El camino del virus

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La resistencia a admitir la gravedad del problema y las demoras en cancelar vuelos, recomendar el uso de tapabocas o informar sobre el riesgo de la transmisión asintomática contribuyeron a que los primeros casos registrados en China llegaran a todo el mundo y se convirtieran en millones.

Beijing. Hasta principios de agosto, el virus había infectado a 20 millones de personas y provocado 700.000 muertes en todo el planeta. (Celis/AFP/Dachary)

Si se desandara el camino que recorrió el nuevo coronavirus SARS-CoV-2 desde los primeros casos registrados en China hasta la crisis sanitaria, social y económica más profunda y extendida del último siglo, se podría reconstruir una intrincada cadena de causas y efectos. Allí estarían, por un lado, los inevitables tropiezos provocados por la falta de conocimiento de un virus nuevo, pero también numerosos errores no forzados, fruto de intereses, presiones y negligencia. En ambos casos, la humanidad pareció haberse convertido en un campo de pruebas de aquel proverbio chino según el cual el aleteo de una mariposa puede causar efectos inesperados del otro lado del planeta.
El primer aleteo sucedió en Wuhan, una ciudad de 11 millones de habitantes ubicada en el centro de China, nodo de una importante red de transporte terrestre y sede de un aeropuerto internacional que movilizaba un promedio de 20 millones de pasajeros por año, con vuelos directos a Nueva York, Londres y París. Los 41 casos registrados a principios de enero –el 11 de ese mes China reportó la primera muerte– se convirtieron pronto en cientos y miles. Siete meses después, el virus había llegado a prácticamente todos los países del mundo. La pandemia puso a más de la mitad de la humanidad en cuarentena, provocó la pérdida de 400 millones de puestos de trabajo y dejó sin clases a más de 1.000 millones de estudiantes. Hasta principios de agosto, había logrado reproducirse en más de 20 millones de organismos humanos y había terminado con la vida de más de 700.000 de personas.
¿Cómo fue posible tanto en tan poco tiempo? «A nivel mundial –asegura el infectólogo Tomás Orduna, miembro del comité de expertos que asesora al Gobierno nacional– hubo una negación de que la cuestión era importante. El segundo problema fue retrasar las medidas de contención y las medidas de aislamiento». Gabriela Piovano, médica infectóloga del Hospital Muñiz, coincide: «El primer error –asegura– fue minimizar la pandemia. Creer que iba a comportarse como la gripe H1N1 o las influenzas comunes, y que los números no iban a ser tan grandes», señala.

Ojos que no ven
«Negación» es la palabra que, a ocho meses de los primeros casos, aparece con más frecuencia en los análisis retrospectivos que intentan explicar el extraordinario alcance de una pandemia que tomó por sorpresa al mundo, a pesar de numerosas señales de alarma previas (ver Profecía…). La subestimación del riesgo fue una constante. Aunque su respuesta posterior fue enérgica, China ignoró los primeros indicios. Las advertencias del oftalmólogo Li Wenliang, que trabajaba en el Hospital Central de Wuhan y había comunicado a sus colegas, a través de las redes sociales, el riesgo del brote de un misterioso virus similar al del síndrome respiratorio agudo grave (SARS), fueron desoídas y acalladas. Li fue acusado de haber hecho comentarios falsos que alteraban el orden social y obligado a retractarse. Poco después, se contagió de una de sus pacientes, falleció el 7 de febrero y fue exonerado postmortem por el Gobierno.

OMS. Su posición sobre la transmisión asintomática generó cuestionamientos. (Coffrini/AFP/Dachary)

China finalmente admitió la gravedad de la situación. La cuarentena impuesta en la ciudad de Wuhan fue férrea y eficaz. Pero el virus ya se había empezado a propagar de un modo silencioso. De acuerdo con datos publicados por Baidu, el «Google chino», que registra la movilidad de millones de teléfonos celulares, al menos 175.000 personas abandonaron Wuhan entre el 1º y el 23 enero, cuando se impuso un cerco sanitario alrededor de la ciudad.
Los viajes internos fueron cancelados, pero los brotes locales se habían estado expandiendo desde enero y, a través de los vuelos internacionales, que continuaron con normalidad hasta principios de febrero, se extendieron a todo el mundo. «Wuhan tiene una enorme cantidad de conexiones con el resto del mundo, puentes aéreos directos al norte de Italia y está unida a más de 30 ciudades del mundo por cuestiones comerciales. Podías amanecer almorzando en Wuhan y terminar el día cenando en París. La posibilidad de detener esa expansión fue desdeñada», analiza Orduna.
Los aviones se convirtieron, así, en la primera vía de diseminación, y la mayoría de los países menospreciaron el riesgo del tráfico aéreo con China. Los primeros en cancelarlo fueron Rusia, Italia, Pakistán, Turquía y Australia que, sin embargo, dejaron abierto su espacio aéreo al resto de vuelos internacionales durante algunas semanas más. Triangulando los destinos, con escalas y algunos desvíos, el virus llegó finalmente a todo el mundo. «Hay un tiempo de retardo desde que Wuhan descubre que una serie de neumonías atípicas graves no estaban relacionadas con ningún tipo de enfermedad conocida. Cuando se dan cuenta de que es un virus distinto, ya había comenzado a esparcirse», subraya Piovano.

