El papa de los confines

Tiempo de lectura: ...

Francisco, flamante Sumo Pontífice argentino, tendrá por delante la difícil misión de poner en orden a la propia curia vaticana. El reto de enfrentar los problemas financieros y sancionar a los curas pedófilos.

Contacto inicial. Jorge Bergoglio, nombrado Francisco I, en una de sus primeras apariciones públicas tras la sorpresiva designación. (OSSERVATORE ROMANO/AFP/DACHARY)

Los motivos de la renuncia de Benedicto XVI, nunca explicitados públicamente por Ratzinger pero fáciles de deducir a partir del análisis de las diversas situaciones que confluyeron en su renuncia, se constituyen casi irremediablemente en un plan de acción urgente para Francisco, «el papa que vino del fin del mundo». En primer lugar, Francisco tendrá que buscar la manera de detener las disputas de poder en el seno del gobierno de la Iglesia católica  que quedaron en evidencia a partir de las filtraciones de información originadas, entre otras fuentes, en el mayordomo infiel Paolo Gabriele, y lanzadas a la luz pública a través de los llamados «Vatileaks». Ratzinger quiso poner freno a esas luchas, en las que estuvieron implicados nada más ni nada menos que el cardenal italiano Tarcisio Bertone (secretario de Estado, segundo en la jerarquía vaticana) de Benedicto XVI y su antecesor en ese cargo, el también cardenal italiano Angelo Sodano (secretario de Estado durante el pontificado de Juan Pablo II).
Francisco está llamado a poner orden en la curia, el gobierno central de la Iglesia. Quienes más lo conocen aseguran que tiene condiciones para hacerlo. Tiene personalidad, capacidad política y no le tiembla la mano cuando concluye que debe adoptar determinaciones fuertes. Lo demuestra su actuación en la Conferencia Episcopal Argentina y en el arzobispado de Buenos Aires. ¿Podrá hacerlo? Sólo el tiempo dará una respuesta a esta pregunta. Francisco llega al papado contra la opinión de la mayoría de los italianos y con la oposición de los cardenales de curia (los que tienen cargos en la estructura del gobierno central de la Iglesia). Todos estos preferían a un italiano en el papado (¿Angelo Scola, arzobispo de Milán?) porque temían que la llegada de un «extranjero» pudiera profundizar las investigaciones, desarmar los acuerdos y acabar con el sistema de poder montado que, según afirman muchos vaticanistas, prácticamente inmovilizó al papa Ratzinger. La primera tarea de Francisco será, en consecuencia, poner en orden a la propia curia vaticana. Una batalla, por cierto, nada fácil.
En este mismo movimiento el Papa tendrá que hacer frente a los problemas económicos y financieros del Vaticano, que son muchos e importantes. En primer lugar, porque más allá de la mitología montada en torno a las riquezas del Vaticano, este pequeño Estado en el que confluye además el gobierno de la Iglesia católica, está virtualmente quebrado. El presupuesto del Vaticano apenas si alcanza para pagar a sus empleados. A ello se suma que el IOR (Instituto para las Obras de la Religión), el Banco Vaticano, está sospechado de corrupción y lavado de dinero. Por este motivo no puede participar del clearing europeo y la Comunidad Europea no le ha dado los avales que solicita como entidad financiera. Problema difícil de solucionar, porque si bien se dice que Francisco impulsará una mayor transparencia, no menos cierto es que algunas actividades extralegales son las que le han permitido hasta el momento al IOR atraer algunos fondos que el Vaticano necesita para su funcionamiento. Otra tarea más que Francisco deberá afrontar en lo inmediato.

La prédica y los hechos
Un aspecto menos material pero ligado a la credibilidad de la Iglesia y la moral que Bergoglio predica tiene que ver con la necesidad de profundizar la línea de sanción a los curas pedófilos que inundaron, en muchos casos impunemente, a la Iglesia en las últimas décadas. En sus primeros días de pontificado Francisco adoptó también algunos gestos que adelantan que muy probablemente este sea uno de los puntos centrales de su acción como papa. Por lo menos en los pasos iniciales. Bergoglio buscaría de esta manera mejorar la imagen de la Iglesia frente a la sociedad y sus propios feligreses, pero también recomponer la moral interna y restituir la disciplina en sus filas.
Pero seguramente esta tarea no esté desvinculada de la toma de decisiones en el orden de las normas de la propia Iglesia: ¿qué actitud adoptará frente a temas como la moral sexual, la homosexualidad o la doctrina eclesiástica sobre la indisolubilidad del vínculo matrimonial? Todo indica, a la luz de los antecedentes de Bergoglio, que no habrá modificaciones sustanciales en términos normativos, aunque sí mayor acercamiento y aperturas para quienes, por distintas razones, se siguen considerando católicos pero no acatan las normativas eclesiásticas. Casi seguramente habrá cambios en otros temas: la posibilidad de que los varones casados accedan al sacerdocio, en primera instancia, y luego que el celibato para los sacerdotes sea opcional. Ni una variante respecto de que las mujeres accedan al sacerdocio.
El papa Francisco insistirá en una prédica social reivindicando permanentemente a los pobres. «Quisiera una iglesia pobre y para los pobres» dijo poco después de asumir.  Habla permanentemente de la justicia y de la paz. Eligió el nombre Francisco en memoria de San Francisco de Asís, cuya principal virtud fue precisamente la pobreza y la austeridad. Pero más allá de la prédica, es altamente probable que desde el Vaticano el papa Bergoglio impulse acciones políticas en el orden internacional para promover debates y acciones en favor de una mayor justicia en el mundo. El Vaticano, además de ser la sede del gobierno central de la Iglesia católica, es un Estado reconocido en el concierto de las naciones. No es una potencia, pero es una referencia en tanto y en cuanto representa a 1.200 millones de fieles en todo el mundo. Durante el pontificado de Paulo VI (1963-1978) y en el comienzo de la acción de su sucesor Juan Pablo II, el Vaticano lanzó  propuestas y mociones  en los foros y organismos internacionales reclamando acciones de justicia internacional entre las naciones. Francisco podría retomar este camino y, en ese caso, estaría aportando a la Iglesia universal una prédica que ha sido propia de la Iglesia católica latinoamericana.
Para evaluar el programa de acción de Francisco habrá que esperar los pasos y las designaciones. Los antecedentes de Bergoglio lo pintan como un conservador en lo doctrinal, pero sensible en lo social. Mientras algunos señalan que será «más de lo mismo» algunos reconocidos teólogos de la liberación como los brasileños Leonardo Boff y Frei Betto y el suizo Han Küng sostienen que hay que abrir una carta de crédito. Sólo los hechos y el transcurrir del tiempo aportarán elementos para construir una respuesta.

Washington Uranga

Estás leyendo:

El papa de los confines