Epidemia anunciada

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El virus del ébola es uno de los más mortales del planeta. No existen vacunas y su tasa de expansión es muy alta. Una enfermedad de la pobreza desatendida por la comunidad internacional.

 

Sin fronteras. Pese a las campañas de prevención, se estima que, en cuatro países, cerca de 20.000 personas están infectadas. (Kambou/AFP/Dachary)

Desde hace más de diez meses la sombra del ébola se extiende sobre África occidental, pero los grandes medios de comunicación recién empezaron a incluirla en los titulares cuando la enfermedad llegó a las puertas de Europa. Según las últimos datos proporcionadas por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) han muerto en África 1.552 personas y más de 3.000 han sido afectadas por la enfermedad, pero la cifra de los infectados por el virus que no están registrados oficialmente podría ascender a 20.000. La mayor cantidad de muertos, 624, se registró en Liberia.
El brote actual se desató en Guinea Conakry entre fines de 2013 y principios de este año. Luego se extendió a Liberia y Sierra Leona. Y otro brote se registró en  la República Democrática del Congo que –según las autoridades– no tiene relación con lo que está sucediendo en África Occidental. No se conoce con exactitud pero, según un informe de la cadena estadounidense CNN, el «paciente cero» podría haber sido un niño guineano de dos años que sufrió vómitos, fiebre y hemorragias durante cuatro días y finalmente falleció el pasado 6 de diciembre; pero nadie sabe cómo pudo haberse contagiado el virus.
El ébola se detectó por primera vez en 1976 en dos brotes simultáneos en Nzara, Sudán, y en lo que hoy es la República Democrática del Congo (antes Zaire), en una aldea llamada Yambuku, cercana al río Ébola. Este virus causa en el ser humano lo que se conoce como EVE (Enfermedad del Virus del Ébola), cuya tasa de letalidad oscila entre el 52% y el 90%. Y, lo más importante, en la actualidad no existen vacunas ni tratamientos específicos conocidos para combatir el mal. Recién en este último brote se ha comenzado a experimentar con un suero conocido como Zmapp (nunca usado antes en humanos), que por ahora ha resultado exitoso en algunos casos.

 

Contacto
Pero, ¿cómo se transmite esta enfermedad mortal? Hasta ahora los principales brotes de ébola se han producido en aldeas remotas del África occidental y central, por lo que se ha establecido que lo más probable es que algunas especies de murciélagos, como el de la fruta, porten la enfermedad y luego la transmitan a otros animales salvajes que son consumidos –como comida o como bienes de intercambio– por humanos. Así, el murciélago frugívoro puede contagiar a un chimpancé, un gorila o un antílope, y luego éstos al ser humano que manipula o consume su carne. El solo hecho de estar en contacto con sangre, secreciones u órganos de animales infectados –o incluso objetos y utensilios– puede transmitir la enfermedad. El contagio de persona a persona se da en las relaciones sexuales, por estar en contacto con los enfermos o en el manejo de cadáveres de personas o animales afectados. Así, la proporción de médicos que han adquirido el virus es muy alta. Más de 240 trabajadores de la salud se infectaron con el virus al tratar con pacientes en países como Sierra Leona, Nigeria, Guinea o Liberia, de los cuales falleció más de la mitad. La OMS (Organización Mundial de la Salud) calcula que en esas regiones de África hay apenas 1,5 o 2 médicos cada 100.000 habitantes.
Una vez que el virus ingresa al organismo comienza un período de incubación que puede variar desde 2 a 21 días. Pero ya desde el primer momento la persona infectada estará en condiciones de contagiar a otra. Los síntomas usuales son fiebre, dolores de cabeza, garganta y muscular, una profunda debilidad, vómitos, diarrea, y deficiencia hepática y renal. Ya avanzada la enfermedad se presenta el cuadro más desgarrador: hemorragias internas y externas, ya que el virus ataca las células endoteliales, que forman las paredes de los vasos sanguíneos.

 

Enfermos y aislados
A causa de las altas tasas de mortandad de la enfermedad, a fines de agosto la compañía Air France suspendió sus vuelos a Freetown, capital de Sierra Leona –por ahora mantiene sus vuelos a Guinea y Nigeria–. Lo propio hizo Arik Air, la máxima aerolínea nigeriana, que canceló todos sus vuelos con destino a Liberia y Sierra Leona. La empresa dijo que se trata de una medida preventiva, y pidió a las autoridades de Nigeria que «no dejen que ninguna otra compañía aérea envíe pasajeros a la zona afectada». Por su parte, la Autoridad Aeroportuaria de Liberia comenzó a aplicar una nueva política en las terminales que incluye la inspección y la realización de pruebas a todos los pasajeros que entren y salgan del país y se llegó a aislar a un barrio entero en la capital. Sin embargo las medidas de seguridad más extremas se tomaron en Sierra Leona, donde los soldados recibieron la orden de «disparar en el acto» a toda aquella persona que intente salir ilegalmente del país hacia Liberia.
Estas medidas no hacen sino acentuar el estado de indefensión y aislamiento en que se encuentran las poblaciones afectadas, con las graves consecuencias económicas que esto implica. Según Donald Kaberuka, jefe del Banco Africano de Desarrollo, «los ingresos están cayendo, los mercados no funcionan, las aerolíneas no vienen, los proyectos se están cancelando y los empresarios se han ido». Según el funcionario, el brote de la enfermedad «está drenando los recursos presupuestarios, recortando el crecimiento de África Occidental en un 4%».

