El señor cero

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Postales bárbaras

Los campesinos sin meseta caminan, caminan, caminan en la tundra de hielo gris. Los tamariscos o las lluvias devoradas por el viento amparan a los campesinos sin tierra, sin estrella, sin olvido. Buscan, buscan el ámbar, el cambio, la buena nueva en los filos, hielos del mismo dolor.
Según las cúpulas, pocas, la estructura urbana merece otros espacios de fuga y de densidad. ¿En dónde se acumulan las energías? Difícil precisarlo. ¿En dónde se fugan? Fácil: vientos, rutas, corredores de cemento. Menor cantidad de cúpulas, mayor cantidad de cópulas: ¿sí? No. Improbable. Lo cierto es que casi no hay cúpulas en Trelew (¿hay alguna?). Hay, sí, construcciones cóncavas de vidrio; a la espiritualidad mesetaria no puede encerrársela.

 

El señor cero

El señor 0 usa el cero para acrecentar su fortuna. El mundo es como un cero y sus vecinos son medidos según los ceros. El señor 0 está hecho a imagen o a semejanza de un cero. Es poderoso como un cero. El cero es su poder. Pulcro y formal como un cero. Es terrible porque todo es como un cero. Mujeres que valen ceros, sexo hecho como un acto cero; hasta su orgasmo está hecho por pequeños ceros encerados: 0, 0, 0 (¡oh, oh, oh!). Su casa está decorada por varios ceros o cero de buen gusto; su casa está copiada de los suplementos de revistas que valen 0 con 0. El señor 0 vive en el nivel 0 de la ciudad sin sujetos. Su gran cero luminoso atrae a las mujeres que desean ser brilladas por el cero del poder. El señor 0 cumple con orden o fe las convenciones. Su ropa es una norma cero. El cero y el cero y otro cero y un nuevo cero y el cero son sus premisas de cero por ciento de error. Error 0. Resultado cero esplendoroso.
El señor 0 tiene una provisión de pastillas redondas como ceros para funcionar: nunca debe detenerse. La sociedad espera de él su imagen de 0 brillante o cerrado como un cero, brillante. El resto de la gente se suma o se resta; son números que, con él, cobran potencia. Así, un sujeto 1, con el cero, hace un buen 10. Otro sujeto, 5, realiza un valor de 50, junto a él, a su cero muy único (para nada despreciable en estas épocas de poco valor). Su problema será cuando encuentre a otro sujeto de valor 0 pues ambos harán un doble 0. 00: dios qué, qué decir, qué sumar, qué restar, qué dividir. 00: nada. Destrucción total.
Cabe agregar que el señor 0 supone a su falo como un 1. Su mujer ideal no es una señora cero ni un cero a la izquierda ni siquiera a la derecha o en el centro. Su mujer sería una letra. Los contrarios se atraen hasta la verdadera fusión. Fusión de saberes en cuerpos, no de ceros.

 

La diosa qué

El dios qué no es dios sino es diosa. Es mujer porque es pregunta, es qué. El hombre ya no representa la duda, ni la pregunta ni el futuro. Está muy claro. Es mujer, es diosa, es qué. Diosa qué. No naive. Es nueva. O abjura del dios naive. No es artista. Es política.
Me gustaría que la diosa qué alguna vez pudiese decirme por qué me tocan vivir situaciones tan escribibles. O las cuento así: días antes de mudarme, junto a Mara, de la última casa alquilada (por ahora, ¿no?), donde la vista panorámica de las bardas y los ángulos de sol me deslumbraron durante estos últimos dos años, pude ver dos escenas impactantes; una: un niño jugando en el techo plateado de su casa; la otra: adolescentes, con sus pulóveres de la promoción de futuros egresados, decidieron jugar a las escondidas en una de las casas vecinas. Jugaban como los niños que estaban dejando de ser. Una despedida, sin dudas. Habían recuperado aquellas fantasías. Se estaban despidiendo del presente del pueblo, pues muchos de ellos deberán irse hacia el norte, a estudiar, a hacer sus nuevas vidas. Algunos, años después, volverán. Otros, no, quizás, nunca. Estaban jugando a las escondidas entre ellos, entre sus futuros, entre sus destinos o por sus nuevos venires.
De repente sé que estoy en las irrefutables o evanescentes zonas de la diosa qué. Veo una ciudad de la superstición. Veo que la gente se esconde tras un manto de formalidad o de educación religiosa oficial pero les brota la pagana idea de conjurar las fuerzas malignas dispersas en el cielo negro primitivo. Hay que pensar que el cielo negro primero aún está en el cielo actual, cargado de electricidad o de ondas salvajes. Veo dos plantas populares, discretamente ordenadas en un pulcro jardín. Son dos plantas de ruda: una ruda macho y otra, ruda guacha (huérfana). Es un hecho pagano, sin dudas. Vi, dos noches herejes atrás, también, en el frente de una casa, en un costado, junto al portón de fierro, una cruz, en apariencia, inofensiva. Pero no. Me acerqué bien, bien, y la pude ver en todo mi estupor: era una cruz goliarda. Estoy seguro. No hay duda. La estudié muy bien en mi fanatismo por Schwob. Es un caso extraño porque representa el mayor de los anacronismos. De tan obedientes se convirtieron en rebeldes extremos de la ley católica. Sueñan con una nueva cruzada a Jerusalén; sueñan con una nueva horda de niños de mentes deslumbradas, que recorran los campos, desde todas las ciudades decadentes o bajas, por las mesetas hacia el mar, hacia la tierra santa. No sé quién vivirá allí. No sé si será un fanático. Un bromista. Un ignorante iluminado que colgó esa cruz, extasiado en la revelación divina de qué.

—Marcelo Eckhardt nació en Salta en 1965 y desde 1972 vive en Trelew. Es profesor de Literatura Argentina en la Universidad Nacional de la Patagonia. Entre otros libros, publicó las novelas El desertor (1993), Látex (1994), ¡Nítida esa euforia! (1998) y La nueva rabia (2008), los libros de cuentos Radio la lengua (1995), Ya fue (1998) y Umbrales (2012), «una narración sobre la percepción, sobre las posibilidades para pasar de una situación prosaica a una fantástica, de lo particular a lo universal».

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