El mundo según Trump

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Entre críticas internas y externas e interrogantes acerca de su futuro al frente de la Casa Blanca, el magnate ratificó con bombardeos y amenazas la política exterior militarista de sus antecesores. La relación con China y Rusia y su mirada sobre América Latina. La opinión de especialistas.

Rechazo. Pancartas en una masiva movilización realizada en Nueva York. Las protestas se replicaron en otras ciudades del país. (Getty Images/AFP)

Rara vez Estados Unidos vio tal éxito». Así comienza el último spot que Donald Trump lanzó para «publicitar» sus logros de gobierno. Con despliegue hollywoodense, el video destaca el «mayor recorte de impuestos» en la historia del país, la lluvia de inversiones para generar «empleo estadounidense» y los cambios en la Corte Suprema de Justicia. Sin embargo, nada dice sobre sus principales y más polémicas promesas de campaña: la construcción del muro en el límite con México, el cierre de fronteras o el reemplazo del Obamacare por un nuevo sistema de salud.
A pesar de su estridencia, el spot dejó gusto a poco entre los seguidores del multimillonario. En sus treinta segundos de duración no hay una sola referencia a aquellas promesas que –tan polémicas como contundentes– depositaron a Trump en la Casa Blanca, simplemente porque hasta ahora no fueron concretadas. A pocos meses de haber arribado al Salón Oval, su gestión siembra más incógnitas que certezas y sus acciones ponen en duda aquella imagen de hombre duro, sin medias tintas, que se animaría a cualquier cosa con tal de hacer honor a su lema de campaña: «América primero».
Efectivamente, la realidad muestra un abismo de contradicciones e incoherencias entre lo que el magnate dijo durante la campaña electoral del año pasado y sus actuales medidas de gobierno. Hay un marcado contraste entre su brutalidad discursiva –llamó «violadores» a los mexicanos y se jactó de «hacer lo que quiera» con las mujeres– y algunas decisiones que lo acercan a un mandatario más convencional, limitado por la extensa red de poderes económicos y políticos que se despliega en el país norteamericano. Por eso emerge la pregunta: ¿Es Trump el presidente irracional e impredecible que prometía deportar a millones de inmigrantes y volver a implementar técnicas de tortura en los interrogatorios, o en realidad se terminará pareciendo mucho más a sus antecesores demócratas y republicanos? ¿Es Trump quien dice ser?

Promesas y señales
Acción consultó a cinco especialistas para intentar dar algunas respuestas al «enigma Trump». Gabriel Puricelli, sociólogo y coordinador del Programa de Política Internacional del Laboratorio de Políticas Públicas, sostiene que el presidente estadounidense «no es irracional ni completamente imprevisible». Y da como ejemplo los nombramientos en el área económica de su gabinete: «Fueron una señal muy clara de que piensa apoyarse en el establishment financiero». Según Puricelli, aunque el poderoso empresario «se diferencia netamente de Obama» por su incipiente proteccionismo y su compromiso con la desregulación económica, al mismo tiempo «retoma, radicalizándola, parte de la agenda de George W. Bush».
Para el economista Pablo Kornblum, especialista en Relaciones Internacionales de la Universidad de Buenos Aires (UBA), las diferencias entre el discurso de Trump y sus acciones de gobierno tienen su origen en la «institucionalidad política» de Estados Unidos. «Intentó llevar a cabo su programa de campaña en los primeros meses de presidencia, pero los mecanismos de contralor, de consenso o disenso político, le crearon muchas barreras. Esto lo obligó a “correrse” hacia el pragmatismo y tener que, simplemente, dedicarse a hacer política. De allí que este hombre que sentenciaba que él era lo “nuevo y diferente”, ahora se asemeje más a sus antecesores», asegura Kornblum, haciendo foco específicamente en el muro con México, frenado en reiteradas ocasiones por la Justicia, y el anunciado desmantelamiento del Obamacare, que al cierre de esta edición todavía estaba trabado en el Capitolio.
Sin embargo, muchos descreen de lo que consideran lisa y llanamente una «excusa institucionalista». De hecho, el magnate neoyorquino no tuvo ningún inconveniente al momento de echar al jefe del FBI, James Comey, a quien en el pasado había llamado «fanfarrón» y «presumido». Comey, casualmente, se encontraba liderando la investigación sobre los vínculos entre el gobierno ruso y la campaña de Trump de 2016. La decisión sacudió los cimientos institucionales de Washington y cosechó rechazos incluso entre las filas republicanas. Algunos hasta la compararon con la llamada «masacre de sábado por la noche», del 20 de octubre de 1973, cuando Richard Nixon despidió a Archibald Cox, el investigador del caso Watergate.

