En busca del socialismo perdido

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Benoît Hamon, flamante candidato a presidente, se presenta como la renovación por izquierda de una fuerza que padece los efectos de las políticas de François Hollande. El difícil escenario con miras a detener el avance de conservadores y la ultraderecha.


Nuevo Ciclo. Hamon saluda en la jornada donde fue consagrado como candidato del PS. A su lado Manuel Vals, contendiente en la interna. (Van Der Hasselt/AFP/Dachary)

Con un discurso de fuerte contenido social y crítico de las recetas de ajuste, Benoît Hamon se convirtió en el candidato presidencial del Partido Socialista (PS) francés tras aplastar en las primarias a Manuel Valls, ex primer ministro y delfín del presidente François Hollande. Hamon es una bocanada de aire fresco para una fuerza política que vive la crisis de popularidad e identidad más grande de su historia. Sin embargo, las encuestas lo ubican lejos de los primeros puestos para las elecciones de abril, que quedarían en manos de la peligrosa ultraderecha o de un ignoto candidato que propone, contradiciéndose, «libertad económica» e «igualdad de oportunidades».
«Este es el primer ladrillo para reconstruir la izquierda», dijo Hamon, de 49 años, apenas las autoridades electorales anunciaron su victoria en el balotaje socialista del pasado 29 de enero. Logró ganar gracias a un proyecto político claro, en el que confluyen las ideas tradicionales del socialismo, la defensa de las libertades individuales y el ambientalismo. Una de sus propuestas más destacadas es la creación de una asignación universal de 750 euros para todos los franceses mayores de edad. «¿De dónde va a salir ese dinero?», le preguntaron en plena campaña sus oponentes. «Del mismo lugar que han salido los 40.000 millones de euros que este gobierno ha dado a las empresas», respondió el dirigente, representante del ala más izquierdista del PS y crítico de la gestión de Hollande.
Los cuestionamientos de Hamon a un gobierno del que fue funcionario son, en realidad, un síntoma más general de la decepción que generó entre los franceses el presidente Hollande. Después de cinco años de mandato en los que aplicó una dura política de ajuste, en Francia hay tres millones de desocupados (el 10% de la población activa), una cifra récord para el país. Su gobierno implementó una cuestionada reforma laboral que abrió la puerta a la baja de salarios y a la eliminación de las famosas 35 horas semanales, una conquista de los trabajadores que ni siquiera Nicolás Sarkozy se había animado a tocar. También adoptó el programa de la derecha en cuanto a política migratoria: en 2016, echó a más de 8.000 inmigrantes que vivían en distintas ciudades.

Desencantos y perspectivas
Las decisiones de Hollande sumergieron al socialismo en un pozo. En los últimos dos años, el partido cosechó cinco derrotas electorales consecutivas. Y en las internas realizadas en enero votaron dos millones de personas, una cifra decepcionante si se tiene en cuenta que en las primarias de los conservadores, donde se impuso François Fillon, lo hicieron unas cuatro millones, el doble. Además, muchos militantes y dirigentes del PS decidieron buscar refugio en otras fuerzas de izquierda.
Pero también están los desencantados que emigraron hacia el ultraderechismo, representado en Francia por Marine Le Pen, quien ocupa el primer puesto en todas las encuestas de cara a las elecciones presidenciales del 23 de abril, con una intención de voto que que llega al 25%. Otros socialistas, decepcionados por Hollande y temerosos de la línea izquierdista de Hamon, decidieron apoyar a Emmanuel Macron, el outsider que alcanzaría el 22% y podría vencer a Le Pen en el balotaje. Le sigue el referente de la izquierda gala, Jean-Luc Mélenchon, de Francia Insumisa, con el 15%. Muy relegado, en el cuarto puesto, se ubicaría el PS, con un 15%.
Los analistas franceses sostienen que la única posibilidad de que el socialismo aspire a una mínima chance de alcanzar un eventual balotaje sería uniendo fuerzas con sectores del progresismo y con el propio Mélenchon. Si bien en el entorno del dirigente izquierdista no descartan una gran alianza, esperan a que Hamon defina si mantendrá sus promesas de campaña o si virará hacia el centro para ganarse la simpatía de la cúpula dirigencial del PS. El desafío está planteado para la izquierda francesa. En la vereda de enfrente está la incógnita de Macron, pero también asoma el mayor peligro para la democracia: la ultraderecha de Le Pen, que pretende aprovechar el efecto Trump para propagar el veneno del miedo por toda Europa.