Dinero sin fronteras

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Montados sobre datos informáticos encriptados de forma segura y sin vinculación con ningún Estado, las nuevas monedas virtuales cuestionan el concepto tradicional de dinero y prometen intercambios más justos y la utopía de una sociedad sin billetes.


(Reuters)

Internet ha permitido el surgimiento de fenómenos tan novedosos y distintos a los habituales en el mundo analógico, que por momentos generan perplejidad. Posiblemente eso le haya ocurrido al lector al leer sobre criptomonedas; es decir, monedas montadas sobre datos informáticos encriptados de forma segura para que no puedan ser violados. La más conocida es bitcoin (traducible como «moneda de bits»). ¿De qué se trata? Vale la pena repasar las particularidades de estas nuevas monedas virtuales, que tienen continuidades y rupturas con otras del pasado, pero también múltiples potencialidades.

Cadenas y bloques
Blockchain, o «cadena de bloques», es la tecnología que subyace a las monedas virtuales como bitcoin, pero también a otras tecnologías menos conocidas. Su concepción surgió a principios de los 90 y el primero en implementarla en concreto fue Satoshi Nakamoto, seudónimo con el que se hizo conocido a través de las redes el creador de bitcoin; su verdadera identidad sigue siendo un misterio, además de fuente de intensas especulaciones.
La particularidad de esta tecnología es su descentralización: uno de los problemas principales para usar una moneda sin control central ni materialidad física es evitar que el mismo dinero se gaste varias veces. El sistema valida las transacciones a través de Internet gracias al trabajo de nodos que reciben información permanentemente sobre los intercambios que se producen. Cuando un número mayoritario de esos nodos da como válido el movimiento, este termina de concretarse. La gran ventaja de este sistema es que todas las transacciones quedan almacenadas de forma distribuida y, por lo tanto, pueden ser auditadas por cualquier miembro de la red. Si alguien intentara modificar una transacción pasada, esto quedaría en evidencia por no coincidir con el resto de las cadenas. Este principio es similar en todos los usos de blockchain.
Procesar esa información es costoso porque requiere máquinas cada vez más poderosas y caras. ¿Por qué invertir tanto dinero? Quien haga esa tarea recibirá bitcoins a cambio. El trabajo retribuye cada vez menos bitcoins, pero es compensado por una tasación que tiende a subir. La competencia por producir nuevos bitcoins ha hecho que se inviertan millones de dólares en hardware específico y se gaste otro tanto en la electricidad. El sistema está diseñado para que en 2040 no se pueda producir más moneda nueva.
Bitcoin en particular agrega además varias características: una de las primeras es el anonimato de quién la usa. Por esta razón, bitcoin se ha transformado en una moneda valiosa para actividades delictivas, pero también para evitar controles cambiarios o simplemente conservar el anonimato. Esto no ha impedido que cada vez más empresas acepten la moneda virtual. Para pagar alcanza con un celular o una computadora.
La pregunta obvia es por qué esta moneda es aceptada como portadora de valor. La respuesta es menos simple: «En realidad el valor de las monedas se da socialmente», explica el economista Andrés Asiaín, director del Centro de Estudios Económicos y Sociales Scalabrini Ortiz. «Se le puede dar valor a una piedra, un metal precioso, un pedazo de papel, un número a una cuenta bancaria o a un algoritmo matemático. Tiene valor si es socialmente reconocido como portador de un poder social, el poder de compra, dentro de un determinado espacio monetario». A lo largo de la historia ese valor se depositó en la sal, semillas de cacao, la plata o algún otro material: ¿Por qué no asignarlo a una cadena de bits en la era digital?

Legitimidad
En el caso de las criptomonedas, según Asiaín, «en general primero debe ser aceptado por una comunidad cerrada de, por ejemplo, programadores que se entusiasman y legitiman esta moneda. Después esa legitimidad se expande». De hecho, uno podría preguntarse por qué la gente acepta dólares o pesos: esos papelitos de colores hace tiempo dejaron de representar una cantidad equivalente en oro para transformarse en una convención sustentada en los hábitos y la autoridad del Estado. Por otra parte, en los últimos años nos hemos acostumbrado a aceptar dinero que solo vemos como números en una pantalla: según estadísticas de la Reserva Federal de los EE.UU. el 93% del dinero circulante en ese país es exclusivamente digital. Eso por no hablar de la SUBE, vales de descuento y otras múltiples formas de valor.
En la práctica, el bitcoin puede intercambiarse por una moneda tradicional. Su cotización ha oscilado: por ejemplo, durante 2011 llegó a valer en un momento 30 centavos de dólar, para subir hasta los 32 y terminar en una cotización de solo 2 dólares. En la actualidad, luego de algunos meses de ascenso, su valor superó los 2.000 dólares y tiene oscilaciones significativas. La moneda ha recibido ataques especulativos e incluso una de las empresas que más bitcoins administraba en el mundo, Mt. Gox, sufrió un robo virtual en 2014 y se declaró en quiebra. Solo una parte de esas monedas fueron recuperadas y parecía que la moneda se pincharía como un globo. Sin embargo, se recuperó de la pérdida de confianza.
Existen fanáticos de bitcoin en todas partes: aquellos que lo ven como una herramienta para combatir la financiarización de la economía, pero también para una suerte de «anarco-capitalistas» que ven al Estado como el principal enemigo: quitarles el monopolio sobre el dinero sería una buena medida para desarticularlo.
La complejidad del esquema general ha facilitado el surgimiento de alternativas como Ethereum, Litecoin o Ripple, que resuelven algunos de los problemas de bitcoin, pero seguramente recibirán ataques en caso de que su crecimiento las haga atractivas. Por su parte, existe un número creciente de criptomonedas sociales con otro tipo de gobierno, como MonedaPar (ver recuadro), que pueden facilitar la transparencia de las transacciones en comunidades ya consolidadas para potenciarlas.
No es la primera vez que una tecnología promete liberar a la humanidad de algunos yugos al democratizar y distribuir el poder. Ocurrió con la radio, la telefonía, Internet misma, pero la experiencia indica que todas se insertan en un contexto económico, político y social particular que amplifica algunos usos y relega otros. El potencial democratizador de las criptomonedas está: habrá que ver si puede desarrollarse.

 

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