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La producción de miel conserva su preeminencia a nivel mundial por su calidad, pese a los problemas climatológicos derivados del avance de la sojización. Bajo aporte de valor agregado.

 

Colmenares. Por año se extraen entre 80.000 y 90.000 toneladas. El consumo interno no supera los 200 gramos por persona. (AFP/Dachary)

La miel es el único edulcorante natural y uno de los alimentos tradicionales más completos debido a sus propiedades organolépticas y a su alto poder energético y nutritivo. La Argentina es el tercer productor mundial apícola, debido a su cantidad y calidad reconocida internacionalmente, ubicándose sólo detrás de Estados Unidos y China. La apicultura es una actividad económica que atraviesa el país de manera transversal y que suele complementar otras cadenas productivas de pequeños y medianos productores diversificados. En el país existen unas 4,5 millones de colmenas, de acuerdo con datos de la Sociedad Argentina de Apicultores. Si bien a nivel nacional se está trabajando en el empadronamiento de todos los apicultores con la declaración actualizada de la cantidad de colmenas, el potencial de producción se estima en 10 millones.
La actividad todavía genera escaso o nulo valor agregado, lo que busca corregirse a partir de la producción de mieles orgánicas, integración en la dieta de los argentinos y el uso de derivados. Por año se extraen entre 80.000 y 90.000 toneladas de miel, señalaron desde la cámara que los agrupa, mientras que el consumo nacional no llega a los 200 gramos anuales por persona, frente a los registros de otros países que alcanzan cerca de los 2 kilogramos, como Europa y EE.UU. Desde el sector buscan que se incentive el consumo doméstico, no sólo de la miel, sino también de derivados de la propia colmena, como el propóleo. La importancia del sector radica también en su aporte irremplazable para el medioambiente. La producción apícola incide en la actividad agrícola y forestal por su acción polinizadora, contribuyendo a aumentar la productividad de estos sistemas. No obstante, la actividad se ve amenaza por el avance de la sojización de las tierras, a lo que se suman los fenómenos climatológicos que son consecuencia del arrasamiento de los cultivos tradicionales. Este año la sequía complicó la actividad, aunque el remate vino de la mano de las precipitaciones que se registraron en la primera mitad de febrero. Las lluvias retrasaron la cosecha –las abejas se comieron buena parte de la miel– y las inundaciones se llevaron algunas colmenas.

 

Desconcentración y expansión
Pese a las inclemencias naturales, la diversidad de productos y condiciones del sector permitió que la actividad sea uno de los principales complejos agroproductivos no tradicionales del país. La miel argentina se enfrenta a rápidos cambios en el ambiente tecnológico, institucional y socioeconómico. Estas variables son dinámicas y hacen a la competitividad del sector para tratar de alcanzar y mantener los resultados económicos favorables a la reinversión en la empresa familiar.
Por el lado de la producción, el desafío está en la desconcentración y expansión nacional. Tanto la industrialización como la comercialización se concentran en las provincias centro –Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos, La Pampa y Córdoba–. Los principales compradores de miel argentina son Alemania (con el 40% del total de exportaciones apícolas), Estados Unidos (30%),  y lejos se ubican las ventas a Italia (7,4%), Japón (5,4%) y Reino Unido (3,9%), según datos del Ministerio de Agricultura.
El 98% de la miel exportada por Argentina se realiza a granel en tambores de aproximadamente 330 kilogramos. Este producto luego es procesado  en los países de destino, y se la utiliza, en parte, para mejorar mieles de baja calidad y precios inferiores, mientras que el resto es fraccionada para introducirla en el circuito doméstico. Los costos para producir miel son bajos y permiten el ingreso de jugadores, pese a que la traba pasa por la concentración en la etapa de comercialización internacional. Para una producción media de 250 colmenas –de entre 25 y 30 kilos cada una– los costos están distribuidos en un 12% para reposición de reinas (aproximadamente cada dos años), 20% en fraccionamiento para la comercialización minorista directa, 10% en mantenimiento sanitario del colmenar y 38% relacionado con la movilidad, porcentaje que se eleva considerablemente en aquellas empresas que desarrollan un tipo de producción trashumante.  Este tipo de producción consiste en instalar el colmenar en una zona cuyo tipo de flora hace que la colmena se desarrolle rápidamente para luego trasladar las más grandes a otro campo del que se obtiene una mejor calidad de miel por las características de su vegetación. Una colmena nueva cuesta aproximadamente entre 300 y 400 pesos y hasta 800 pesos una en producción. La informalidad en el sector es alta. Casi un 70% de los productores no están  registrados en el organismo controlador, ya sea de orden sanitario o impositivo. Esta lógica productiva provoca impedimentos a la entrada de la miel argentina en algunos países. La inscripción de los pequeños y medianos apicultores es algo imprescindible para cumplir con leyes mundiales y llevar un registro de la actividad.

Cristian Carrillo

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