(Foto: AFP/Dachary)

Howard Waitzkin, sociólogo y profesor de la Universidad de Nuevo México, es uno de los que consideran que las promesas de Trump no quedaron en el camino por las barreras institucionales, sino que más bien son parte de su «teatro político, es decir, prometer algo supuestamente útil para los trabajadores y marginados (como bloquear la inmigración para proteger empleos y eliminar tratados de libre comercio) y luego “fracasar” por culpa del Congreso o la Justicia para terminar reafirmando las políticas que favorecen a la clase capitalista transnacional».
Con una mirada similar, la escritora y periodista Stella Calloni, autora de Operación Cóndor. Pacto Criminal, entre otros libros, considera que si bien lo que define al gobierno de Trump es el «desconcierto» y la «imprevisibilidad», sus acciones en el campo internacional pueden brindar algo de claridad en el análisis. «El ataque a Siria es una muestra de que la política exterior del gobierno de Trump está delineada por las estructuras más tradicionales e imperialistas del Partido Republicano y por los grupos de poder de Estados Unidos», afirma.

Caos organizado
Calloni hacía referencia al bombardeo sobre Siria, ordenado por Trump en abril pasado para dar respuesta, según dijo, a un supuesto ataque con gas químico del gobierno de Bashar al Assad, presidente de la república árabe. El bombardeo puso en el centro del debate la política exterior del gobierno de Trump, que en campaña parecía más preocupado por los asuntos domésticos que por los conflictos externos.
Muchos suponían que, a raíz de eso, se alejaría de la famosa doctrina del «caos organizado», esbozada hace ya más de 25 años por Bush hijo. En criollo esto consiste en fomentar el caos mundial para que EE.UU. pueda ejercer su poderío mientras sus contrincantes caminan por la cornisa de la inestabilidad. Algo de eso se vio también en las amenazas contra el hermético régimen de Corea del Norte, cuando el vicepresidente Mike Pence aseguró que «la era de la paciencia estratégica» había terminado.
Paradójicamente, el bombardeo contra Siria fue ordenado por Trump mientras mantenía una reunión con el presidente chino Xi Jinping, a quien había denostado durante todo el año pasado y ahora ve como un buen socio. Exactamente lo contrario ocurrió con el mandatario ruso Vladimir Putin, elogiado hasta el cansancio en la campaña electoral y hoy fuente de tensiones y pulseadas casi a diario. En ese sentido, cabe destacar que tanto los medios de comunicación como las agencias de inteligencia vienen atacando a Trump por esa relación desde el inicio de su gestión. El vínculo bilateral se complicó aún más a partir de las revelaciones de Inteligencia que el mandatario estadounidense habría hecho al Kremlin, hecho por el cual fue acusado de poner en riesgo la seguridad del país. Incluso, desde sectores del establishment estadounidense se comienza a hablar de un posible juicio político. Así lo reconoció el legislador republicano Justin Amash. El presidente respondió, fiel a su estilo: «Es la mayor caza de brujas de la historia».
Llamaron la atención también las idas y vueltas con la OTAN, a la que Trump había calificado de «obsoleta», para después reunirse con el jefe de la alianza transatlántica, el noruego Jens Stoltenberg, y elogiar su compromiso en la «lucha contra el terrorismo».
El historiador Pablo Pozzi, titular de la cátedra de Historia de Estados Unidos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, sostiene que estos giros se explican por la «imposibilidad de desarrollar» una política propia. «Por eso –explica–, Trump ha optado por desarrollar la de Hillary Clinton. De hecho, dos días antes del ataque a Siria, Hillary salió a decir que eso era lo que había que hacer. Ese ataque y las amenazas a Corea del Norte han sido una señal clara por parte de Trump a los sectores de poder de su país: va a hacer lo que le piden y va a continuar la política de enfrentamiento mundial». Para Pozzi, en el análisis también pesa la influencia de los grandes capitales y las corporaciones: «Una hora después del bombardeo a Siria, empresas del complejo militar industrial, como Raytheon y Lockheed Martin, vieron el precio de sus acciones subir por más de 1.000 millones de dólares».

