El nuevo timonel

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De larga trayectoria política, Miguel Díaz-Canel sucede a Raúl Castro y ratifica la continuidad de los lineamientos revolucionarios del gobierno de la isla. Desafíos económicos y la renovada amenaza de Estados Unidos.


Dos etapas. Castro levanta el brazo de Díaz-Canel, elegido por la Asamblea del Poder Popular como flamante mandatario cubano. (Roque/AFP/Dachary)

En Cuba hay un partido único, pero también un sistema de representación popular sin igual. El Partido Comunista (PC) que lidera Raúl Castro decide el trazo grueso de la política, es el custodio del socialismo, aunque la gente sugiere a sus propios candidatos. «Los vecinos nos reunimos en asambleas barriales y definimos quién nos representará. No hay organizaciones políticas que nos señalen los candidatos a votar en los municipios, provincias y a nivel nacional», dice Iroel Sánchez, editor de La pupila insomne, el blog periodístico más seguido y respetado del país. Miguel Díaz-Canel, el flamante presidente cubano elegido en la Asamblea del Poder Popular, es de alguna manera un producto de ese régimen electoral, tantas veces cuestionado fuera de la isla porque no se lo considera democrático y plural. Ingeniero electrónico y exprofesor universitario, avanzó en una carrera ascendente desde la Unión de Juventudes Comunistas (UJC) de Villa Clara hasta el Ministerio de Educación Superior primero y el cargo de vicepresidente después, al que llegó en 2012.
La distancia que a menudo imponen los funcionarios con los electores que los votaron, en el caso de Díaz-Canel se esfuma a poco de conocerse su historia. En Santa Clara, su ciudad natal –ubicada a 270 kilómetros de La Habana y donde descansan los restos del Che Guevara–, solía vérselo con frecuencia mezclado entre sus habitantes. A pie o en bicicleta, el joven que fue cooperante internacionalista en Nicaragua, podía aparecer en cualquier lado donde se lo necesitara. «Siempre se enteraba de los problemas reales que tenía el pueblo», dice Fermín Roberto Tagle Suárez, de 78 años, un cubano que conoció el capitalismo en tiempos del dictador Fulgencio Batista. Muchos años después, y ya convertido en ministro de Educación, el actual presidente seguiría mostrándose comprometido y afable.

Otra generación
La doctora en química Concepción Díaz Mayans lo conoció en el ministerio. Hoy cuenta que «es un hombre muy respetuoso, que se detiene a saludarte si te ve en cualquier parte, que le ha dado mucho valor a la incorporación de la tecnología en Cuba, al desarrollo de las redes sociales, a la digitalización de contenidos».
Ese es el hombre que se intuía hace tiempo como el futuro presidente. Sus actos como primer vice daban señales de que podía serlo. Había sido recibido en China por Xi Jinping y asistido a la entronización del papa Francisco en Roma. La primera visita que tuvo como presidente fue la de Nicolás Maduro, su colega venezolano. Llegó el 20 de abril a La Habana, cuando cumplía 58 años. El día anterior había sucedido a Raúl Castro. Díaz-Canel es de una generación que accede al gobierno con una edad promedio cercana a los 50, nacida durante la Revolución. Él era apenas un bebé cuando una expedición mercenaria financiada por Estados Unidos desembarcó en Playa Girón en abril de 1961.
El presidente tiene hoy la responsabilidad de ser el timonel de un barco que navega en aguas turbulentas. «Vivimos en un lugar y en un tiempo en el que no podemos cometer errores», dijo Castro frente a la Asamblea del Poder Popular en su discurso de despedida. La dualidad monetaria es uno de los problemas por resolver. Genera un abismo económico entre el peso convertible cubano (el CUC, equiparable a un dólar que está penalizado) y el peso de uso corriente entre la población (CUP). Quienes acceden al primero perciben una diferencia notoria en su bolsillo. Son trabajadores de la industria turística –floreciente y cada vez con más hoteles nuevos regenteados por cadenas españolas–, taxistas, propietarios de los llamados paladares o restoranes administrados por cuentapropistas cubanos y empleados de empresas estatales con buen nivel de productividad.


