Dilema sudamericano

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Poco más de dos años después del golpe parlamentario contra Dilma Rousseff, el país llega a las presidenciales entre el rechazo popular al gobierno de Temer, la proscripción de Lula da Silva y el crecimiento en las encuestas de un candidato ultraderechista. Puja entre dos modelos.

Fórmula. Manuela DʼÁvila y Fernando Haddad tienen el desafío de retener los votos que recolectaba el líder del PT encarcelado en Curitiba. (Almeida / AFP / Dachary)

Considerado el poeta brasileño más importante del siglo XX, Carlos Drummond de Andrade (1902-1987) repite, en su verso más inquietante, publicado en 1928, que «en mitad del camino había una piedra».  Una frase que puede interpretarse como que esa piedra detuvo al caminante o que, a pesar del obstáculo, siguió andando. El Brasil de hoy encuentra también una piedra en el camino y se debate entre dos modelos, uno que podría traer de regreso al Partido de los Trabajadores (PT), que gobernó entre 2003 y 2016, o la vuelta de una forma de democracia tutelada por los militares, que entregaron el gobierno en 1985.

A días de las presidenciales –la primera vuelta es el domingo 7 de octubre–, los candidatos «del sistema» no levantan vuelo y el aspirante más popular, el expresidente Lula da Silva, está proscripto, mientras la dirigencia política cae en el descrédito, al igual que los empresarios más poderosos, envueltos en causas por corrupción. Completa el preocupante escenario político el avance de Jair Bolsonaro, un postulante más cercano al fascismo que a la convivencia civilizada, sostenido por el «partido militar» que, abandonando su tradición desarrollista, abraza la causa del neoliberalismo con tal de enterrar al populismo petista.
Este rompecabezas tiene una historia reciente y un sedimento anclado en su pasado imperial y esclavista. Brasil no tuvo una guerra independentista como el resto de los países latinoamericanos, sino apenas una declaración del emperador portugués, Pedro I, que en 1822 informaba a su padre, Juan VI de Braganza, la decisión de separar a Brasil del Reino Unido de Portugal y Algarve. En 1899 se declaró la República y se abolió la esclavitud y recién en la década del 30 del siglo pasado se estableció un proyecto de país que, a pesar de golpes y contramarchas, llegó a principios del siglo XXI como un protagonista global, buscando un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y hablando de igual a igual con las potencias del planeta.
 ¿Qué pasó desde ese 2010 en que el metalúrgico Luiz Inacio Lula da Silva entregó el gobierno con un 80% de imagen positiva a la que había designado como sucesora, la exguerrillera y ministra de Minas y Energía, Dilma Rousseff? Más aún, ¿qué paso para que Rousseff fuera destituida mediante un golpe institucional en 2016, tras su reelección? João Stedile, líder del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST), señala a Acción que la destitución de la presidenta «fue la salida política de la burguesía para proteger sus intereses ante la crisis económica y social que se profundizó a partir de 2011-2012 y convirtió en inviable el proyecto neodesarrollista de los gobiernos del PT».
Brasil crecía fuerte desde los años 60 y había sorteado la crisis internacional de 2008 gracias a políticas expansivas en el contexto de un incipiente proceso de integración regional, encabezado por Lula junto con Hugo Chávez y Néstor Kirchner, a los que se fueron sumando Evo Morales, Rafael Correa y Fernando Lugo. Pero el país también se abrió a nuevos frentes internacionales. Así, Brasil se convirtió en la pata sudamericana de los BRICS, el grupo de potencias emergentes que buscan disputar el liderazgo del mundo, entre las cuales están Rusia, China, India y Sudáfrica. El rumbo de la política exterior del gigante sudamericano también está en disputa en los comicios presidenciales, cuyo resultado impactará con fuerza en los países vecinos.

En expansión
El descubrimiento de colosales reservas de petróleo en el subsuelo marino, el yacimiento conocido como Presal, alentó la expectativa de lograr la independencia energética para el desarrollo industrial. Brasil, con Lula da Silva en el Palacio de Planalto, soñó con ser potencia de relevancia y, como se dice, los números le daban. Algunas de sus empresas ya tenían estatura global, como las constructoras Odebrecht y Camargo Correa o el frigorífico JBS, de la familia Batista, citando ejemplos de firmas que desembarcaron de este lado de la frontera: Odebrecht con obras, Camargo Correa compró la cementara Loma Negra y JBS se quedó con el frigorífico Swift.