Aeropuertos. Controles sanitarios para evitar el ingreso de enfermos. (Kambou/AFP/Dachary)

En una entrevista al diario francés Libération, uno de los descubridores del virus, el científico belga Peter Piot, se mostró muy alarmado por la actual situación y señaló: «Nunca habíamos conocido una epidemia de tal importancia. Están dadas las circunstancias para que se desboque. Se ha disparado en países donde los servicios sanitarios no funcionan, en zonas arrasadas por las guerras. Además, la población desconfía de las autoridades y de los sistemas sanitarios». El científico también la emprendió contra la OMS, a la que responsabiliza de haber demorado el accionar: «La respuesta por parte de las autoridades ha sido extremadamente lenta. La alerta se dio en marzo y, pese a las demandas de Médicos sin Fronteras (MSF), la OMS no despertó hasta julio asumiendo el liderazgo cuando ya era tarde». Lo cual suena más grave aún si se recuerda que ya en abril el vicedirector general de la OMS, Keiji Fukuda, había declarado que se trataba de «una de las epidemias más espeluznantes que hayamos enfrentado».
Quizá por eso los líderes del mundo occidental comenzaron a preocuparse seriamente por la enfermedad cuando vieron que existía un riesgo real de que el ébola, por el medio que fuese, tocase tierras europeas y, de propagarse la epidemia, pusiera en jaque la vida de las clases acomodadas del Viejo Continente. Así, el 25 de agosto, David Nabarro, coordinador especial de la ONU para el ébola, en una conferencia de prensa realizada en Sierra Leona calificó a la lucha contra la epidemia como «una guerra» que podría durar seis meses y criticó también el boicot de las líneas aéreas. «Al aislar al país le ponen las cosas difíciles a la ONU», expresó.

 

Temor a los inmigrantes
Lo que muchos no pueden evitar preguntarse es por qué, siendo el ébola una enfermedad que se conoce desde hace casi 40 años, los organismos internacionales de salud, así como los gobiernos de países desarrollados, nunca han hecho un verdadero esfuerzo por desterrarla. Una de las respuestas, quizá la más obvia, es que se trata de un mal que afecta principalmente a poblaciones pobres, y no sólo eso, sino las más pobres del continente más pobre: África. Las principales razones para la expansión del virus son las carencias educativas, la concentración de tierras en manos privadas que empuja a las comunidades al interior de los bosques y empeora su alimentación (que incluye la ingesta de animales salvajes), las pésimas condiciones de salubridad y la falta de personal médico acorde con las enormes poblaciones del África occidental. Son las mujeres, por ejemplo, quienes cargan con la tarea de cuidar a los enfermos y resultan así las más afectadas. En sus orígenes el ébola mataba a más del 90% de los pacientes, hoy ese porcentaje oscila entre el 51% y el 71%. Se debió entonces prestar especial atención a esta enfermedad mucho antes, pero lo cierto es que los grandes laboratorios nunca se interesaron porque, sencillamente, el mercado que consumiría sus fármacos no existe. Muy pocas personas en los países afectados están condiciones de comprar medicinas caras. Fue por ello que la preocupación de estadounidenses y europeos recién despertó cuando percibieron al virus como una amenaza a sus propios ciudadanos. Los inmigrantes africanos pasaron pronto a ser considerados como el principal factor de riesgo. Esta preocupación se vio reflejada especialmente en los grandes medios de comunicación que comenzaron de pronto a darle un espacio notorio a la epidemia. Por supuesto, si la enfermedad llegara realmente a un país desarrollado no tendría las consecuencias que está teniendo en África. Tanto Europa como Estados Unidos cuentan con todos los recursos humanos, sanitarios, económicos y tecnológicos como para circunscribir la enfermedad a determinada cantidad de personas e incluso regiones geográficas. «La probabilidad de que el ébola llegue a un país occidental es muy débil, casi nula. Y en el caso poco probable de que esto ocurra, el riesgo de que se extienda es muy limitado. En Occidente tenemos sistemas sanitarios sólidos, con centros de aislamiento y personal formado», declaró en agosto Philippe Barboza, epidemiólogo francés de la OMS, para tranquilizar a los europeos. Pero el ébola no es un virus cualquiera, todavía no existen vacunas, y las autoridades sanitarias mundiales saben que, de modo imprevisto, podría surgir una nueva cepa que no fuera fácil de contener. Si bien por ahora su expansión está contenida, todos saben, también, que virus y bacterias no conocen fronteras ni clases sociales.

Marcelo Torres

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