Susbielles– no solo son el lugar donde se enseña deporte, sino también donde los chicos van a buscar una copa de leche o un acceso al apoyo escolar. Ese rol social del club sin dudas se fue acrecentando en el último año. Cuando empiezan a faltar cosas en la casa, van a buscarlas ahí».
La cantidad de clubes de barrio que existen en el país es una incógnita. No hay una cifra exacta. En plena explosión de la crisis, la secretaría de Deportes de la Nación, a cargo de Carlos Mac Allister, abrió un registro online para que los clubes puedan acceder a una rebaja del 40% en la tarifa de luz. El anuncio incluyó una puesta en escena: lo hizo Macri en Juventud Unidad de Lavallol, el club de Luna de Avellaneda. Según el cálculo oficial, unos 4.500 clubes, con entre 50 y 200 socios, podrían acceder al beneficio. Pero los requisitos para ser parte de ese registro dejaron a muchos afuera, en general, los más afectados. «En Tres de febrero ninguno se pudo anotar», dice Oscar Tino Paniagua, presidente de la Liga de Fútbol Infantil Tresfebrerense (LIFAT). «Muy pocos clubes –asegura el dirigente– cumplían con los requisitos, una cantidad de socios determinadas o que los papeles estén en regla. Porque no todos los clubes de barrio tienen los papeles al día. No es porque no quieran, sino porque se hace muy difícil sostenerlos, y aún así hay mucha gente que permite que sigan con las puertas abiertas».

Pertenencia. Un grupo de socios dialoga en el buffet del club El Progreso, ubicado en Avellaneda. Detrás, banderines de otras entidades y trofeos.
“Hay clubes que no tienen la personería jurídica al día porque son instituciones que se han recuperado luego de la década del 90 o porque se crearon después. En muchos casos, además, adeudan balances. Tampoco hubo un acompañamiento del Estado para que se ordenen. Son microfinanzas, no instituciones que manejan millones de pesos o tienen grandes jugadores. Subsisten día a día con el aporte de dirigentes o socios y sufren por la ausencia del Estado, ya que al no tener personería jurídica quedan afuera de beneficios y programas», dice Susbielles. El dirigente dice que solo en provincia de Buenos Aires superan los 3.000 clubes, mientras que en el país se calculan unas 12.000 instituciones. Pero puede haber más.

Deuda histórica
Alejandro Rodríguez, secretario de Deportes bajo la gestión de Daniel Scioli en la provincia de Buenos Aires, reconoce que la ausencia de estadísticas es un problema que se arrastra. «Hay una deuda histórica de todos los gobiernos con los clubes», dice, y agrega: «Los clubes generaron contención social para los chicos y los abuelos. En dictadura fueron los lugares donde fuimos a hacer política cuando nos cerraron las unidades básicas y los comités. E incluso fue donde se siguió ejerciendo democracia cuando en ninguna institución se elegía por el voto a las autoridades. Hoy, cuando el Estado empieza a correrse de todos lados con las actuales políticas, encima les encarecen la vida». «Algunos clubes –dice Paniagua, de la LIFAT– cumplen funciones que van más allá de lo deportivo, como darle de comer a los chicos. Son los clubes de los barrios más pobres, los que terminan siendo más golpeados porque ni siquiera cobran cuota social».
Cada mes es un equilibrio nuevo, como si todo el tiempo los clubes tuvieran que caminar por la cornisa. Después de que saliera un recurso de amparo a nivel nacional, las instituciones de barrio no pagaron las facturas con los tarifazos. Pero en los meses siguientes volvieron a llegar boletas con aumentos. Sin reglamentar la tarifa social, el gobierno de PRO-Cambiemos subsidia a los pocos clubes que pudieron inscribirse en el registro. «A los clubes los veo en peligro –dice Daskal–, porque todavía están tratando de ver qué hacer con las tarifas y eso es efectivamente un peligro. Sobre todo para los más humildes que no tienen la posibilidad de aumentar la cuota porque la gente dejaría de pagarlas». Un año después de aquellos primeros tarifazos, las complicaciones continúan. De hecho, se presentó un proyecto en el Congreso para que los clubes sean exhimidos del pago del IVA al gas y la electricidad.
Los clubes de barrio se han reiventado con el paso de los años. Desde el fútbol hasta las bochas, desde el tenis hasta el padel. Y ahora el futsal (ver recuadro), donde la selección argentina se coronó campeona del mundo, nada menos que en el peor año de los últimos tiempos para las entidades. «Cada uno va encontrando nichos a los cuales aferrarse. Es parte de la continuidad de su ruptura. Forma parte de las estrategias políticas de los clubes para adaptarse a los tiempos», dice Daskal, y los actuales son difíciles. «Si el escenario económico se profundiza –agrega Susbielles– vamos a tener más que nunca que fortalecer a este tipo de instituciones».
En una escena de Luna de Avellaneda, Román Maldonado, el personaje que interpreta Ricardo Darín, le contesta a Alejandro (Daniel Fanego), quien en una asamblea defendía la idea del casino. «Para mí –dice Alejandro– el club es un símbolo de otra época, pero es un símbolo». «No, no es un símbolo de otra época –responde Román–, es una realidad de hoy, con 392 pibes que van todos los días». A esta hora, como en Juventud Unida de Lavallol, como lo que puede pasar en Jujuy, Córdoba o Formosa, miles de pibes practican algún deporte. A esta hora, esos clubes resisten. Todavía.