Embestida conservadora

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Más de 100 localidades del sureste se declararon «zonas libres de LGBT». El ataque contra lesbianas, gays, bisexuales y trans es apoyado por el presidente Andrzej Duda, quien profundiza su política de intolerancia. Conflicto con la Unión Europea.


Varsovia. Duda, abogado de 46 años, se arrodilla frente a la bandera polaca en el acto de toma de posesión para un segundo mandato, en agosto. (Wojtek Radwanski/AFP)

En Years and years, la aclamada serie de HBO que plantea una distopía no muy lejana a la actualidad, Viktor Goraya es un joven homosexual que intenta escapar de la persecución existente en su país, Ucrania, contra la comunidad gay. Son tiempos violentos, casi medievales, en los que imperan el autoritarismo, la homofobia, el racismo y la intolerancia, en un mundo encerrado en el oscuro túnel del odio y que levanta fronteras cada vez más rígidas. Por eso, el personaje no tiene otra opción que esconderse o huir para vivir en libertad.
Lo asombroso es que, aquello que la serie narra en clave de ficción, hoy encuentra un paralelismo en la realidad de otro país del Este europeo: Polonia. Allí, más de 100 ciudades y pueblos –casi un tercio del territorio– se proclamaron «Zonas libres de ideología LGBT». Más preocupante aún es que lo hicieron con el apoyo del presidente Andrzej Duda, quien considera que los derechos de lesbianas, gays, bisexuales y trans responden a una doctrina «incluso más destructiva que el comunismo».
Las localidades polacas que se sumaron a la reaccionaria iniciativa colocaron carteles para avisar que son «LGBT Free Zone»: sitios donde aquellas personas que se apartan del ideal de vida heterosexual no son bienvenidas. Si bien su decisión no tiene ninguna validez en términos legales, sí implica toda una transformación cultural, cuyas consecuencias ya se están haciendo palpables: ante el hostigamiento y la falta de protección estatal, muchas personas se plantearon la posibilidad de abandonar el país, que paradójicamente fue uno de los primeros en despenalizar la homosexualidad, en 1932.
La decisión de las ciudades polacas cosechó críticas dentro y fuera del país. El colectivo LGBT local se movilizó para rechazar la ofensiva del Gobierno, pero las manifestaciones fueron reprimidas y varios de sus activistas quedaron detenidos. En paralelo, la Unión Europea (UE) recordó que los tratados firmados por sus miembros «garantizan que todas las personas sean libres de ser quienes son y de amar a quienes quieran». La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, consideró que las ciudades en cuestión son, en realidad, «zonas libres de humanidad». «Ser vos mismo no representa tu ideología: es tu identidad y nadie te la puede arrebatar», agregó.

Rescate homofóbico
Los primeros roces entre la UE y Polonia por este tema datan de julio, cuando el bloque retiró un subsidio de entre 5.000 y 25.000 euros, en el marco de un programa de asistencia sobre participación ciudadana, a los primeros seis municipios que se declararon «libres de ideología LGBT». Ante la decisión, el Gobierno polaco salió al rescate de esas ciudades y anunció que la ayuda financiera  llegaría desde las arcas estatales.
El apoyo no sorprende si se tiene en cuenta que Duda, en el poder desde 2015, centró buena parte de su campaña para las elecciones de junio en el combate a la «ideología de género». El mandatario hizo gala de un mensaje reaccionario y homófobo para polarizar el escenario político y ganarse el apoyo de los sectores más conservadores del electorado. Dijo que los gays «no son personas» y los consideró «un virus» peor que el COVID-19. Aseguró, además, que el colectivo LGBT responde a una «agresiva ideología» importada desde el exterior, que «promueve la homosexualidad» y amenaza a la familia tradicional. Por eso, sostuvo, mantendría su oposición al matrimonio igualitario, la despenalización del aborto y la enseñanza con perspectiva de género en las escuelas.
El discurso de odio le dio rédito: su coalición de gobierno, Derecha Unida, ganó las elecciones en una reñida segunda vuelta, gracias al voto de todas esas zonas rurales conservadoras que se autoproclamaron «libres de ideología LGBT». La campaña del Gobierno tuvo amplia difusión en los medios estatales, que presentaron informes en los que se llamaba a la población a elegir «entre una Polonia blanquirroja o una arcoíris». La Iglesia Católica también aportó lo suyo: a través de un documento, llegó a plantear la necesidad de crear clínicas «para ayudar a las personas que desean recuperar su orientación sexual natural».
La victoria en las elecciones le dio un espaldarazo al Gobierno de Duda, que podrá profundizar su llamada «revolución conservadora» en los próximos cinco años de mandato. Aunque la Constitución le otorga un poder limitado, el presidente polaco no es apenas una figura decorativa como en otros sistemas parlamentarios, ya que puede vetar leyes e influir sobre la agenda legislativa. Y así lo demostró Duda, que desde su arribo a la presidencia impuso medidas que convirtieron a Polonia en un sistema político que celebra elecciones periódicas, pero cuyos otros rasgos liberales –el respeto a las libertades individuales, la pluralidad de voces y la separación de poderes, entre otras cosas– son constantemente horadados por el Gobierno. Los politólogos todavía no acuerdan en definir a estos regímenes como «democracias iliberales» o «autoritarismos electorales». Lo que está claro es que, más allá de la discusión, allí no hay lugar para la necesaria convivencia democrática.

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