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El show de la pobreza

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Entre el voyeurismo y la conciencia social, cada vez son más los viajeros que visitan barrios precarios o lugares que han sido víctimas de desastres naturales. Un polémico mercado turístico.

 

Rocinha. Una familia francesa escucha las explicaciones de la guía en una visita a la favela más grande de Río de Janeiro, promocionada por las agencias como un «tour exótico». (AFP/Dachary)

Pobrismo: así llaman en algunos países a esa experiencia que consiste en llevar a los viajeros a sitios que padecen extrema pobreza o que han sido víctima de desastres naturales o sociales; visitar, cámara en mano, una villa, una favela, un pueblo devastado ya sea por un tsunami o por un bombardeo. Y en torno a eso, claro está, agencias de viajes y guías especializados dan forma a un curioso mercado turístico.
Los detractores sostienen que es una experiencia cargada de voyeurismo y morbo. Otros, que se trata de un ejercicio político de concientización social. ¿Cuál es el sentido de esta tendencia, protagonizada por aspirantes a etnólogos urbanos del siglo XXI que intentan, aunque sea por un instante, atravesar clases sociales, gustos y vivencias?
«Entre las muchas tendencias que pueden encontrarse en los últimos años en el turismo, una tiene que ver con la progresiva “estetización” del consumo de múltiples áreas de esa industria», comenta a Acción el especialista en turismo y comunicación Gustavo Gobbi. «Ese énfasis en la experiencia estética se puede rastrear, por ejemplo, en un tipo de oferta ligada con el “turismo de la pobreza”. Por ello, no estoy muy seguro de que un marco adecuado de análisis tenga que ver con extraer este tipo de tendencias del marco general de esta industria», sostiene. Pero también critica las posiciones que condenan estas prácticas desde valores éticos. «Entiendo que desde fuera pueda analizarse a partir de posiciones morales o desde análisis que dan cuenta del proceso de exotización de la pobreza, vista ésta como un espectáculo fugaz y parte de un tour, pero creo que la tendencia a enfatizar las experiencias estéticas como parte central del viaje es, al menos desde el punto de vista del mercado turístico, un punto de abordaje más interesante. Luego, desde posiciones políticas específicas, cada quien sabrá con qué perspectiva analizarlo», aclara.
Actualmente los lugares más buscados son Río de Janeiro, Mumbai (India), que cobró auge en materia de visitas luego de la exitosa película ¿Quién quiere ser millonario?, y Kibera, en Nairobi, un asentamiento en el que vive más de un millón de personas y que constituye la mayor «villa» del continente africano. En Sudáfrica también se organizan excursiones a barrios marginales. El Ground Zero, lo que quedó después del atentado a las Torres Gemelas, es de paso obligado para los turistas en Nueva York. Los llamados «tours de la realidad» también apuntan a un turista en busca de aventuras extremas y, por ejemplo, recrean en tiempo real el peligroso recorrido de los inmigrantes ilegales del estado de Guerrero, México, en la frontera con Estados Unidos.

 

Viaje a la realidad
Gobbi descarta, en principio, el neologismo «pobrismo». «Más bien se lo presentó desde el tipo de visita: “favela tour”, “villa tour”, etcétera», responde el docente y bloguero especializado. Y menciona al pasar dos experiencias que figuran como paradigma de este tipo de turismo en la región. Cuenta la leyenda que en Río de Janeiro, a principios de los 90, un joven brasileño, Marcelo Armstrong, creó los «Favela tours» con visitas a Rocinha, una de las favelas más grandes de la ciudad. La experiencia se multiplicó y hasta la actualidad es un atractivo para el visitante. Por ejemplo, la agencia Joinrio promociona en su sitio web una visita de cuatro horas a las favelas y la suma a las propuestas como el Corcovado, el Pan de Azúcar o las playas de Ipanema y Copacabana, a un costo de 46 euros.
En la Argentina, la experiencia tiene un pionero con nombre y apellido, Martín Roisi, quien incursiona hace un tiempo en el mundo de la cumbia con el alter ego «Fantasma». Era dueño de la hoy extinta Tour Experience, y desde allí promovía los «villa tour», «trava tour» y «cumbia tour», visitas que giraban en torno a villas de la ciudad de Buenos Aires, la noche cumbiera, la zona roja y el mundo travesti.
«Evidentemente nunca lograron instalarlo como producto», reconoce Gobbi. «Por lo que vi, jamás fue un producto que interesara a las empresas instaladas en el sector, como agencias de viajes, y siempre fue ofrecido de manera bastante informal», resalta.

