Entre el ajuste y el mercado

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Recortes presupuestarios, mercantilización y vaciamiento parecen ser los ejes de una gestión que es cuestionada por artistas e intelectuales, mientras la crisis restringe el acceso a los bienes culturales y pone en riesgo la supervivencia de espacios independientes. Balance, críticas y resistencias.


Centro Cultural Kirchner.
La posibilidad de arancelar el acceso a museos y espectáculos plantea un debate que parecía saldado en la Argentina. (Jorge Aloy)

La degradación del Ministerio de Cultura, el cierre de salas y espacios, la reducción de los presupuestos y el arancelamiento de actividades son las expresiones más visibles. La cultura atraviesa en la Argentina una crisis tan profunda como la que afecta al trabajo, la salud y la educación, y quizá más pronunciada desde el momento en que suele ser una prioridad en los llamados ajustes de la economía. Imaginar el futuro cuando se trata de asegurar la supervivencia parece una utopía, pero la resistencia al modelo neoliberal tiene múltiples voces en la creación artística, y en ellas se encuentran también las ideas y los interrogantes para pensar otras políticas.
Para Juan Carlos Junio, «la degradación del Ministerio de Cultura a Secretaría es un símbolo de desprecio a la cultura del país y a la posibilidad de articular un proyecto integrador». La decisión del presidente Mauricio Macri, del 3 de septiembre, formó parte del paquete de reducciones exigido por el Fondo Monetario Internacional, pero también revela la continuidad de una política: «Se hace difícil definir el plan cultural del gobierno, para polemizar con él desde otro enfoque. Lo que hay es una actitud de destrucción de lo realizado no solo durante el kirchnerismo, sino también en décadas de construcción de valores de la cultura nacional que provienen de diversos afluentes», dice el director del Centro Cultural de la Cooperación.
Junio destaca que la reducción y subejecución del presupuesto de cultura y el desguace del Ministerio no son medidas coyunturales, sino que responden a un designio del gobierno de Cambiemos. «Hay una idea de rediseñar la matriz no solo cultural, sino general del país. El presidente ha dicho que hay que volver a la normalidad. Para ellos la anormalidad alcanza hasta el primer peronismo y es también la cultura reivindicativa de izquierda de la primera mitad del siglo XX y de los liberales de fines del siglo XIX, porque están contra la ley 1420, de educación pública. Este gobierno nos quiere llevar a una normalidad que niegue toda esa cultura».

Subordinación de lo público
La rebaja del Ministerio de Cultura puso en suspenso la sanción de una ley federal de cultura, que impulsaba el Centro Cultural de la Cooperación con la posibilidad de «potenciar un proyecto más integrador que contemplara la diversidad cultural del país, en todos sus aspectos», dice Junio, y que se discutió en más de 40 foros de debate.
Horacio González, exdirector de la Biblioteca Nacional, afirma que el solo hecho de pensar políticas en el ámbito cultural revela una pretensión ambiciosa. «Por supuesto hay gente que escribe planes y discursos, y hay reglamentaciones, pero siempre se tropieza con problemas vinculados con el financiamiento, que tradicionalmente proviene del Estado. En los últimos años la polémica sobre el mecenazgo y el aporte privado introduce un dilema crucial», señala. En la gestión de Tecnópolis, agrega González, «el kirchnerismo tuvo un esbozo hacia las industrias culturales con participación del Estado como un tercero que interviene, opina, a la vez que financia y da lugar a empresarios privados». En el escenario actual, «el Estado parece estar de más, debido a su desprestigio político en toda la sociedad, asociado a la corrupción, y a la subordinación de lo público a las fuerzas del mercado; si hoy se desarrollara algo parecido, el Estado sería en todo caso mecenas o financiaría sin intervenir en lo que decida el mercado».


Congreso. El Ballet Folclórico de la Universidad Nacional de las Artes reclama más presupuesto. (Horacio Paone)
 

