El trabajo de enseñar

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Obligados a enfrentar en el aula situaciones cada vez más complejas, los maestros son el blanco de discursos que los responsabilizan de los problemas del sistema educativo, en un contexto de salarios e inversión en baja. Derechos laborales, medidas de fuerza y reclamo de paritarias nacionales.

(Foto: Hernán Villar)

9 de abril de 2017. Una fina lluvia comienza a caer por la noche. La plaza frente al Congreso ya está vacía. Pero hay ruido. Y guardapolvos blancos. No muchos, las cámaras dejan ver unos veinte. Para evitar el paro, los gremios decidieron instalar una escuela itinerante. Así lo explicaron, aunque todos entendieron el mensaje: el país estaba por tener otra Carpa Blanca. De pronto, dos hileras de policías ingresan desde los costados. Van directo al pequeño grupo. La orden fue clara: reprimir y evitarle al Gobierno el símbolo incuestionable de una educación en crisis. Minutos después habla del tema el periodista Eduardo Feinmann. «Energúmenos, con chalecos blancos, quisieron hacer un cordón… Eran sindicalistas de profesión… Esos no son los docentes que les dan clases a sus hijos», dice su voz en off. La cámara se detiene mientras tanto en un hombre con barba. Tiene unos 60 años y lleva el cartel de Suteba. Lo vemos gritándole a uno de los que dirigen el operativo, los policías golpean. Feinmann insiste, son sindicalistas, no son docentes. Sin embargo, a quien está tomando la cámara es a Pedro Ponce, director de la Escuela Número 23 de Lomas de Zamora. Escuela que fue escuela gracias a una huelga de hambre que el docente decidió hacer como forma de reclamarle al Estado que le diera esa legalidad a la pequeña construcción que venía funcionando como anexo del Normal Superior de Villa Urbana, pero que ya tenía tantos alumnos que necesitaba aspirar a otro título.
Hoy, para Ponce, la educación se vuelve la metáfora más clara de la crisis social y económica. Lo resume con una imagen dramática: escuelas públicas en la Ciudad de Buenos Aires que se están empezando a colmar de chicos y escuelas que se vacían en la provincia. «Los pibes son los primeros en caer. Ahora tal vez te vienen solo porque tienen la panza vacía y quieren merendar… Y encima de todo, de estas situaciones que vivimos todos los días, le quieren hacer creer a la gente que la culpa la tenemos los docentes», dice este maestro que tras numerosos años en el aula se está jubilando. Las preguntas entonces surgen inmediatamente, aunque una pareciera reunirlas a todas: ¿cómo es ser docente hoy en la Argentina?
«Los maestros tienen que afrontar una serie de problemas más complejos que los que suponía la tarea históricamente, que no tienen que ver con la actualización de los planes sino con problemáticas sociales muy fuertes, campañas de desprestigio y un fuerte cuestionamiento social de la escuela –sostiene Manuel Becerra, docente del nivel medio y terciario–. En tiempos donde todo es reducible a una estadística, resulta difícil entender que nuestra tarea tiene algo de artesanal y eso es lo que debemos defender. Las pruebas Pisa no constituyen una variable para evaluar nuestro trabajo cotidiano. Por ejemplo, uno de nuestros principales objetivos o desafíos como docentes en estos tiempos no pasa por lo curricular sino por cómo lograr o promover el acercamiento de los chicos al conocimiento».
En esta misma dirección, para Pablo Imen, vicerrector del Instituto Universitario de la Cooperación, «estamos asistiendo a la construcción de un sentido común privatizador, desde el exministro Bullrich, cuando en Choele Choel anunció el inicio de una “campaña del desierto educativa” y poco después, en encuentros empresariales, dijo que el sistema está diseñado para hacer chorizos, hasta Mauricio Macri cuando en marzo de 2017, frente a los resultados de la evaluación estandarizada Aprender, se lamentó por los chicos a los que les tocaba “caer” en la escuela pública».

(Foto: Eva Cabrera/Télam)

A esto se suman los medios de comunicación, que muchas veces suelen aplaudir a los maestros como figura abstracta, pero contribuyen con su deslegitimación a la hora de referirse a la coyuntura actual. Un ejemplo tal vez sirva para ilustrarlo. A fines del año pasado, el diario Clarín publicó una nota que bajo el título «El prestigio docente argentino está entre los más bajos y afecta la calidad educativa», exponía los resultados del «estudio más completo que se hizo hasta ahora sobre la percepción que la gente tiene, en 35 países, sobre sus docentes». El informe, según consigna el mismo artículo, fue financiado por la Fundación Varkey. Lo que no menciona es que la organización pertenece nada más y nada menos que a Sunny Varkey, dueño de GEMS, uno de los operadores de educación privada más grandes del mundo, con 250 escuelas repartidas en diversos países. Varkey se reunió con Mauricio Macri durante el foro mundial de Davos en 2016. Unos meses después, la fundación abrió oficinas en el país. Desde entonces ha firmado convenios de capacitación docente con las provincias de Corrientes, Jujuy, Mendoza y Salta.
En este sentido, Luz Albergucci, docente e investigadora especializada en evaluación y estadísticas, advierte que no se debe perder de vista el enorme negocio que actualmente significa la educación, y que también se convierte en un factor para explicar este tipo de campañas. Al respecto, sentencia: «Están convirtiendo a la educación en una bolsa de valores».