Emoya. El hotel de Sudáfrica
construido a imagen y semejanza
de un asentamiento.

«Se malinterpretó la finalidad de los tours en la villa. Siempre tuvieron una finalidad social, que la gente de afuera conociera la villa, pero también que sirviera para que en el barrio se pudieran organizar cosas copadas», relata Riosi. «Hoy el turismo ha cambiado; se puede acceder a la villa desde un costado artístico y desde la producción», agrega Riosi, que encabeza desde el corazón de la villa 20 de Lugano la productora Odisea 20.
En 2006 Riosi cobraba unos 60 pesos por persona para participar del «villa tour», que casi en  su totalidad quedaban para los habitantes del barrio, que acompañaban a los viajeros durante el trayecto para ofrecerles seguridad. «El tour es un sistema político-solidario que creemos que puede, en el futuro, generar fuertes cambios, ya que con el dinero se generan puestos de trabajo, colaboración con el comedor infantil y producciones artísticas en varios campos del arte», señalaba Riosi entonces. En parte, en ese camino se avanzó, pero los tours en barrios marginales del país hoy son exclusividad de estudiantes, investigadores y periodistas abocados al trabajo de campo. Y en mayor o menor medida son llevados a cabo con finalidades sociales y educativas por diferentes organizaciones políticas y estudiantiles. «Es muy difícil que el turista común entre a la villa. Ya no se arman visitas del tipo agencia de viaje como organizábamos antes», comenta Riosi. «Hoy a la villa se entra por un contacto personal o para hacer algo ligado con el arte o con la música, pero ya no se ven turistas con cámara de foto y gorrito», remata.
En Brasil, guías, traductores y guardias de seguridad acompañan a los turistas estadounidenses y europeos a mirar la pobreza, no para transformarla sino sólo para conocerla. En Argentina, en el período en el que sólo quedaba el humo del estallido social de diciembre de 2001, también se organizaron visitas a piquetes del conurbano, y hasta se seguía el recorrido fortuito y penoso de los cartoneros con el clic de las cámaras de fotos. Nacho, referente de la revista de cultura villera La garganta poderosa, cuestiona experiencias como estas. «Hay algo de ir a mirar cómo se vive en la villa y después irse tranquilo a su casa. Para algunos es como ir al zoológico; nosotros peleamos para que no sea así, generando desde adentro solidaridad», sostiene.

 

Hoteles de chapa
«¿Alguna vez quiso escaparse a un acogedor rancho de chapa de una de las villas miseria de Sudáfrica para cambiar su opinión sobre el crimen, el ruido ambiente y la falta de infraestructura en general? Emoya puede ser lo que tanto andaba buscando: una pequeña y pintoresca villa miseria, segura y apartada, en medio de una reserva de animales. En las casillas están permitidos los chicos y tienen losa radiante, wi-fi gratis y servicios de spa». El lector desprevenido puede pensar que se trata de una broma, pero no. Es la difusión de un hotel cinco estrellas que construyó una villa de utilería, una suerte de decorado, para que los huéspedes «vivan» la experiencia de la pobreza. El video que promociona este «acogedor rancho de chapa» cinco estrellas en Sudáfrica, y que cuesta unos 82 dólares diarios, recorrió las redes sociales y despertó la ira de muchas personas. Pero, ¿qué busca el que incursiona en estas experiencias? «Es difícil decirlo, pero puede hipotetizarse que buscan acceder a tipos de experiencias urbanas no tan estandarizadas, pero no por eso desprovistas de cierta “seguridad”, y que son muy usuales en el turismo, como los city tours», afirma Gobbi.  Ivana Simbrón es estudiante de sociología y viajera empedernida. «Recorrí las favelas de Río con un guía bastante improvisado y algunos barrios pobres de Colombia», relata. «No se me ocurrió ir a una villa en Buenos Aires. Uno la tiene cerca. Mi visita a otros barrios populares se enmarca en mis viajes a otros países, en la idea de recorrer otros territorios y conocer de cerca otras culturas, pero no creo que se pueda modificar esa realidad lamentable que ves. Sí, sirve para mi formación personal y punto», asevera.
De Nairobi a la Villa Carlos Gardel, de Malvinas a Nueva York, los turistas se mueven buscando, seguramente con altas cuotas de morbo y curiosidad, aquello que no tienen, lo que les falta; acaso el motor de una industria impredecible como el turismo del siglo XXI.

Mariano Ugarte

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