Morawsaka. Transmisión en espacios cerrados por micopartículas en suspensión.

Orduna. «No se tuvo dimensión de la importancia del uso inicial de los barbijos.»

Piovano. «El primer error fue creer que el virus iba a comportarse como la gripe.»

Mientras China lograba controlar los brotes mediante el «esfuerzo de contención más ambicioso, ágil y agresivo de la historia», según describe un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Estados Unidos ponía en marcha un compendio de todas las formas posibles de negligencia. El presidente, Donald Trump, hizo de la negación una militancia: desestimó el riesgo, se negó a coordinar una política sanitaria federal, criticó las cuarentenas, desafió el uso de tapabocas, recomendó «inyectarse desinfectante» y sostuvo la teoría, desmentida por la propia CIA, de que el virus había sido creado en un laboratorio chino. «Todo está bajo control», insistía, mientras los muertos diarios en Nueva York se acercaban al millar, colapsaban hospitales y funerarias y Estados Unidos se convertía en el nuevo epicentro mundial de la pandemia.
Si se pudiera hablar de un «caballo de Troya» del COVID-19, este sería, quizás, la transmisión asintomática. El SARS-CoV-2, aseguran los especialistas, es un virus insidioso: su gravedad puede ocultarse bajo una apariencia benigna, de modo que quien lo padece no es consciente del riesgo en el que se encuentra y al que expone a otras personas. Cuando los síntomas son leves, los pacientes se pueden mover libremente y transmitir el virus, ya que el período de incubación es prolongado –en promedio, dura 5 días, pero se han reportado casos en los que llegó a 29– e infeccioso.
Un estudio reciente realizado entre 303 pacientes de un centro de aislamiento de la ciudad coreana de Cheonan demostró que, incluso en los casos en los que la infección permaneció asintomática durante mucho tiempo, la carga viral fue la misma en las personas que presentaban síntomas y las que no. «Es necesario aislar a las personas infectadas más allá de que presenten o no síntomas», aseguran los investigadores.
Según algunos análisis, la OMS tardó demasiado en admitir con claridad y contundencia el riesgo de la transmisión asintomática, y tuvo más de un tropiezo al respecto. El más notorio fue el malentendido generado por una alta funcionaria del organismo, Maria Van Kerkhove, que en una conferencia de prensa emitida en directo el 8 de junio aseguró que «parece ser raro que una persona asintomática transmita el virus». Las declaraciones generaron polémica y fueron objeto de críticas por parte de científicos e investigadores. El director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, tuvo que aclarar dos días después que esa no era la posición del organismo.

San Pablo. El tráfico aéreo transformó los brotes locales en globales. (Almeida/AFP/Dachary)

La infectóloga Camilla Rothe es la subdirectora del servicio de Medicina Tropical de Hospital Universitario de Múnich y el 27 de enero diagnosticó el primer caso de COVID-19 registrado en Alemania: un hombre de 33 años, empleado de una compañía de autopartes, que se había contagiado a través de una colega que estaba de visita desde Shangai y que no había mostrado síntomas durante su estancia en Alemania. Hasta entonces, se suponía, siguiendo el modelo del SARS, que el virus solo podía ser transmitido por personas con síntomas. Pero Rothe comprendió que el paciente solo podría haberse contagiado de su colega china. «La infección puede ser transmitida durante el período de incubación» advirtió a través de un correo electrónico dirigido a sus colegas y, más tarde, en un artículo enviado a la revista The New England Journal of Medicine. Algunos aspectos metodológicos del paper fueron objetados. «Pero nada de eso era crucial para nuestro mensaje, que era que puedes infectar aunque no tosas ni estornudes», aseguró Rothe en una entrevista con el diario español El País.
Un equipo de periodistas de The New York Times cubrió la historia de Rothe y el paciente 0 alemán, un ejemplo del modo en que el mundo le dio la espalda a «la propagación silenciosa del COVID-19». A partir de un exhaustivo trabajo de investigación, el artículo reveló que durante dos meses cruciales, las autoridades sanitarias y los líderes políticos occidentales restaron importancia o negaron el riesgo de la transmisión asintomática. Entre los motivos, hubo «suposiciones científicas erradas, rivalidades académicas y, quizá lo más importante, una resistencia a asumir que contener el virus requeriría medidas más drásticas. Esa negativa a aceptar la nueva evidencia fue parte de la respuesta lenta del mundo a la pandemia».

