El legado de Obama

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El rechazo de los republicanos a una norma que va contra sus concepciones individualistas chocó contra el fallo firme sobre su constitucionalidad. Tenue reforma a un sistema inequitativo.

 

Apoyos. Desde que se aprobó la iniciativa en el Congreso miles de personas reclamaron que se implementara. Hubo freno judicial. (AFP/Dachary)

Después de intensos debates en el Capitolio y chicanas judiciales impulsadas por la feroz oposición republicana, la Ley de Cuidado de Salud a Bajo Precio podrá comenzar a funcionar plenamente. La Corte Suprema de Estados Unidos rechazó un recurso de amparo que, de haber sido aceptado, podría haber acabado con uno de los pilares del Gobierno del presidente Barack Obama. Tal vez el único legado que deje a sus sucesores. La decisión del tribunal fue tomada el pasado 25 de junio, cuando 6 de los 9 jueces que lo integran le dijeron que no a un amparo presentado por miembros del Partido Republicano para frenar la aplicación de la ley en 34 estados, lo que habría dejado sin cobertura a 7 millones de ciudadanos y condenaba la reforma sanitaria al fracaso. No es la primera vez que la Corte da el visto bueno al nuevo sistema de salud. En 2012 ya había avalado la constitucionalidad del núcleo de la ley: la obligación de todo estadounidense a contratar un seguro médico, bajo penalización de una multa anual. Desde su sanción en el Congreso en 2010 hasta la actualidad, el Obamacare –la manera peyorativa que usan los republicanos para llamar a la reforma sanitaria– pasó por distintas turbulencias. El Gobierno, sin embargo, logró superar todos los escollos y comenzó a aplicar parcialmente la nueva normativa el 1 de octubre de 2013. De ese modo, Obama pudo concretar su anhelo de reconfigurar el viejo sistema de salud estadounidense, diagramado durante la presidencia de Richard Nixon, allá por los años 70. Nixon fue el creador de un sistema privatizado que, hasta estos días, dejó fuera de toda protección y resguardo a los sectores más pobres de la población. «El sistema de salud de EE.UU. es uno de los más salvajes de los países desarrollados. Quien no tiene un trabajo con seguro de salud, está casi a la buena de Dios. Muchos pobres dependen de salas barriales con médicos de bajo nivel de formación y pocos recursos técnicos», explicó a Acción Fabio Nigra, profesor de Historia de EE.UU. en la Universidad de Buenos Aires. La descripción de Nigra recuerda a las Crónicas de la América profunda, del periodista estadounidense Joe Bageant, quien hizo una radiografía brillante sobre el sistema de salud de su país. En el capítulo «Aquí se permite morir», Bageant cuenta cómo los ciudadanos deben endeudarse para pagar cualquier tratamiento médico. «Si uno es un obrero con más de 60 años (…) tiene muchos miedos inconfesables. Uno de ellos (…) es acabar arruinado por las facturas médicas mucho antes de empezar a babear incontrolablemente», escribe el filoso periodista.

 

Quiebras personales
En base a cifras de la Universidad de Harvard, Bageant asegura que «en EE.UU. las facturas médicas son la principal causa de quiebra personal para la gente que carece de seguro de salud». Los números son escalofriantes: la mitad de quienes no tienen cobertura deben dinero a los hospitales, mientras que un tercio termina siendo perseguido por alguna agencia de cobros, que no duda en demandar a los pacientes incluso por una deuda de apenas 100 dólares.
La precaria situación es sufrida por más de 45 millones de estadounidenses que actualmente no tienen cobertura. Muchos de ellos esperan para ir al hospital hasta que sus enfermedades se hacen inaguantables. Una de las víctimas de ese macabro sistema fue la madre del propio Obama, Ann Dunham, quien murió a los 52 años de un cáncer de ovario porque no tenía un buen seguro de salud. La historia personal del presidente lo llevó a impulsar una reforma sanitaria cuyo objetivo central, según sostienen desde la Casa Blanca, es brindar cobertura de salud a casi toda la población estadounidense. El nuevo sistema cuenta con tres formas de dar cobertura. La más habitual es la que funciona desde hace décadas: a través de los empleadores, que ofrecen un seguro médico a sus trabajadores. Con el Obamacare, el Gobierno exige que todas las grandes empresas ofrezcan cobertura a sus empleados. Aquellas que se niegan a hacerlo deben pagar una multa. Se estima que el 50% de los estadounidenses obtendrá cobertura de este modo.
Otra forma es a través de los dos programas sociales que funcionan desde los años 60 en EE.UU.: Medicaid, de asistencia sanitaria a personas de bajos recursos, y Medicare, lo mismo pero para mayores de 65 años. Ambos programas se expandirán para cubrir al 33% de los estadounidenses, en especial a adultos de bajos ingresos que hasta hace poco no calificaban para formar parte de estos planes.
El 10% de los ciudadanos acudirá a la última opción, inexistente hasta la aparición del Obamacare: la compra individual de su propio seguro médico. De ese modo, cada persona puede optar por el nivel y el costo de la cobertura que desea. La compra se hace por Internet y hay distintos planes: desde el más económico, llamado Bronze, hasta el más caro, conocido como Platinum. De acuerdo con la ley, las empresas médicas deben aceptar a todos aquellos que quieren tener cobertura –incluso a quienes están enfermos– y no pueden cobrar un plus a las personas con condiciones preexistentes.

