Humor

El futuro

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Desde siempre, conocer el futuro ha sido casi una obsesión. Sobre todo ahora para saber quién ganará las elecciones. Ya para los augures romanos, los magos babilónicos o los oráculos griegos, cualquier método servía para predecir lo que iba a suceder: despanzurrar algún bicho para interpretar las formas del intestino grueso, lanzar al aire trocitos de huesos, escuchar el canto del somorgujo o el rebuzno del burro. Todo servía.
Yo tuve un tío que se ufanaba de ser «psíquico» y de poder predecir el futuro. Él, por ejemplo, un día miércoles decía: «Mañana va a llover, chocará un colectivo en Montes de Oca y Suarez, y en la quiniela sale el 46». Y efectivamente llovía, chocaba el colectivo y salía el 46; el problema era que esas cosas, en realidad, habían sucedido el día anterior, el martes.
Cuando se le decía: «Tío, todo eso pasó ayer», él contestaba con toda tranquilidad: «Lo que sucede es que yo vivo de acuerdo con un calendario astral que, por circunstancias planetarias especiales, atrasa dos días. Para mí hoy no es miércoles, sino lunes y lo que yo predigo, va a pasar mañana… martes».
Y no había caso, su razonamiento era impecable: cuando leía el diario del martes, estaba leyendo el diario del día siguiente. Transcurridos unos años hubo un día en que mi tío apareció en las páginas de necrológicas. Lástima que no pudo leerlo.
La gente se empeña en saber cómo le irá mañana. Las líneas de las manos, la borra del café, la carta astral, todo sirve, incluso la ptarmoscopía, que es el arte de predecir el futuro a través de los estornudos.
Pero de todas las fantasías, recibir el «diario de mañana» es una de las más difundidas. Sobre este tema, conozco un bonito cuento de un porteño, burrero fiel y estudioso de las estadísticas, que pacta con el diablo para que le diera el diario del día siguiente, con los resultados de las 9 carreras que se correrían en Palermo. El tipo va al hipódromo, apuesta en la primera carrera, y gana. Y así con las restantes, hasta llegar a la última, habiendo acumulado ya una fortuna. Sin embargo, al término de la jornada, el tipo salió seco y con el alma hipotecada. ¿Qué había sucedido? Sucedió que en la novena carrera el diario publicaba que había ganado el 3: el hombre, conocedor de montas y performances, estaba absolutamente seguro de que el 3 era un burro irredento, pero que en cambio el 8 no podía perder ni corriendo en tres patas. Pensó que el diario estaba equivocado. Jugó todo al 8… y ganó el 3 por una cabeza.
Y así andamos, queriendo saber que pasará mañana, y cuando nos lo dicen, empecinados, no lo creemos.
—Santiago Varela

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