El Sur de Francisco

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A cinco años de su designación, el papa argentino consolidó su presencia en América Latina asentado en su prédica eclesiástica, la vinculación con los procesos políticos en la región y un crítico diagnóstico de la realidad social. Cambios y resistencias.

Bolivia. Discurso del papa en el marco del Segundo Encuentro Mundial de los Movimientos Populares realizado en Santa Cruz, en 2015. (AFP Photo/Osservatore Romano)

Cuando Jorge Bergoglio se transformó en Francisco, el 13 de marzo de 2013, una de sus decisiones fue no dejarse atrapar por la estructura, ni por el engranaje de poder. Menos aún por el protocolo y el ceremonial de la Iglesia Católica y del Estado Vaticano. Fiel a su estilo político, que evita enfrentamientos estentóreos, pero mantiene con firmeza sus convicciones, dio pasos concretos.
Si bien no era lo que se llama un habitué de la curia romana, Bergoglio conocía en detalle el funcionamiento del Vaticano. Siendo arzobispo de Buenos Aires, había sufrido maniobras destinadas a trabar sus decisiones, poner obstáculos en el nombramiento de sus obispos colaboradores y operaciones sobre distintas cuestiones. La mayoría originadas en Argentina, impulsadas por hombres y mujeres de la política, de la economía y de la propia Iglesia.
Francisco sabía que para gobernar debía depurar la burocracia eclesiástica –controlada por mayoría de prelados italianos– y transparentar la administración. Esos fueron sus movimientos iniciales. También los que generaron las primeras resistencias. Decidió «internacionalizar» la curia vaticana designando en cargos importantes a obispos de distintas nacionalidades e integró una comisión especial de siete obispos provenientes de todo el mundo encabezada por un hombre de su confianza: el cardenal hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga. ¿Con qué objetivo? Que se convirtiera en su grupo asesor directo y lo aconsejara sobre todos los temas. Una suerte de gabinete ad hoc. Fue un importante gesto de autoridad y, aunque generó resquemores en la curia, nadie estaba en condiciones de ofrecer resistencia a quien acababa de recibir el respaldo del colegio cardenalicio.

Tiempos de renovación
Cuando se produjo la renuncia de Benedicto XVI, muchos analistas de la Iglesia diagnosticaban un momento de crisis importante para la comunidad católica. Se necesitaba una renovación en el mensaje, pero también en las prácticas y en el estilo de gobierno. En el momento de elegir al sucesor de Joseph Ratzinger, las miradas se volcaron sobre América Latina, la región donde vive el 40% de los católicos del mundo (aproximadamente 423 millones de personas). Pero no solo por una razón de peso numérico, sino fundamentalmente porque en esta parte del mundo residen también las comunidades más dinámicas del catolicismo. Atrás quedó el prestigio de la vieja Iglesia Católica europea, hoy carente de un mensaje que sensibilice a la población, cuyos templos están semi vacíos, con casi absoluta ausencia de jóvenes. A pesar de que el catolicismo en América Latina también perdió terreno, existen todavía expresiones muy importantes de religiosidad popular católica, la Iglesia institucional conserva parte de su prestigio y, a la vez, hay grupos y comunidades católicas que comparten las demandas y las luchas de los actores populares. Si bien los escenarios son cambiantes, todo ello se da también en medio de grandes contradicciones porque existen sectores eclesiásticos católicos aliados con conglomerados de poder y otros que luchan en contra de los poderosos.

Chile. Francisco, rodeado de fieles en el santuario Nacional Maipú en Santiago. (Abramovich/AFP/Dachary)

Hay, no obstante, un dato: la Iglesia latinoamericana alumbró la teología de la liberación y, a nivel institucional, proclamó en boca de los obispos la opción por los pobres. En el Consistorio que eligió a Francisco todos estos elementos estuvieron presentes. Un latinoamericano tenía que conducir la Iglesia. Y si bien Bergoglio, por ser argentino, no era de por sí el más genuino representante de la «latinoamericanidad», el arzobispo de Buenos Aires –de manera deliberada o no– había cumplido un papel muy importante en la Conferencia General de los Obispos Latinoamericanos celebrada en Aparecida (Brasil) en 2007. Allí, el entonces cardenal porteño, sembró su prestigio y tendió puentes. Por otra parte, mirado desde Europa (de donde salieron la mayoría de los votos que determinaron su elección) un argentino, de manera genérica, y Bergoglio, en particular, reunía los mejores atributos: distinto, pero no tan diferente.

Otro discurso
Lo que no todos esperaban fue que Francisco decidiera llevar a Roma la impronta latinoamericana traducida en la opción por los pobres y los excluidos y, al mismo tiempo, un estilo eclesiástico de cercanía a los sectores populares. Y esto, que le generó resistencias en otras partes del mundo, le permitió consolidar su imagen y su prestigio en América Latina. Así quedó demostrado en sus visitas a Brasil, Ecuador, Bolivia, Paraguay, Cuba, México, Colombia y las más recientes a Chile –donde no faltaron polémicas por su apoyo al obispo Juan Barros, acusado de encubrir los abusos cometidos por el expárroco Fernando Karadima– y Perú. El discurso que pronunció en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), el 9 de julio de 2015, ante un foro plural de movimientos sociales fue probablemente un momento clave del puente tendido entre el papa y los actores populares bajo la consigna de «las tres T»: techo, tierra y trabajo. Allí Francisco fue terminante: después de hacer un crítico diagnóstico de la realidad social, dijo con todas las letras «necesitamos un cambio real, un cambio de estructuras». Esa visita a Bolivia sirvió también para sellar su amistad con Evo Morales, vinculo al que se sumó también a la buena relación que mantiene con Lula, Rafael Correa, José Mujica y Cristina Fernández de Kirchner, un círculo de dirigentes políticos relevantes y alineados en una perspectiva popular.
Desde el punto de vista teórico o doctrinal, el papa publicó también en el 2015 su encíclica Laudato si, cuyo tema central es el hábitat, pero que contiene una fuerte crítica al sistema capitalista y a los poderes que gobiernan el mundo. La mirada latinoamericana está allí presente. Algunos creen ver en ese documento muchas ideas inspiradas en textos del teólogo brasileño de la liberación Leonardo Boff.
En América Latina, según la encuestadora Latinobarómetro (2017), Bergoglio es evaluado con 6,8 puntos sobre 10, siendo Paraguay (8,3) y Brasil (8,0) donde mejor está conceptuado. En Argentina la aceptación del papa se ubica en 6,6, por debajo del promedio de la región. Más allá de ello hoy, cinco años después de ser elegido, Francisco es un líder influyente a nivel mundial que se destaca en un escenario internacional que carece de liderazgos cautivantes.