Bolsonaro. Un candidato nostálgico de la dictadura, homofóbico y racista. (Sa / AFP / Dachary)

Celso Amorim, canciller con Lula, luego ministro de Defensa con Rousseff y hombre de carrera en Itamaraty, comenta que el deseo de tener un lugar más importante en la ONU –el país abre las sesiones anuales de la Asamblea, como un gesto por haber sido el único país sudamericano que envió tropas a combatir junto con los aliados en la Segunda Guerra Mundial– era un paso que entonces resultaba inevitable. En Estados Unidos gobernaba Barack Obama, ya se había gritado el «No al ALCA» de 2005 en Mar del Plata y se respiraba un aire de cambio de época que llevó a Lula a ofrecerse como garante de un acuerdo nuclear con Irán.
«La gente que forma parte del Estado profundo en EE.UU., que no es Obama ni Donald Trump, miró la creación de un Consejo de Defensa en Sudamérica, la fundación de Unasur, un acuerdo de Brasil y Turquía con Irán, la proyección de los BRICS, y no se quedó de brazos cruzados», analiza Amorim. Directivos de Odebrecht a nivel local que prefirieron el anonimato comentaron que la empresa comenzó a sufrir problemas desde que intentó instalarse en Miami. «Habíamos crecido en toda América Latina, construimos obras en Puerto Mariel, de Cuba, en Angola y otros países africanos, pero desde entonces el clima se puso turbio», confiaron.

Salas Oroño. La novedad es el fin de
un bipartidismo a la sudamericana.

En 2013 un analista informático que trabajaba para la NSA (Agencia de Seguridad Nacional de EE.UU.) como contratista externo, Edward Snowden, reveló que entre otras operaciones ilegales, la agencia había espiado a la presidenta brasileña y a la petrolera estatal Petrobras. El panorama sobre Brasil se enturbió. Hacía unos meses que en Paraguay había sido destituido Lugo en un golpe parlamentario, habían muerto Chávez y Kirchner y la crisis financiera se extendía en el mundo. Terminaba además la hora de los commodities a precio de oro y ese flujo dejó de ser el motor de la economía. Para colmo, la sucesora de Lula cayó en la trampa de enfrentar la tormenta con ajustes en su segundo turno, lo que quitó al PT apoyo en la sociedad y los sindicatos y desconcertó a sus votantes. Los medios hegemónicos, O Globo en particular, olieron sangre y se lanzaron al ataque sobre el gobierno.

Las tres B
«El PT creyó que la burguesía aceptaría por tiempo indeterminado sus políticas y abdicó de organizar, movilizar y concientizar a la clase trabajadora para la lucha de clases –fustiga Stedile–, y a medida que se profundizó la crisis, el modelo de neodesarrollismo dejó de interesarle».  

Stedile. El PT abdicó de organizar a los
trabajadores para la lucha de clases.

Un dato revelador es que en este siglo la composición de la economía brasileña experimentó un cambio sustancial. Las exportaciones mudaron de manufacturas  a  productos básicos, y el clúster de agronegocios ya representa más del 30% del total. También crecieron minerales y petróleo. Para ser más precisos, Brasil pasó de exportar productos básicos por 15.464 millones de dólares en 2000 a 99.970 millones en 2013, según el Ministerio de Industria, Comercio Exterior y Servicios. A comienzos de este siglo, el 38% de lo exportado tenía mano de obra intensiva contra aproximadamente el 22% de productos básicos. Ahora es casi 50% y 50% y la tendencia sigue. Según el analista Jorge Castro, Brasil es «el primer exportador mundial de carnes y el segundo de granos, después de Estados Unidos».
En ese contexto se produjo el crecimiento de grupos conocidos en el Congreso como BBB, por Biblia, bala y buey, que fueron los que impulsaron la destitución de Dilma Rousseff, algunos usando argumentos extraídos de las sagradas escrituras. Se trata del Frente Parlamentario Agropecuario (Buey), el Frente Parlamentario Evangélico (Biblia) y el Frente Parlamentario de Seguridad Pública (Bala), que promueven la libre portación de armas de fuego y la mayor libertad de mercado. Esa alianza se unió en torno del excapitán Jair Messias Bolsonaro, un ultraderechista misógino y racista que aspira a la presidencia con apoyo de militares tanto en retiro como en actividad. Bolsonaro, que fue herido en un mitin político en una calle de Juiz de Fora, la segunda ciudad de Minas Gerais, y permanecía internado al cierre de esta edición, expresa lo que tal vez sea el cambio más radical en la política brasileña en los últimos 20 años, al decir de Amílcar Salas Oroño, investigador del CCC Floreal Gorini y docente en la Universidad de Buenos Aires (UBA). «Hubo un bipartidismo a la sudamericana que se mantuvo desde la emergencia de Lula da Silva entre una derecha moderada como el PSDB  (del expresidente Fernando Henrique Cardoso) y el PT y el frente electoral a su alrededor». considera Salas Oroño.

Goldstein. El auge de la derecha radical
es un fenómeno de alcance mundial.

Por su parte, Ariel Goldstein, investigador asistente del Conicet en el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe, de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, agrega un dato para entender de quién se trata este emergente de la crisis política actual. «Llamó como asesor de campaña a Steve Bannon, un ideólogo de la derecha más radical, supremacista, que participó del gobierno de Donald Trump y mantiene lazos con los partidos neofascistas europeos, lo que revela que es una expresión mundial y no solo local».

Amorim. El poder estadounidense reaccionó
ante el avance de la integración regional.

