El regreso de Bachelet

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Una amplia alianza de gobierno, que incluye al Partido Comunista Chileno, inicia un nuevo período en el país trasandino. El fin del pinochetismo. Los jóvenes en el Congreso.

 

Fervor ciudadano. Bachelet ya estuvo en la presidencia, entre 2006 y 2010,
y se fue con una alta imagen positiva, que ahora refrendó. (AFP/Dachary)

Como todos auguraban, Michelle Bachelet vuelve al Palacio de la Moneda con un amplio triunfo sobre la derechista Evelyn Matthei. Poco más del 62% de votos tienen la suficiente contundencia como para alentar el proceso de cambio que millones de chilenos esperan. Sin embargo, cerca de 6 de cada 10 ciudadanos habilitados para sufragar prefirieron tomarse el día libre y no fueron  a depositar su voto en las urnas. Los conservadores más beligerantes se apuraron a interpretar que era un pobre triunfo el de la representante socialista en la coalición que triunfó el 15 de diciembre. En síntesis, esa es una pálida muestra de una crisis política que atraviesa a toda la dirigencia trasandina. Pero para el conservadurismo, es una pobre manera de pretender ocultar que los cuatro años de gestión del empresario Sebastián Piñera dejaron un sabor amargo incluso entre sus propios auspiciantes.
Como sea, el retorno de Bachelet es también una vuelta de campana para un país que acaba de cumplir cuatro décadas de la dictadura más violenta que debieron soportar sus habitantes en los dos siglos de existencia independiente. Es cierto que la médica graduada en la Universidad Humboldt de la entonces Berlín oriental ya tuvo una primera gestión que le cedió el lugar a Piñera. Pero la fuerza de los hechos le indica a la hija del general Alberto Bachelet –fallecido en un campo de prisioneros de la Fuerza Aérea– que ya no podrá tener un tranquilo paso por el Palacio de La Moneda. De hecho, su programa dista de aquel que la llevó al poder en 2006: está corrido a la izquierda y, además, amplió los apoyos tradicionales de la centroizquierda desde el regreso del sistema democrático y ahora el PC chileno forma parte de la Nueva Mayoría, el nombre que adquirió esta coalición que suplanta a la Concertación que administró el país por 20 años.

 

El perfume del poder
De la mano de estas nuevas alianzas, las líderes estudiantiles del PCCh Camila Vallejo y Karol Cariola obtuvieron sendas bancas en la Cámara Baja. Lo mismo ocurrió con dirigentes juveniles de otras tendencias como Giorgio Jackson y Gabriel Boric. No es casual que los ejes que planteara Bachelet cuando ganó la interna de NM para un programa progresista de gobierno incluyeran en primer lugar la reforma educativa y la tributaria. Una está íntimamente ligada con la otra; si no se consiguen más recursos, plantear una educación gratuita y de calidad es ilusorio. El otro eje de la propuesta «bachelista» pasa por la modificación de la Constitución, que con algunos parches sigue siendo sustancialmente la misma que el dictador Augusto Pinochet dejó casi como condición para el retorno de la normalidad institucional, en 1990.
Pero el tema de este nuevo período ya deja hilachas en su entorno. Por el olor a nuevos tiempos que se viene, todos se apuran a señalarle candidatos o a ponerle trabas. Por las dudas. Desde sus aliados de la Democracia Cristiana, el ex presidente del partido, Gutenberg Martínez, le envió un mensaje sin dobles sentidos. «Creo que sería un error incorporar al gabinete a miembros del Partido Comunista», dijo el hombre en un reportaje a Radio Cooperativa que levantó polvareda. Porque Martínez deslizó que el PC no representa al modelo de democracia que sustenta la vieja Concertación. Además, dijo, siguen siendo amigos de los Castro.
Bachelet fue clara al respecto y adelantó que la elección de los secretarios de gobierno será su «exclusiva atribución». El PC, en tanto, por boca de su presidente, Guillermo Teillier, dijo que aún no habían decidido si iban a estar «dentro o fuera» del nuevo gabinete, sin dejar de lado algo que es cierto: es una atribución presidencial convocar o no. Pero es interesante decir que la DC fue a internas abiertas con el PS y perdió, mientras que el PCCh apoyó a Bachelet desde esa misma instancia electoral.

