Derechos en juego

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Con la llegada del líder aymara al poder, Bolivia logró estabilidad política en una etapa de inéditas transformaciones sociales. El inminente referendo, las cuentas pendientes y el desafío regional.

 

En foco. Morales, en una conferencia de prensa en La Paz. El mandatario, de ganar la consulta popular del 21 de febrero, podrá postularse en 2019. (AFP/Dachary)

El 22 de enero de 2006, Evo Morales juró como presidente de Bolivia. Sus ojos, llenos de lágrimas que caían sobre su característico traje andino, fueron el fiel reflejo de un momento inédito: por primera vez en la historia del país, un indígena llegaba a la jefatura de Estado. Desde entonces pasaron 10 años, todo un récord para un territorio acostumbrado a los golpes militares y abruptos cambios de gobierno. Su arribo al poder significó el inicio de un proceso de transformación social que cambió la vida de los bolivianos, lo que se vio traducido en un abrumador apoyo en las urnas que el mandatario buscará repetir en el referendo del 21 de este mes, cuando se juegue la posibilidad de presentarse, una vez más, a las elecciones presidenciales de 2019.
Probablemente, uno de los mayores logros de Morales haya sido convertir a Bolivia en un oasis de estabilidad política dentro de América Latina, una región que en los últimos tiempos fue tierra fértil para los sobresaltos. Bolivia ostenta un récord que no llegó a superar la Argentina y su triste historia de cinco presidentes en una semana. En el caso del país andino, fueron seis en 48 horas. Ocurrió entre el 4 y el 6 de octubre de 1970.
Mucha agua corrió bajo el puente desde aquel momento. A las dictaduras y los gobiernos neoliberales –con presidentes que apenas balbuceaban el castellano–, logró imponerse una administración de nuevo signo que comenzó a representar a aquellos que, como el propio Morales, habían crecido en el desamparo y la indiferencia. Tal como sostuvo ante Acción la reconocida escritora e investigadora Stella Calloni, «el trabajo de Evo permitió que el país saliera del apartheid: antes de su llegada, los indígenas tenían que bajar de la vereda para dejarle el paso a los blancos». La autora de Evo en la mira, libro que la llevó a compartir horas de conversación con el líder indígena, sentenció: «Él es un Mandela, pero con mayor visión sobre la descolonización».
La primera decisión de Morales tras su arribo al Palacio Quemado fue nacionalizar los principales recursos naturales para que sea el Estado –y no las grandes multinacionales– el que tome las decisiones en materia económica. Esa visión fue sintetizada en una frase: «Queremos socios, no patrones». Fueron nacionalizados el petróleo, el gas, el agua potable, la electricidad y los aeropuertos, entre otras actividades.
La apropiación de esos recursos fue utilizada para llevar adelante una profunda política de redistribución de la riqueza. En base a un crecimiento económico sostenido y acelerado, el gobierno de Morales permitió que el salario mínimo aumentara un 127%, 1,4 millón de personas recibieran titulación de tierras, el número de empresas en el país creciera un 628% y la desigualdad disminuyera como nunca antes. Por supuesto, los propios datos oficiales muestran que la realidad boliviana, signada por años de colonialismo, sigue siendo extremadamente delicada: el 39,3% de la población es pobre y el 17,3% vive en la indigencia. Pero hace una década esas cifras afectaban al doble de habitantes.
Desde La Paz, el analista político Gustavo Pedraza reconoció la existencia de «importantes cambios en inclusión política y social» a partir de la llegada de Morales a la presidencia. Según su mirada, «le hacía falta a Bolivia que accedan al poder representantes de las mayorías nacionales». Uno de los puntos más importantes en ese sentido, fue la sanción de la nueva Constitución de 2009, que convirtió a Bolivia en un Estado Plurinacional y que reconoce derechos a los 36 pueblos indígenas que habitan el territorio.

 