La Habana. Tranquilidad en las calles. (Lage/AFP/Dachary)

La alimentación básica se subsidia: arroz, frijoles, huevos, aceite, la leche de los niños hasta los 7 años (antes del período especial a comienzos de los 90, era hasta los 14). La racionalización de la libreta no es un problema en Cuba, aunque sus productos alcancen para un tercio del mes. En mercados populares, los cubanos pueden comprar productos a precios bajísimos, en centavos de CUP. La carne de vaca es un artículo de lujo. Se consume más la de cerdo. En las calles y barrios humildes como Centro Habana o Habana Vieja no se observan personas desnutridas o a punto de revolver la basura, y es una excepción quien pide monedas. También perdura el mito de que escasean los artículos de tocador como jabón, champú y crema de afeitar. «Quién diga eso, miente», cuenta el bloguero Sánchez.

Rumbo socialista
Educación, salud y deporte gratuitos están garantizados para una población que se mantiene estable con poco más de 11 millones de habitantes. La expectativa de vida para las mujeres es de 79 años y para los hombres 78. Hay una densidad de profesionales por habitante como en pocos países se observa. Cuba tiene índices sociales que en algunos rubros superan a Estados Unidos. El porcentaje de mortalidad infantil es uno de ellos. Como también existe un número alto de obesos –se nota en las calles– y eso que no ingieren comida chatarra. No hay locales de Mc Donald’s. La mala alimentación puede ser una razón, pero nadie podría decir que el cubano promedio pasa hambre.
En el transporte se superaron hace años las consecuencias del período especial. Se viaja en mejores condiciones. La tarifa es muy baja. A los buses comunes o dobles que utiliza el cubano de a pie se suman las bici-taxis, los automóviles de la década del 50 que están en excelente estado de conservación (almendrones), los Lada o Moscovi rusos y un incipiente parque automotor más moderno que todavía resulta inalcanzable para la mayoría de la población. Una parte de la nafta con que se mueven llega desde Venezuela, aunque en menor medida que antes. Las sanciones económicas de EE.UU. contra el gobierno de Maduro complicaron más a Cuba, que ya tiene lo suyo con el bloqueo.
Dos generaciones fundidas en una –aquella de los revolucionarios de 1959 y la de los jóvenes del recambio– aparecen representadas en el gobierno. Detrás del presidente, los principales cargos del Consejo de Estado fueron ocupados por el primer vice, el sindicalista Salvador Valdés Mesa, y otros cinco vicepresidentes: un veterano de la columna del Che y funcionario del Estado hace mucho tiempo como Ramiro Valdés Menéndez; el médico y ministro de Salud Pública, Roberto Tomás Morales Ojeda; más tres mujeres. La controladora general de la República, Gladys Bejarano Ojeda; la titular del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos, Inés Chapman; y la presidenta de la Asamblea del Poder Popular en Santiago de Cuba, Beatriz Johnson, la más joven.
Díaz-Canel reconoció en su primer discurso a la generación de los barbudos de la Sierra Maestra: «Cuba espera de nosotros que seamos como ellos, capaces de librar victoriosamente todos los combates que nos esperan». Sabe que necesita de su experiencia para gobernar y de Castro acompañándolo desde la conducción del Partido Comunista. Aunque Raúl señaló en su despedida que «el paso lógico será que en 2021 el compañero Díaz-Canel asuma también el cargo de primer secretario del comité central del partido, cuando se cumpla el mandato que el VII Congreso le dio». Para los analistas internacionales, el PC es el verdadero poder en Cuba. Como para que no queden dudas del rumbo socialista de la isla y de quién es el principal enemigo de la Revolución, el ex jefe de Estado afirmó cuando traspasó el mando: «No tenemos que recibir lecciones de nadie y mucho menos de Estados Unidos».
El patriotismo en Cuba no es un concepto vacuo, como tampoco lo son el antimperialismo y el internacionalismo. Los héroes de la independencia como Martí, Céspedes y Maceo quedaron asociados para siempre a los guerrilleros que derrocaron a Batista. Eso explica la fortaleza de un proceso que lleva casi 60 años, en un país que es respetado hasta por sus adversarios ideológicos. Pero que gobierne Donald Trump en Estados Unidos es un grave problema para la isla. Porque fue desmontando uno por uno los avances que se habían logrado con Obama en la política bilateral. La vuelta al peor pasado de la Guerra Fría está en su apogeo. Cuba sabe qué significa, aunque ya no exista la Unión Soviética.