La figura del exministro y ahora secretario Pablo Avellutto condensa ese desplazamiento: «Es un personaje del gerenciamiento de la cultura, por la vía de grandes empresas editoriales hoy completamente cartelizadas. Ocurre en todas las instituciones culturales del país. Es la primera vez que una Secretaría de Cultura está en manos de una persona que pertenece a las fuerzas del mercado. Los funcionarios públicos ya no tienen que decidir a quién responden».
Antes de la elección presidencial de 2015, un grupo de intelectuales e investigadores promovió una declaración en favor de la candidatura de Macri. El gesto no se repitió fuera de contadas manifestaciones individuales o de la actuación de figuras como Alejandro Rozitchner, «un filosófo vinculado a la simplificación del lenguaje y a los cursos para empresarios». Sin embargo, para González «hay un macrismo no declarado en politólogos, en críticos literarios, en críticos musicales, sin que haya una cultura macrista explícita: los funcionarios políticos expresan más bien un desligamiento del lenguaje de sus núcleos de tensión, como plantea Macri con frases del estilo “quédense tranquilos”. El presidente dice que hay que desdramatizar, pero el desdramatizamiento no lleva a ningún interés artístico, por el contrario».
A falta de intelectuales, el macrismo cuenta con periodistas. Horacio González relaciona el apoyo de los comunicadores con la hegemonía del lenguaje televisivo en la discusión política. «Fantino, Leuco, Bonelli, Majul no se hacen ideológicamente neoliberales –dice–: lo son porque acatan un sistema categorial que elimina los viejos géneros, piensan de una misma manera el uso de la relación entre tiempo y palabra, y sobre todo tienen una hipótesis única de inteligibilidad, que en un solo golpe sintáctico entienden 4 millones de personas». En esa línea, «eliminar las profundas heterogeneidades del lenguaje y de las formas de comprensión está produciendo una dictadura semiótica en todo el mundo: el neoliberalismo es, antes que nada, esa dictadura».

Un sector movilizado
Julieta Hantouch integra el espacio cultural Casa Sofía y acaba de compilar junto con Romina Sánchez Salinas Cultura independiente, cartografía de un sector movilizado en Buenos Aires, un libro que reúne testimonios y reflexiones de artistas y gestores culturales en torno a los problemas que enfrentan y los derechos que reivindican.
La discusión sobre qué se entiende por cultura independiente puede extenderse indefinidamente. Parece más fácil circunscribir aquello que no es: sus producciones no forman parte de la industria ni se confunden con las actividades de las instituciones oficiales. Pero también comparten un modo de funcionamiento abierto y plural, donde Hantouch observa una concepción de la cultura como construcción colectiva en oposición a la «cultura como instalación» que, dice, «impone la gestión de Cambiemos».
«Los centros culturales suelen ser casas, espacios abiertos al público y al barrio, que tienen la característica de tomar lo que viene de afuera –señala Hantouch–. No imponemos determinado tipo de expresión artística o de cultura, se construye a partir de lo que llega. La política cultural del macrismo se fue convirtiendo en una especie de dispositivo que se reproduce por los barrios más allá de lo que surge genuinamente del territorio».
Según un relevamiento del colectivo Cultura Unida, existen 500 espacios en la Ciudad de Buenos Aires, donde se realizan 100.000 funciones por año con 700.000 artistas frente a 5 millones de espectadores. Un espectro tan importante como invisibilizado «porque no tiene apoyo del Estado ni es reconocido como sujeto de la política», dice la coordinadora de Casa Sofía, un espacio que debe su nombre a Sofía Yussen, Madre de Plaza de Mayo.
«Los centros culturales somos barriales, y no por eso chiquitos, marginales o hippies –subraya la gestora cultural–. Tenemos esa cercanía, estamos ahí y promovemos artistas emergentes, jóvenes, que no acceden a la programación masiva. No es lo mismo una banda de músicas mujeres que presentan un disco en un espacio cultural, que Alejandro Lerner en un escenario cortando la avenida Corrientes como propuesta, con todo el respeto a Lerner. Cada cosa genera e incentiva consumos diferentes. Es importante que se reconozca a la cultura independiente como un espacio para la experimentación y para el apoyo a artistas que no acceden a otra forma de circulación».


Pujol. «El discurso oficial prioriza cierto espíritu de emprendedor individual.»

González. «Una política cultural sería deshacer el inmediatismo de la televisión.»

Hantouch. La cultura independiente como un espacio para la experimentación.

Junio. «Les molesta la idea de ciudadanos con derechos iguales ante la ley.»

En 2016 y 2017, Sergio Pujol integró la Comisión Asesora del Conicet en el área de Literatura y Lingüística, para la evaluación de proyectos de investigación. «Si debo hablar sobre la base de esa experiencia –dice–, puedo asegurar que en el campo de la investigación ya no existe distinción jerárquica entre alto y bajo. Nadie podría sostener que es más relevante investigar la obra de Borges que el universo de la historieta, o la música de Ginastera por sobre la historia del tango en los años 40 y 50».
Sin embargo, agrega el historiador y ensayista, «en el gobierno de la Alianza Cambiemos se ha buscado desprestigiar, cuando no ridiculizar, las temáticas populares y de cultura de masas, en función de los recortes a la ciencia y la técnica». Las redes sociales y los medios hegemónicos fueron escenarios de una campaña que enfrentó a científicos contra investigadores sociales y trató de instalar en el sentido común falacias sobre gastos injustificados.
Para Pujol, los intelectuales deben salir al cruce de esas campañas en todos los medios disponibles. «El discurso oficial prioriza las transferencias tecnológicas a los grandes grupos económicos y cierto espíritu de emprendedor individual que concibe el saber científico en términos de rentabilidad –dice–. Recientemente el secretario de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, Lino Barañao, les recomendó a los jóvenes investigadores que intenten poner su propia empresa, que se animen a salir al mercado con un saber convertido en mercancía. No solo se busca desprestigiar el campo de los estudios culturales; tampoco parece haber demasiado interés en promover las ciencias básicas».
El arancelamiento de muestras en el Museo Nacional de Bellas Artes, por otra parte, reintrodujo «una postura elitista del arte y la cultura», dice Pujol. En la situación económica actual, «es más necesaria que nunca la gratuidad para espectáculos de gran calidad: si los números no cierran, se deberán replantear costos y agenda de artistas, o sistemas de mecenazgo que permitan continuar con esa modalidad».
Juan Carlos Junio pone la cuestión en perspectiva histórica. «Para nosotros la gratuidad de la enseñanza y el acceso a la cultura son valores ganados. Arancelar la universidad, por ejemplo, siempre ha sido un proyecto de la oligarquía, y por eso tienen una reacción visceral contra las nuevas universidades del Gran Buenos Aires. Tarifar todo forma parte de una concepción bien antidemocrática. En ese sentido, no solo son presarmientinos, sino también son pre Revolución Francesa porque no les convence la idea del ciudadano con deberes y derechos iguales ante la ley».