El fantasma del paro
Uno de los temas que indudablemente se ha instalado en el imaginario social en torno a los docentes son los paros y la pérdida de días de clase que acarrean. Sin embargo, Marta Marucco, maestra normal nacional con 61 años de profesión y formación en historia de la educación, complejiza esta lectura. «Si bien los docentes recién se asumen como trabajadores a partir de la década de 1970 a través de la constitución de CTERA (Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina), la primera huelga docente se registra ya en 1881 con una medida tomada en una escuela de niñas de San Luis a raíz de salarios atrasados. La interrupción la informan por carta al superintendente de Escuelas, que en ese entonces era Sarmiento. ¿Y él qué hace? Publica la carta en el primer número de El Monitor. Es decir, la lucha de los docentes por sus derechos laborales es una cuestión que estuvo presente desde el origen mismo del sistema educativo. No existe razón alguna para pensar que la pérdida de días de clase se traduce directamente en “el nivel educativo” de la gente».

Imen. «Estamos asistiendo a la construcción de un sentido común privatizador.»

De hecho, en 2015, Mauro Moschetti, Silvina Alegre y Mariano Narodowski realizaron un estudio buscando analizar el vínculo entre el crecimiento de la matrícula privada y los conflictos docentes entre 2006 y 2011. La pregunta inicial era si los paros servían para explicar por qué la gente estaba migrando de las escuelas públicas. A partir de una serie de datos estadísticos, los autores resaltan cómo en dicho período, mientras las medidas gremiales son fluctuantes, el crecimiento de la población en las instituciones privadas es sostenido, poniendo un signo de interrogación sobre la posibilidad de establecer una relación. Además, el aumento se registró en provincias que no se caracterizaron por ser tan conflictivas, como San Luis o La Pampa, donde se perdieron muy pocos días de clase.

Ponce. La educación como metáfora de la crisis social que vive el país.

Según Becerra, uno de los problemas es que los paros constituyen la única medida de fuerza que les garantiza visibilidad. «En la Ciudad de Buenos Aires, el año pasado hasta hicimos una marcha de antorchas. Pero los paros son de lo único de lo que hablan los medios». Además, agrega, «en general contraponen ese ideario del docente como alguien sacrificado y altruista que realiza una tarea noble, con la de los docentes que defienden sus derechos como trabajadores, cuando en realidad muchas veces los que luchamos somos también los docentes más dedicados. Es decir, no deberían ser sentidos que se contrapongan, sino que se complementen».

¿Apóstoles o empleados?
El lugar del docente en el aula también aparece atravesado por cuestiones estructurales de larga data. «Históricamente nos hemos enfrentado con un dilema. Por un lado, el docente no es considerado como cualquier profesional sino que prácticamente se lo define como un apóstol. Pero, por otro, desde el punto de vista administrativo, es decir hacia el interior del sistema, los maestros son tratados como meros empleados», opina Marucco y explica: «El docente jamás ha tenido una auténtica posibilidad de participar en la toma de decisiones. Este problema actualmente se ha agravado muchísimo y claramente no es el interés hoy promover una discusión en torno a estas cuestiones que son tan fundamentales».

Marucco. «El docente jamás ha tenido la posibilidad de tomar decisiones.»

En igual dirección, para Imen, las políticas actuales tienden a profundizar esta situación: «El pedagogo venezolano Luis Bonilla dio una definición de época, él habla de “apagón pedagógico”. El proceso sería más o menos el siguiente: primero se obtura todo debate sobre el sentido de la educación. Después viene un grupo de expertos que define contenidos “incuestionables”. Frente a ello el Ministerio de Educación aparece solamente midiendo, comparando o rankeando los resultados con evaluaciones estandarizadas». En su opinión, además de los factores económicos, «hay razones colaterales tan o más importantes para tener en cuenta, como la idea de fomentar lo que se entiende por “buena educación”. Las pruebas Pisa, por ejemplo, constituyen un eficaz dispositivo que permite crear un sentido común acerca de lo que se entiende por “educación de calidad”. Pruebas idénticas para realidades muy diferentes constituyen instrumentos para legitimar una noción oficial a partir de la cual se establecen los “ganadores” y “perdedores” del modelo. La sanción es moral, pero suele estar acompañada de un deterioro salarial, de la pérdida de estabilidad laboral docente y de la pérdida de recursos para las instituciones escolares “perdedoras”».

Becerra. «Hay campañas de desprestigio y un fuerte cuestionamiento de la escuela.»

El panorama parece bastante desolador. Los interrogantes son muchos. ¿Cuáles serán las consecuencias de este proceso? Y, en todo caso, ¿es posible reorientar el debate en otra dirección? Por lo pronto, Marucco parece ofrecernos una clave: no antagonizar o leer el problema solo en términos de educación privada versus educación pública. «Hay que repensar el paradigma para que el docente tenga la posibilidad auténtica de participar en la toma de decisiones y no se convierta en un simple reproductor. Este problema se plantea en todas las aulas. Lo que hay que repensar es el propio sistema educativo». Mientras tanto, Becerra reivindica la capacidad transformadora dentro del aula. Lo ilustra con una anécdota. «En la Escuela Sarmiento doy en cuarto año Formación de Ética Ciudadana. Los ejes de la materia son el tema de los derechos, las formas de ejercerlos y el deber de las instituciones del Estado. El año pasado, obviamente, la clase estuvo atravesada por el debate en torno a la interrupción legal del embarazo. Un día, una alumna que suele ser bastante callada cuenta a sus compañeros que la semana anterior había acompañado a una amiga al hospital. La chica tenía una infección vaginal y no le quería decir a la madre. Fueron al servicio de adolescentes y no solo respetaron su derecho de no ir acompañadas por un adulto, sino que además les informaron sobre los métodos de anticoncepción. Es decir, pudo articular lo aprehendido en el año y ejercer su derecho frente al Estado. Y eso gracias a un trabajo docente de muchos años, que no solo debe traducirse en un conocimiento abstracto. Creo que es la mejor definición de nuestro trabajo».

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