Además, los integrantes de las Fuerzas Armadas, indica Ricardo Romero, politógo y analista especializado en temas brasileños, «apostaron fuerte por Bolsonaro, cuyo candidato a vice es el exjefe de la Casa Militar, el general Hamilton Mourão, que debió dejar el Comando Militar del Sur en 2015 luego de festejar la actuación de Carlos Brilhante Ustra», un coronel condenado en 2008 por haber sido torturador durante la dictadura (1964-1985). El dato clave es que «para tranquilizar a los mercados», anunció que su ministro de Economía sería Paulo Guedes, un académico doctorado en la Universidad de Chicago que propone privatizar lo privatizable y achicar el Estado a su mínima expresión.

Romero. Las fuerzas armadas brasileñas
apoyan el modelo neoliberal.

¿Cómo fue que los militares, que incluso en la dictadura defendieron la industria y el desarrollo, ahora apuestan a un modelo que devasta la producción local? Para Romero, la explicación pasa por «el rechazo al PT o, más genéricamente, al populismo». Entrenados en un anticomunismo fanático en los 60, crecieron al calor de esa máxima de Richard Nixon de 1971, «donde vaya Brasil irá América Latina». Pero en ese camino, un tornero mecánico pudo llegar a presidente y Brasil por primera vez en su historia miró hacia el continente y no hacia EE.UU. o Europa, como el mismo Lula señaló alguna vez. Luego de esa experiencia, los militares no tuvieron dudas.

Mapa de candidatos
Tampoco el establishment las tuvo. Por eso, Michel Temer –el vicepresidente de Dilma, del PMDB, aliado tradicional del PT en estas dos décadas– impulsó, luego de arrebatarle la presidencia, medidas de neto corte neoliberal, con beneplácito de los grandes medios pero con un alto grado de rechazo popular. Así, impulsó una reforma constitucional que congela el gasto público por 20 años; permitió la enajenación de un emblema como Embraer, el cuarto fabricante de aviones del mundo, en favor de Boeing, la competencia estadounidense; privatizó áreas de explotación exclusivas de Petrobras y dictó leyes que hicieron perder derechos laborales y previsionales consagrados hace 70 años por Getulio Vargas, el constructor del Brasil moderno.

Fue en este período que se extendieron investigaciones judiciales, que involucran a dirigentes de los principales partidos políticos, pero que se proyectaron especialmente sobre el PT y su máximo dirigente, Lula da Silva. También sobre empresas que habían crecido durante su gobierno y eran el mascarón de proa del Brasil potencia.

Mano dura. Presencia militar en las calles de Río de Janeiro. (De Souza / AFP / Dachary)

Detenido en la sede de la Policía Federal de Curitiba, Lula fue proscripto por un fallo del Tribunal Supremo Electoral que desoyó un reclamo del Comité de Derechos Humanos de la ONU que exige que se respete su derecho a postularse porque el fallo por la presunta compra irregular de un tríplex en Guarujá no está firme.
Al filo del plazo para registrar la fórmula presidencial, el PT lanzó el binomio compuesto por Fernando Haddad y Manuela DʼÁvila. Haddad es un académico que fue ministro de Educación de Lula y Dilma, y luego alcalde de San Pablo. A su paso por el gobierno (2005-2012) creó el programa Universidad para todos (PROUNI) que permitió el acceso a la educación superior a personas de bajos recursos. También bajo su gestión fueron creadas 14 nuevas universidades y se repartieron 700 millones de libros a estudiantes de todo el territorio. Lo secunda DʼAvila, una joven y carismática dirigente del Partido Comunista de Brasil (PCdoB), que quiere revertir las políticas de quienes están «entregando nuestros recursos naturales y destruyendo los derechos del pueblo, los derechos laborales, los sociales y las universidades».
El próximo 7 de octubre van a la primera vuelta, por la izquierda, el PT, el PCdoB y partidos menores detrás de Haddad-DʼAvila. Y otro joven dirigente al que Lula manifestó tener mucho cariño, Guilherme Boulos, del PSOL (Partido Solidaridad y Libertad), encabeza otra lista.
En un pelotón del centro del espectro podrían ubicarse tres exministros del PT: Ciro Gomes, quien integró el gabinete de Lula; Marina Silva, candidata ecologista; y por el partido de Temer, Henrique Meirelles, expresidente del Banco Central y ministro de Hacienda.

Tarea cumplida. Temer implementó una reforma laboral regresiva y privatizaciones. (Sa / AFP / Dachary)

Por el PSDB, el partido del expresidente Fernando Cardoso, va Geraldo Alckmin, exalcalde de San Pablo. Junto con Meirelles podrían ser la esperanza del establishment más «racional» para una eventual segunda vuelta contra el PT o, mejor aún para ellos, contra Bolsonaro. Tasso Jereisatti, titular del PSDB, hizo un mea culpa ante O Estado de São Paulo para explicar por qué su partido no despega en los sondeos. «Cometimos varios errores, el primero fue cuestionar el resultado electoral en 2014 (…) El segundo fue haber votado contra nuestros principios básicos solo para estar en contra del PT (…), pero el más grande fue haber entrado al gobierno de Temer».
Hay otra piedra en el camino de Brasil. El resultado electoral puede determinar si es la de militares fuera de los cuarteles, la de un PT recargado, o una tercera opción con los golpistas de 2016.

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