 

Empresarios inquietos
Sin embargo, los sectores inclinados a la derecha dentro de la NM no fueron los únicos que pretendieron condicionar el futuro gobierno de Bachelet. Lo mismo intentaron hacer desde algunas de las más grandes cámaras empresariales, que saludaron diplomáticamente el triunfo incuestionable, pero comenzaron a deslizar que si algo valoran del sistema chileno es lo tranquilos que habían estado hasta ahora. Así, el presidente de la Asociación de Exportadores de Manufacturas, Roberto Fantuzzi, políticamente correcto al fin, dijo que la entidad que dirige no está en contra de ningún cambio, aunque consideró que «si la reforma tributaria para financiar la educación produce paz social, un aplauso cerrado, pero dudo». La filial local del banco de inversión estadounidense JP Morgan tampoco se cuidó de establecer sus pautas y transmitió el mensaje de preocupación por cualquier «programa más radical que lo esperado». Desde la Asociación de Exportadores, Ronald Bown consideró que «una Asamblea Constituyente podría ser una solución, pero no es factible ni en el corto ni en el mediano plazo», mientras que Patricio Crespo, de la Sociedad Nacional de Agricultura, pidió mantener las políticas neoliberales porque «nadie invierte en un ambiente enrarecido». El más exagerado sin dudas fue Sven von Appen, con importantes intereses en la industria naviera, quien amenazó con que si la nueva gestión no acierta en la conducción de la economía, «habría que buscar otro Pinochet». Más aún, consultado por la CNN, consideró que, en el anterior mandato, Bachelet «no hizo mucho en materia económica comparado con los que estuvieron antes de ella, especialmente Pinochet».

 

Divididos
Con todo, los problemas que enfrenta Bachelet se refieren por ahora sólo a la administración de los deseos y las aspiraciones políticas de sus allegados. Peor la pasa Sebastián Piñera y la derecha chilena en su conjunto, que no acierta aún a entender cómo fue que el gobierno se le escapó de las manos tras solamente un período presidencial. Lejos quedaron los «días de gloria», cuando los 33 mineros finalmente volvían a la superficie luego de 70 días a 700 metros de profundidad, a 8 meses de haber asumido, en octubre de 2010.
Ahora los conservadores llegaron al comicio crudamente divididos, primero porque el ganador de la interna, Pablo Longueira, no tardó ni un mes en anunciar que se retiraba de la contienda por problemas depresivos. Fue entonces que Evelyn Matthei –la hija de uno de los integrantes de la Junta de Gobierno de la dictadura, el general Fernando Matthei, a la sazón colega y amigo en algún tramo de su vida de Alberto Bachelet– presionó a Piñera para ser el reemplazo de Longueira. Luego Piñera presionó a la Alianza, integrada por la UDI y el RN, para que aceptara a su candidata. Pero la mujer jamás logró despegar en las encuestas y apenas pasó la primera ronda.
Fue claro que nadie «salvaría la ropa» cuando en la misma noche de la derrota («la noche de los cuchillos largos», como ironizó alguno) comenzaron a escucharse las primeras y feroces críticas a los responsables del fracaso: Evelyn en primer lugar, pero inmediatamente detrás, el propio Piñera.
Entre las críticas, estuvo en primer lugar la de no haber sabido oír el reclamo de los estudiantes en las calles, que expresaban un cambio de paradigma como no se había vivido desde la vuelta a la democracia. Tampoco registraron que a 40 años de su muerte, la figura del presidente derrocado, Salvador Allende, alcanzaría ribetes de heroísmo en defensa de un modelo que de un modo sanguinario cambió la dictadura.
Esa es una de las razones para que los conservadores ahora estén arrojando por la borda, como un lastre inútil, a los viejos dirigentes que tuvieron participación y simpatías demasiado cercanas con Pinochet. Es el caso del propio Longueira, que ya se había retirado de la candidatura. Pero también anunciaron que se van de la política el ex presidente del Senado Jovino Novoa, el ministro del Interior Andrés Chadwick y el dos veces candidato presidencial Joaquín Lavín.
Curiosamente –o no– esta movida del pinochetismo coincide con el recambio en la presidencia de la Corte Suprema de Justicia de Chile. A 10 años de haber saltado a la fama por haber investigado las cuentas secretas y el origen de la fortuna del dictador Pinochet, el juez Sergio Muñoz Gajardo dirigirá el supremo tribunal chileno.
Muñoz Gajardo inició su carrera judicial en 1982, y, entre sus primeros casos, estuvo la investigación del asesinato de Tucapel Jiménez, líder sindical eliminado por agentes de la policía secreta pinochetista ese mismo año. Liego probó que los Pinochet se hicieron de 24 millones de dólares en forma ilegal.
En estos días, también, la justicia chilena sobreseyó la causa abierta contra el general Matthei, por la muerte de su colega Alberto Bachelet, muerto en 1974 tras una sesión de tortura. Los únicos acusados por el crimen son los coroneles en retiro de la Fuerza Aérea Edgar Cevallos Jones y Ramón Cáceres Jorquera. La querella había sido presentada por la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos pero no por la familia de Alberto Bachelet, uno de los pocos militares que se opusieron al golpe contra Allende y que estaba preso en la Academia de Guerra Aérea, entonces dirigida por Matthei.
Alberto López Girondo   

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