Conciencia para resistir
«Una política cultural –propone Horacio González– sería deshacer el inmediatismo de la televisión, el pelotudismo extendido, el “profesor, hable claro para millones de personas”. La otra es el modo de pregunta, “tenemos un minuto”, el ping pong en el que terminás peleando con 50 personas. Todo eso supone no la intervención del Estado, sino una sociedad con ámbitos de discusión acerca de cómo van a ser las tecnologías de la imagen y cómo se van a realizar los tráficos de información».
Junio advierte sobre los riesgos de subestimar al neoliberalismo en la disputa cultural. «Macri tiene claro que debe librar la batalla cultural y lo está haciendo con los medios de comunicación masiva que, como decía Nicolás Casullo, ya no son transmisores ni influenciadores sino que forman parte del poder», dice.
El director del CCC observa mejores condiciones que hace dos años para esa confrontación. «Hay una expansión de la conciencia de que estamos en un proceso destructivo del tejido social y cultural y entonces se trabaja mucho en resistir, en defender los logros. Para mí, cuando se habla de resistir, se proyecta un pasaje a la ofensiva, que deberá surgir ante esta derecha conservadora y oscurantista», apunta.


Avelluto. De la empresa privada al Ministerio. Hoy apenas secretario. (Marcelo Capece/NA)

Para Julieta Hantouch, la cultura independiente se convirtió en un espacio de resistencia desde 2015, con acciones como el apagón ante el primer tarifazo. «Estamos pasando un momento de crisis y la dificultad de sostener la organización nos desequilibra y nos atomiza –dice–. El neoliberalismo apunta a poner en crisis no solo los valores, sino también la posibilidad efectiva de que salgas de tu propia alienación y te organices. De todos modos, eso mismo nos impulsa a organizarnos».
El libro Cultura independiente puede ser un ejemplo: fue editado por Casa Sofía, RGC Libros y el Observatorio de Culturas Políticas y Políticas Culturales del CCC. Otro son las asambleas de mujeres en las que participa Hantouch: «Necesitamos discutir cómo hacemos, necesitamos encontrarnos para pensar soluciones conjuntas y a veces esa crisis y ese estar en un lugar amenazado nos hace decir “pensemos cosas juntas”. Son los espacios donde nos organizamos».
Pero la resistencia no puede ser solo cultural. «El destino de los hombres y mujeres de la cultura –advierte Juan Carlos Junio– está ligado con construir un consenso democrático y una unidad nacional alrededor de un programa de transformación que en 2019 logre dar un viraje y reencauzar la situación política del país con un gobierno que exprese a las grandes mayorías nacionales».
En ese plano «hay que asimilar cultura con igualdad y libertad», dice Horacio González, y sostener su complejidad. «Una sociedad paga caro los esquematismos, la reducción de lo existente a mitos estúpidos, como el de la bóveda con el dinero de la corrupción. El resultado es que los verdaderos mitos desfallecen», dice el exdirector de la Biblioteca Nacional. Para Sergio Pujol, «las líneas de fuerza deben ser trazadas desde lo estatal, sin criterios comerciales, y hay que pensar más seriamente líneas de política cultural de dimensión federal y a largo plazo».
La conciencia sobre las consecuencias del modelo neoliberal es creciente, pero no se traduce en acciones de unidad. «Es lógico después de la derrota electoral e ideológica de 2015 –señala Junio–. Pero la dispersión está hoy en mejores condiciones de ser revertida y empieza a crecer la conciencia de que hay que actuar y rápido en defensa de la cultura nacional, de las instituciones, de cada centro cultural, de cada teatro, de cada programa que están dejando sin presupuesto».

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