Agenda regional
Las incógnitas sobre el gobierno de Trump son especialmente mayores si se mira hacia América Latina. No tanto por las contradicciones, sino por la poca importancia que el presidente estadounidense le dio, hasta ahora, a la región. Para Puricelli, la única línea que puede trazarse claramente es la que refiere a México: «Los mexicanos deben estar preparados para una política que intentará por todos los medios hacer bajar el superávit comercial que su país tiene con EE.UU. y para una relación bilateral que se deteriorará tanto como Trump esté decidido a avanzar con la construcción del muro fronterizo».
El economista Kornblum coincide en que la región no será uno de los temas candentes dentro de la agenda gubernamental. «El foco de la política de Trump –apunta– claramente no será América Latina, con excepción de la relación con México, principalmente en términos de potenciales modificaciones de tinte económico o con la problemática migratoria y sus derivaciones provenientes del resto de los migrantes centroamericanos».

Juntos. Indígenas del grupo Tohono O’odham bailan y cantan para repudiar el proyecto de construcción de un muro en la frontera con México. (AFP)

Todos los especialistas consultados concordaron en que Trump mantendrá la famosa «política del patio trasero» casi como si se tratara de algo natural. «Será una política de maltrato, con la que el gobierno estadounidense tratará de fortalecer las relaciones financieras de la clase capitalista transnacional a través de inversiones y evasión de impuestos», asegura el profesor Waitzkin.

De amigo a amigo
Si bien es una de las pocas cuestiones latinoamericanas en las que Trump tomó partido, la situación en Venezuela tampoco parece ser una prioridad –como sí lo fue durante la Administración Obama–, sino más bien una preocupación propia de los gobiernos de la región. El jefe de la Casa Blanca apenas se limitó a expresar su «preocupación» por «conservar las instituciones democráticas» en el país bolivariano. Un discurso suavizado que no quiere decir, sin embargo, que como es habitual en este tipo de situaciones, las agencias de inteligencia estadounidenses no estén desempeñando un activo rol en el escenario venezolano.
Macri fue uno de los pocos mandatarios latinoamericanos que llegó hasta Washington para mantener una reunión personal con Trump. «Él me hablará de limones, yo de Corea del Norte», ironizó el presidente de Estados Unidos poco antes de reunirse con aquel «amigo» al que «no veía hace 25 años». En la visita, Macri se calzó el traje que más le gusta: el de referente regional de la oposición al gobierno de Nicolás Maduro. Sin embargo, ese no fue el único tema que tocó y también hubo tiempo para cuestiones domésticas. Además de los frescos limones tucumanos, hubo reuniones por el comercio de biodiesel y carne.
En el horizonte, muchos avizoran una «relación carnal» entre la Argentina y EE.UU., similar a la de los años 90. «La llegada de Trump a la presidencia propiciará la continuación de políticas neoliberales y concentración de la riqueza en la Argentina», opina Waitzkin, mientras Calloni habla de una «relación que estará signada por los intereses privados y los negocios espurios». Para Kornblum, «la Argentina no estará alejada de las políticas generales que tendrá Estados Unidos para con la región: la Casa Blanca evaluará la posición argentina ante las otras potencias y según su evolución será más o menos permisivo en relación a la apertura de sus mercados».
Sea para la Argentina, América Latina o cualquier otra región del mundo, las decisiones a futuro de la presidencia Trump son materia de análisis. ¿Cuáles serán los pasos a seguir de este hombre irreverente, polémico, brutal, instintivo e impredecible, aunque también tradicional y conservador? El rumbo no es claro. Como suelen comentar los editorialistas de los principales diarios estadounidenses, la «doctrina Trump» parece ser la de no quedar atrapado dentro de ninguna doctrina.

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