 

Beneficios
Según cifras del economista Paul Krugman, unos 15 millones de estadounidenses ya consiguieron cobertura sanitaria gracias al Obamacare. El ganador del Premio Nobel sostiene que en los estados en los que la ley ya pudo aplicarse plenamente, el número de personas sin seguro médico bajó del 16% al 7,5%.
El sistema, sin embargo, contempla que millones de ciudadanos se queden sin cobertura. Los inmigrantes indocumentados, por ejemplo, no pueden acogerse a la nueva ley. Es decir que, así y todo, en EE.UU. seguirá habiendo unas 30 millones de personas desamparadas. Ese fue uno de los motivos por los que algunos referentes de la pequeña izquierda estadounidense cuestionaron el Obamacare.
Otra de las críticas está vinculada con el fabuloso negocio que representa el nuevo sistema para las grandes empresas médicas. «Las compañías aseguradoras fueron las principales fuerzas que ayudaron a escribir el proyecto de ley. Están muy contentas porque tendrán millones de nuevos clientes que estarán obligados a comprar sus seguros», denunció Shamus Cooke, miembro de la organización socialista Workers Action.

En el camino. Obama renunció a muchos avances con tal de aprobar la ley. (AFP/Dachary)

En ese sentido, el historiador Nigra opinó que «en el fondo el Obamacare no garantiza un sistema de salud amplio y completo, sino que son prestaciones básicas que engrosan las cuentas bancarias de las grandes corporaciones dedicadas al negocio de la salud». Algo con lo que coincidió Pablo Kornblum, analista del Centro Argentino de Estudios Internacionales (CAEI): «Mientras la asistencia social no genera un cambio estructural en la calidad de vida de los más necesitados, algunas de las industrias corporativas más afines al ala republicana aprovecharán la lógica capitalista e incrementarán su producción y rentabilidad, convirtiéndose seguramente en las más beneficiadas del Obamacare».
El sociólogo Gabriel Puricelli reconoció que el Obamacare es el «legado más importante de política doméstica de la administración Obama, tanto porque amplió derechos como porque rompió el consenso tácito ultraconservador que había excluido a millones de estadounidenses del acceso a un mínimo de seguridad en materia de salud». Al mismo tiempo, el vicepresidente del Laboratorio de Políticas Públicas señaló que si bien considera la reforma sanitaria una medida progresista, «no es de ningún modo una cobertura universal como el Sistema Nacional de Salud británico», por lo que «no consagra el derecho a la salud de manera completa».

 

Otro paradigma
Las críticas más furibundas contra la reforma sanitaria surgieron desde la derecha. Los republicanos intentaron boicotear el nuevo sistema de salud desde el vamos. El senador y precandidato presidencial Marco Rubio, por ejemplo, dijo que con el Obamacare se estaba «intentado socializar la medicina». Su colega y también precandidato presidencial para las elecciones de 2016, Ted Cruz, pidió un referendo para «derogar» la ley. El Tea Party, ala más reaccionaria del republicanismo, sostuvo que si una persona es libre, «también debe ser responsable de contratar un plan de salud conveniente» y no dejar que «el Estado acuda en su ayuda» como si fuera un padre protector.
Para Nigra, la oposición de la derecha se explica por una cuestión ideológica. «Siempre el gasto social es innecesario para la derecha, ya que la providencia ha decidido que seas pobre; o tu flojera lo ha hecho. El archiindividualismo liberal es el que prima», analizó el historiador. En esa misma línea, Kornblum consideró que los republicanos rechazan el «asistencialismo estatal» porque solo interpretan que «genera un déficit fiscal que no podrá ser cubierto por los ingresos gubernamentales». Puricelli reforzó: «Los republicanos creen en un capitalismo en el que se imponga la anarquía de mercado, donde el Gobierno provee la seguridad y la defensa exterior y el resto lo hace el mercado».
El cerebro detrás de todas las maniobras republicanas es la Fundación Heritage, uno de los principales think thanks conservadores de EE.UU. Fundada en 1973, la organización fue una pieza clave en el armado intelectual e ideológico del modelo conservador impuesto por Ronald Reagan y la británica Margaret Thatcher. Su presidente y exsenador Jim DeMint es uno de los más acérrimos opositores a la reforma sanitaria.«Aquellos ciudadanos sin cobertura conseguirán mejor tratamiento de salud en las salas de emergencia», dijo el hombre para rechazar los cambios en el sistema sanitario.
Lo dicho por DeMint es falso. La ley indica que las guardias de los hospitales solo pueden aceptar a los pacientes en emergencias como infartos o traumatismos severos por accidentes. Es decir que aquellos que necesitan asistencia por otras patologías más frecuentes y de mayor ocurrencia –como la diabetes, el asma y el cáncer– no pueden ser atendidos en una guardia común. Una muestra más de que el sistema de salud estadounidense se encuentra en terapia intensiva.

Manuel Alfieri

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