Tarea inconclusa
Sin embargo, el propio Morales reconoce que la titánica tarea de devolverle la dignidad a su pueblo no está terminada. Muchas son las cuentas pendientes en un país donde la mitad de la población carece, por ejemplo, de alcantarillado y baños aptos para su uso, según el último informe del Ministerio de Medio Ambiente y Aguas. Por eso el gobierno anunció a comienzos de este año un nuevo plan de Desarrollo Económico y Social que tiene entre sus principales objetivos bajar la pobreza al 24% y la indigencia al 9,5% hacia 2020. Por primera vez, Morales admitió que necesitará del sector privado para poder cumplir con esa tarea. Por eso el año pasado viajó a Estados Unidos y Europa en busca de posibles inversores. En Nueva York, en pleno centro del capitalismo financiero y ante líderes de las empresas más grandes del mundo, dijo que «es muy importante tener socios para seguir creciendo económicamente» y recordó que en su país «la propiedad privada está garantizada». Su intervención fue aplaudida por el diario británico Financial Times, una suerte de biblia del neoliberalismo global.
Otro de los problemas vigentes es que en el país hay una grave crisis de hacinamiento en las cárceles, donde el 83% de los reclusos están presos a la espera de la celebración de un juicio. Esas son algunas de las «sombras» que marca el analista Pedraza. En diálogo con esta revista, el profesor universitario e investigador social señaló también los problemas relacionados con «la administración de la Justicia y la corrupción» estatal. «Morales –aseguró– propuso en 2011 una reforma judicial que fue sometida al voto popular, eligiendo a magistrados del Tribunal Supremo y del Tribunal Constitucional. Fue un fracaso estrepitoso que ahora tiene al sistema judicial prácticamente colapsado y sin una salida visible en el corto plazo».Hace un año, el presidente reconoció que la reforma fue un error que hasta ahora no pudo ser corregido.
Morales advirtió que, si bien el gobierno hará todo lo posible para solucionar esos problemas en el corto plazo, los cuatro años que le restan de mandato no son suficientes para alcanzar de modo definitivo aquella idea ancestral del «Vivir bien». Por eso, el 21 de febrero los bolivianos votarán en un plebiscito para determinar si el presidente podrá presentarse como candidato en las elecciones de 2019, lo que le permitiría acceder a un eventual cuarto período entre 2020 y 2025.
Hasta ahora, el líder indígena fue imbatible en las urnas. Ganó tres contiendas presidenciales consecutivas (2005, 2009 y 2014) con más del 50% de los votos. Sin embargo, los últimos sondeos –siempre prestos a la manipulación política y mediática– indican que en el referendo de febrero las cosas estarán bastante parejas. Según la encuestadora Mori, el SÍ a la candidatura del presidente llegará al 41%, mientras que el NO se ubicará en el 37%, con un 22% de indecisos. Ipsos sostiene que el NO se impondrá con un 44% frente al SÍ, que oscilará el 37%. En este caso, los indecisos bajan al 19%.
Morales ya aseguró que, en caso de no lograr el apoyo necesario para candidatearse en 2019, aceptará la decisión del pueblo y se quedará «callado». «Lo mejor es someternos al pueblo. Si el pueblo dice que no, ¿qué podemos hacer? No vamos a hacer un golpe de Estado», dijo en una conferencia.
El referendo provocó una gran discusión en Bolivia sobre la falta de liderazgos y renovación dentro del oficialismo. Para Pedraza, «es saludable para los Estados lograr niveles de alternancia en el poder que permitan renovar ideas y liderazgos», ya que «cuando una sola persona gobierna por mucho tiempo, la corrupción y el totalitarismo son más frecuentes». En la vereda de enfrente, Calloni consideró que «para avanzar con lo que se consiguió en este tiempo, 4 años no son suficientes». En ese sentido, puso como ejemplo a la Argentina, donde, según su opinión, el gobierno de Cristina Fernández necesitaba «4 años más para consolidar las estructuras ganadas por el Estado».

 

Nuevo contexto
Otro de los desafíos que Morales tendrá por delante es el de gobernar en un contexto regional diferente al de hace poco tiempo atrás. Con Venezuela y Brasil en crisis, y la Argentina gobernada por la derecha, los analistas políticos auguran una etapa distinta en las relaciones que Bolivia mantendrá con los países latinoamericanos. «Los gobiernos de Venezuela y la Argentina apoyaron muy de cerca a Bolivia en los últimos 10 años, y a Evo le hará mucha falta ese apoyo en el corto plazo», sostuvo Pedraza.
Para Calloni, Morales podrá sortear esos obstáculos gracias a su enorme capacidad de diálogo. «Evo tiene la cultura aymara, que es la cultura de los grandes negociadores en el mundo indígena. Por eso Evo escucha a todos y después habla. Y en este contexto regional, eso lo puede ayudar mucho», aseguró la investigadora.
Efectivamente, las primeras señales que Morales dio tras la asunción de Macri en la Argentina fueron en ese sentido. Pese a haberlo criticado en la campaña electoral del año pasado, el mandatario boliviano cambió su postura una vez que Macri asumió como jefe de la Casa Rosada y hasta compartió un partido de fútbol con el ex presidente de Boca Juniors. Allí intercambiaron sonrisas y camisetas. También acordaron trabajar estrechamente para fortalecer la relación bilateral.
En el futuro se sabrá si ese incipiente compromiso se hará realidad o si, por el contrario, primarán las diferencias políticas propias del abismo ideológico que separa a ambos líderes.

Manuel Alfieri

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