El viudo de Carmel

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(Foto: Télam)

El asesinato de María Marta García Belsunce, el 27 de octubre de 2002, convirtió a Carlos Carrascosa en un personaje público. La atención del periodismo y de la Justicia estuvo concentrada desde un primer momento en este exmarino mercante y agente de Bolsa, considerado como principal sospechoso del crimen ocurrido en el country Carmel, de Pilar, junto con cinco familiares de la víctima.
Carrascosa fue imputado primero por encubrimiento y después por homicidio, por lo que en junio de 2009 recibió una condena a prisión perpetua. Entre ese año y 2015 estuvo preso en el penal de Campana, y luego fue beneficiado con la prisión domiciliaria. La causa dio un giro en diciembre de 2016, cuando el viudo de García Belsunce resultó absuelto por un tribunal de la Cámara de Casación bonaerense. La Suprema Corte de Justicia de la provincia confirmó ese fallo en octubre de 2018, aunque todavía debe contestar la apelación presentada por la fiscalía.
El caso se actualiza con el estreno del documental Carmel, en Netflix, y con la publicación de Diario de un inocente, el libro que Carrascosa empezó a escribir en la cárcel y en el que reconstruye su vida y la oscura trama que rodeó al crimen. Los sospechosos son ahora el exvecino Nicolás Pachelo y dos vigiladores del country, quienes enfrentarán un juicio todavía sin fecha.
Carrascosa aparece como un personaje afable y campechano, que supo aprovechar posibilidades de especulación financiera y enriquecerse con un golpe de suerte que, a los 50 años, le permitió vivir sin trabajar. «Moví once fondos buitre, aunque yo no sabía que eran buitres, pensé que eran canarios», ironiza en la serie de Netflix.
Sin embargo, a diferencia de los hermanos García Belsunce, el viudo quiso enfrentar a la Justicia. Si bien no lo formula explícitamente, en su libro pone en la voz de otros presos la idea de que la familia lo perjudicó. Las diferencias son claras respecto al padre de María Marta, el jurista Horacio Adolfo García Belsunce. Carrascosa lo define como «integrante de la alta sociedad y de la familia judicial» y recuerda sus antecedentes como golpista en 1955 y 1976, en estrecha colaboración con José Alfredo Martínez de Hoz.
Carrascosa dice que además de la persecución judicial fue víctima de una condena social movilizada por la prensa. Sin embargo, la valoración de su figura cambió de signo tanto porque la hipótesis del fiscal Diego Molina Pico perdió consistencia –y fue descartada por la Justicia–, como por el mismo recorrido que hizo a partir del crimen. En un país acostumbrado a la impunidad, finalmente pasó siete años detenido en un pabellón común, sin privilegios: «Entré a la cárcel como burgués y salí como expreso», dice.
En Diario de un inocente, Carrascosa exhibe una mirada comprensiva ante sus compañeros de detención, «los seres humanos que conocí en la cárcel». La misma sociedad que lo condenó hoy parece absolverlo, al punto de que el viudo fantasea con dedicarse a la política y presentarse como candidato en futuras elecciones.

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