Herramientas de prevención
El uso generalizado de tapabocas como medida de prevención está en relación directa con la transmisión asintomática. Si es posible contagiar antes de que una persona sepa que está infectada, es necesario suponer, como asegura Rothe, que «todos estamos enfermos». «Si hubo un error de la OMS fue el tema de los barbijos. Y también de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades. No lo adoptaron rápidamente ni la Unión Europea ni Gran Bretaña ni Estados Unidos. En el resto del continente americano veíamos qué hacer, qué no hacer, con muchas dudas. No se tuvo dimensión de la importancia de su uso inicial, que probablemente hubiera ayudado a disminuir la cantidad de pacientes. Hoy vemos que es una herramienta brutal de barrera», reconoce Orduna. Tempranamente adoptada en las exitosas estrategias de los países asiáticos, la medida fue recomendada por la OMS recién el 6 de junio. Hasta entonces, su uso había sido desaconsejado con distintos argumentos como la falta de evidencia científica, el riesgo de desabastecimiento para el personal de la salud o la falsa sensación de seguridad que podía proporcionar.

Houston. Tras la flexibilización de las restricciones, Texas sufrió un severo rebrote. (Felix/AFP/Dachary)

La ausencia de evidencia científica fue también el motivo por el cual la OMS se resistió a reconocer que el coronavirus puede transmitirse por vía aérea, a través de micropartículas en suspensión o aerosoles. Durante más de seis meses el organismo sostuvo que la transmisión se daba principalmente a través de las gotas que se expelen al toser o estornudar y que, al ser de mayor tamaño que los aerosoles, suelen caer rápido y depositarse sobre superficies que se convierten así en fuente de contagio. Por eso, el énfasis inicial de las campañas de prevención apuntó al lavado frecuente de manos, la recomendación de toser en el pliegue del codo y de evitar tocarse la cara. Sin embargo, a principios de julio, 239 científicos de 32 países encabezados por la investigadora Lidia Morawska, una de las mayores expertas mundiales en el estudio de la calidad del aire, enviaron una carta abierta a la organización para solicitarle que reconociera la transmisión del SARS-CoV-2 a través de micropartículas en suspensión. El mayor riesgo ya no serían las superficies contaminadas, sino los espacios cerrados, abarrotados y mal ventilados. Casos de superpropagación reportados en iglesias, restaurantes, el ensayo de un coro y call-centers podían ser perfectamente explicados si se asumía que el virus podía transmitirse por la inhalación de aerosoles que pueden permanecer varios minutos en suspensión, «viajar» mucho más allá de los dos metros de distanciamiento social recomendados e, incluso, dispersarse a través de equipos de aire acondicionado.

Parcial, incierta y escasa
Como resultado de la carta, la OMS admitió que «no se puede descartar la transmisión de aerosoles». Morawska, por su parte, aseguró que seguirá trabajando junto con la organización. Aconsejar al público, dijo, es mucho más complicado que hacer ciencia: «Deben tenerse en cuenta todos los demás factores que no tienen nada que ver con la ciencia, como los recursos, la economía o la viabilidad», señaló a El País. A estos factores se suma la dificultad para tomar decisiones en un contexto de incertidumbre sobre una enfermedad nueva, con investigación parcial, incierta o escasa y una urgencia que, en ocasiones, cobra en vidas humanas cada día de demora.
«Aprendemos a medida que esta enfermedad se propaga y se desarrolla porque se trata de un nuevo virus que nos obliga a un aprendizaje continuo», señala el ministro de Salud de la Nación, Ginés González García. «No vamos a tener certezas por mucho tiempo», reconoce Orduna. Pero, aun así, todos coinciden en algunas evidencias: que, como demuestran las curvas epidemiológicas, los países que tomaron medidas restrictivas tempranas tuvieron mejores resultados. Que el aislamiento social, sumado a acciones sencillas como el uso de tapabocas y el lavado de manos, es imprescindible para frenar la propagación. Y que poner en práctica esas medidas constituye, además de una forma de cuidarse a uno mismo, un gesto de solidaridad elemental.

Informe: María José Ralli