Erdogan hacia una nueva Turquía

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Estambul. Tras la victoria del Sí, un manifestante exhibe una pancarta de Erdogan, cerca de la sede del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP). (KOSE / AFP / Dachary)

Sultán del siglo XXI», «tirano» y «dictador». Esos fueron solo algunos de los apodos que se ganó el presidente Recep Tayyip Erdogan después de triunfar en un cuestionado referendo que abrió paso a la reforma constitucional más importante de la Turquía moderna: el país abandonará su sistema parlamentario para convertirse en una república presidencialista. De ese modo, Erdogan logró un viejo anhelo que le permitirá ampliar su poder para manejar los hilos de la política local, pero que también aumentó los niveles de resistencia interna y generó rechazo en el plano internacional, sobre todo entre los líderes europeos.
La propuesta para modificar 18 artículos de la Carta Magna recibió el 51,3% de los votos en la ajustada consulta de abril. La estrecha diferencia entre quienes impulsaron la reforma y quienes la rechazaron (48,7%) dejó al país partido a la mitad y abrió la puerta a diferentes denuncias de fraude. Al cierre de esta edición, la oposición continuaba reclamando el recuento del 37% de los votos válidos.
Erdogan, tan acostumbrado a las denuncias en su contra como a vencer en las urnas, hizo oídos sordos a los cuestionamientos y celebró la victoria junto con los militantes del oficialista Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP). A partir de ahora, y gracias a la reforma, el cargo de presidente dejará de tener funciones puramente representativas y pasará a concentrar gran parte de las responsabilidades ejecutivas. Muchas de ellas, similares a las de cualquier otra república presidencialista: elección del gabinete de ministros, sanción de leyes por decreto y designación de jueces de la Corte Suprema. Además, quedó fijado un límite de dos mandatos consecutivos de cinco años cada uno. De ese modo, Erdogan podría continuar hasta 2029 en la cúpula del poder turco, un privilegio que ostenta desde 2003, cuando alcanzó el cargo de primer ministro.
Desde el oficialismo, la reforma constitucional fue defendida a capa y espada. El propio Erdogan argumentó que la ampliación de sus poderes era necesaria para otorgar mayor fuerza a un Ejecutivo que debe atender varios frentes a la vez: principalmente, la expansión del terrorismo islámico, la crisis de refugiados y las convulsiones internas generadas por el histórico conflicto con los kurdos (ver recuadro). Desde la vereda de enfrente, los opositores y la prensa occidental sostienen que las modificaciones en la Carta Magna son un intento de Erdogan por satisfacer sus ambiciones políticas y perpetuarse en el poder de forma autoritaria, controlando tanto al poder legislativo y judicial como a la prensa. En ese sentido, recordaron que unas 50.000 personas fueron arrestadas y más de 100.000 perdieron sus empleos desde la masiva purga que comenzó a mediados del año pasado, tras un intento de golpe de Estado finalmente frustrado.

Repercusiones
Las críticas recrudecieron poco después del referendo, cuando Erdogan comentó su deseo de realizar una nueva consulta popular para restablecer la pena de muerte, que había sido abolida por él mismo en 2004. El anuncio generó rechazo dentro de la comunidad europea y puso en verdadero riesgo la posibilidad de que Turquía logre su adhesión plena a la Unión Europea (UE), algo que el país anhela desde hace 54 años. El gobierno de Francia, por ejemplo, emitió un comunicado en el que aseguró que la implementación de la pena capital sería una «ruptura» con los «valores» europeos. Desde Bélgica, directamente, aseguraron que una decisión de ese tipo llevaría al fin de las negociaciones por el ingreso al bloque comunitario.
Sin embargo, las promesas y medidas de Erdogan podrían tener un efecto positivo sobre las relaciones con un histórico aliado: Estados Unidos. Donald Trump fue uno de los primeros en llamar a su par turco para felicitarlo por la victoria en el referendo, a pesar de la catarata de críticas de líderes y organismos internacionales. El magnate estadounidense aprovechó la ocasión para agradecerle a Erdogan por las tareas realizadas en la campaña militar contra Estado Islámico (EI) y, en particular, por el apoyo al lanzamiento de la «Madre de todas las bombas», arrojada sobre territorio afgano a mediados de abril.
La rápida palmada en el hombro a Erdogan fue, sin dudas, un intento de Trump por acercarse a un aliado clave dentro del complejo tablero geopolítico mundial. Turquía, el llamado «gigante euroasiático», tiene 80 millones de habitantes y uno de los ejércitos más grandes del planeta. Es, además, miembro de la OTAN y puente entre Oriente y Occidente, lo que lo convierte en un jugador importante en relación con la guerra civil siria y la crisis de refugiados, dos cuestiones que involucran, directa e indirectamente, a las principales potencias. Por eso mismo, el triunfo de Erdogan y las decisiones que tome de allí en adelante no solo tendrán consecuencias dentro de los límites del territorio turco, sino también puertas afuera.

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