A casi cuatro años de su llegada al poder, la coalición liderada por Antonio Costa logró reactivar la economía al abandonar políticas de ajuste y mantiene viva a la izquierda europea. Las turbulencias en el bloque y los retos de cara a los comicios de 2019.
13 de febrero de 2019
Lisboa. La sesión parlamentaria celebrada a fines de noviembre, donde la izquierda consiguió aprobar el presupuesto para este año. (De Melo Moreira/AFP/Dachary)Grandola, Vila Morena (ciudad de Moros)/tierra de fraternidad/el pueblo es quien más ordena/ dentro de ti/oh ciudad/el pueblo es quién más ordena», remarca la canción-símbolo de la Revolución de los Claveles que en 1974 fue la clave radial para ponerle fin a casi medio siglo de dictadura en Portugal. En la noche del 25 de abril de ese año, un sector progresista de las Fuerzas Armadas, apoyado por gran parte de la sociedad civil, tomó el poder tras derrocar al régimen autoritario fundado por Antonio Salazar y proseguido por Marcelo Caetano. Jóvenes militares, la mayoría capitanes y con ideas de izquierda, abrieron el camino a la democracia en el país, dando inicio a un período de cambio recordado por los fusiles adornados con claveles. Estas flores rojas y la canción «Granola, Vila Morena», del cantautor José Alfonso y prohibida por la dictadura, recuerdan el complejo período que comenzó en el 74 en Portugal, que por entonces era el país más pobre de Europa Occidental.
Aquello no fue un milagro sino un proceso que, más allá de las controversias internas, produjo cambios significativos y generó esperanzas en la población, en especial en los sectores menos favorecidos. Tampoco es un milagro el camino elegido cuatro décadas después por el gobierno del socialista Antonio Costa, primer ministro portugués desde 2015, que enfrentó las consecuencias del feroz ajuste exigido por entidades internacionales a cambio de un préstamo de 78.000 millones de euros para pagar deuda. La receta de austeridad aplicada a rajatablas entre 2011 y 2014 había acarreado aumento del desempleo, miseria, emigración y un Producto Bruto Interno (PBI) negativo.
Costa, al frente de un gobierno de coalición entre su Partido Socialista, el Bloque de Izquierda, el Partido Comunista y el Partido Ecologista Verde, se rebeló a las imposiciones de los acreedores internacionales y, en un contexto global de crisis, logró reducir la desocupación e incrementar la actividad económica. Su gobierno constituye una excepción, y también un ejemplo, en un continente donde imperan las políticas de austeridad.
Elogio y alarmas
Pero el camino no es fácil. En enero de 2019, la agencia Moody’s estimó que Italia, Hungría y Portugal «enfrentarán desafíos considerables por la deuda», si bien los dos últimos están mejor posicionados para hacer frente a las exigencias del año. Por su parte, la Comisión Europea (CE) rebajó sus previsiones de crecimiento económico en la zona euro, desaceleración que se sentirá en toda la Unión Europea (UE) (ver recuadro). En ese marco, la CE prevé un corte en las estimaciones de crecimiento de Italia que puede repercutir desfavorablemente en otros países de la UE. Y el Fondo Monetario Internacional (FMI), organismo al que Portugal pagó la totalidad de la deuda contraida en 2011, también ha hecho sonar la campana de alarma en relación con ese peligro de «contagio». En enero, durante el encuentro de Davos, el ministro de Economía portugués, Pedro Siza Vieira, designado por Costa, ratificó que su país apoyará siempre el fortalecimiento de las instituciones europeas. Portugal hizo «grandes esfuerzos en los últimos 30 años luego de su entrada en la UE. Esta es tal vez una de las razones por las cuales el eurobarómetro demostró recientemente que los portugueses son los segundos en la lista de los que mejor opinión tienen de la UE y del euro», sostuvo Siza Vieira. Y agregó que su país «estará al frente de quienes apoyen la integración europea, y el Banco de la Unión y el refuerzo de los mecanismos europeos».
En medio de un panorama complejo, también Portugal recibió elogios del presidente de la Comisión de la UE, Jean-Claude Juncker, quien realizó un mea culpa en enero pasado en Estrasburgo sobre lo actuado durante la crisis de la deuda en 2010. Hablando de Grecia, Juncker opinó que «durante la crisis hubo una austeridad agresiva no porque quisiéramos castigar a quien trabaja o está desocupado, sino porque las reformas estructurales son esenciales» y destacó su incipiente recuperación, junto con los progresos logrados por Portugal. No obstante, en esa misma cita de enero en Estrasburgo, el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, lanzó una fuerte señal de alarma. «Hoy la mayor parte de los desafíos son globales y solo se pueden enfrentar en unidad. Esta unión es la soberanía del mundo, una soberanía que de otro modo se perdería en este mundo globalizado». Paisaje nublado, según el presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, quien en la misma reunión precisó que «los datos más recientes indican una clara desaceleración del crecimiento y de la producción industrial, con el riesgo de una nueva recesión en algunos países europeos».
Proyecciones
En una Europa orientada a políticas derechistas, con las elecciones europeas previstas para mayo próximo y las legislativas portuguesas para octubre, ¿qué perspectivas se avizoran para los socialistas lusos? Según encuestas de principios de diciembre, el gobernante Partido Socialista de Antonio Costa no decae. Al contrario. En cifras, frente al 32% de sufragios que obtuvo en el 2015, para octubre es favorito con un 42% de los votos. No obtendría con ello la mayoría absoluta y necesitaría el sostén de la izquierda radical para formar gobierno, como sucedió hace cuatro años. Un caso que marca la diferencia en el viejo continente.
Cabe mencionar un dato al respecto: según el diario italiano Il Sole 24 ore, en Europa la izquierda «perdió 16 millones de votos en siete años». Ese medio de prensa calculó en octubre pasado que los principales partidos socialdemócratas de cuatro países de la UE (Alemania, Francia, Italia, España) dilapidaron el equivalente a casi 16 millones de votos. En diálogo con Acción, la italiana Susana Fantino, intendente electa de los Municipios IX y VII de la ciudad de Roma desde 2001 a 2016, opinó que «Portugal quizás sea la única nación del continente donde aún no se ha afirmado un partido de extrema derecha». El país luso, «tras recorrer el túnel de la austeridad impuesto por la troika, es decir, por representantes de la Comisión Europea, del Banco Central Europeo y del Fondo Monetario Internacional, con altísimos costos sociales, eligió su camino», recordó.
«La coalición de socialistas y partidos de izquierda, sin correrse de ciertos parámetros impuestos por la troika, llega a las elecciones europeas de mayo ostentando logros como haber conseguido bajar el déficit y disminuir la desocupación junto con un pequeño incremento del gasto público en el sector Salud y Previsión Social y de las pensiones mínimas», detalló Fantino. Estos datos concretos no provienen de una varita mágica. Se ha tratado «de mantener un riguroso control del gasto público; de una política fiscal que apunta a los turistas jubilados que gozan en Portugal de totales desgravaciones fiscales; y de inversiones en infraestructura edilicia», explicó Fantino.
¿Y mirando hacia adelante? La partida está en curso y los retos son fuertes, pero Costa viene demostrando que no le tiembla el pulso ante decisiones políticas orientadas a frenar las recomendaciones de austeridad de los acreedores internacionales. Decisiones de su gobierno han permitido superar la crisis sin abandonar puntos fundamentales del Estado de Bienestar. Al cabo, «el pueblo es quien más ordena», como se demostró en Grandola, en la rebelión contra un régimen dictatorial y, ahora, en lo que se expresa en las urnas.