Escalada de violencia

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Los ataques de Estado Islámico y la ofensiva militar de Francia en Oriente Medio. Las posturas de las grandes potencias frente al avance del terrorismo.

 

Alerta. Una patrulla militar frente a la torre Eiffel, días después de la masacre. (Guillot/AFP/Dachary)

La reacción tras la masacre de París abrió un nuevo capítulo en el llamado «combate contra el terrorismo» del corto siglo XXI. Fue, como bautizaron algunos, el «11 de setiembre europeo». Y al igual que hace 14 años, la respuesta gubernamental fue una declaración de guerra inmediata. Es cierto: los nombres son distintos, pero los protagonistas similares. Con la salvedad de que el enemigo a vencer ya no es Al Qaeda sino Estado Islámico (EI), la organización yihadista que tiene bajo su poder una serie de territorios del tamaño del Reino Unido y que se atribuyó los 7 ataques coordinados del pasado 13 de noviembre. Fue la mayor matanza de los últimos 15 años en Europa: al menos 129 personas perdieron la vida en aquel «viernes negro» perpetrado en el corazón de la capital francesa.
Mientras el mundo intentaba salir de su asombro y amortiguar el impacto de la noticia, el presidente francés François Hollande habló en cadena nacional y anunció que su país entraría «en guerra con el terrorismo yihadista». Sus palabras recordaron a las pronunciadas por George W. Bush en 2001, cuando el entonces jefe de la Casa Blanca declaró una «guerra contra el terror» por el derribo de las Torres Gemelas. Poco después, EE.UU. inició las famosas invasiones a Afganistán e Irak, cuyos devastadores efectos propiciaron el surgimiento de grupos como EI. Al igual que Bush, ahora Hollande prometió ser implacable y dijo que destruirá a la organización terrorista que opera en el este sirio y el oeste iraquí, donde viven más de 6 millones de personas.

 

Operaciones sin freno
Sin embargo, y a pesar de las declaraciones del presidente, la ofensiva francesa contra EI había comenzado mucho antes. Más precisamente, en octubre del año pasado, cuando el ejército galo se sumó a los bombardeos de la coalición internacional capitaneada por EE.UU. y acompañada por otros 40 países de todo el mundo. Durante casi un año, Francia solo había actuado en territorio iraquí. Pero el 27 de setiembre, un mes y medio antes de la masacre parisina, se sumó a la incursión en Siria. Para eso desplegó 6 modernos bombarderos Rafale, con base en los Emiratos Árabes, y 6 Mirage situados en Jordania. A ellos se suman un avión de reconocimiento Atlantique 2 y una fragata con 900 efectivos.
Desde el año pasado, Francia realizó un total de 1.200 misiones militares, en las que destruyó 450 objetivos de EI, según sus propios datos. Pero esas no son las únicas operaciones en el exterior. El país actúa en otras zonas del mundo, como Libia, Mali y República Centroafricana, donde al igual que en Siria e Irak también operan grupos extremistas islámicos. Por ese motivo, Francia es una de las naciones occidentales más aborrecidas por las organizaciones terroristas. Casi tanto como EE.UU., aunque mucho más vulnerable por la cercanía y la permeabilidad de sus fronteras.
En el comunicado difundido poco después de la masacre en París, EI aseguró que los atentados fueron una suerte de respuesta directa a la incursión francesa en Siria. En un texto plagado de amenazas, el grupo yihadista se atribuyó los ataques, a los que consideró «las primeras gotas de lluvia y una advertencia» para «Francia y quienes sigan su camino». También sostuvo que «el olor de la muerte» no abandonará a aquellos que continúen atacando a la «tierra del califato». La organización había sido igual de brutal el pasado 31 de octubre, cuando colocó una bomba en un avión ruso que volaba desde Egipto hacia San Petersburgo, en represalia por la incorporación del gobierno de Vladimir Putin a los ataques de la coalición internacional. En el atentado murieron las 224 personas que iban a bordo.
Distintos analistas consultados por Acción coincidieron en que la masacre parisina está directamente vinculada con la participación francesa en los ataques aéreos realizados en Irak y Siria. El periodista y politólogo José Natanson, director del periódico Le Monde Diplomatique en el Cono Sur, recordó que «Francia tiene una posición activa en Oriente Medio y está bombardeando ambos territorios desde hace tiempo». En ese sentido, también consideró que EI apuntó a la capital francesa por su «lugar histórico y simbólico, en el sentido de que es la cuna de la Ilustración, las luces, la República».
El sociólogo y analista internacional Gabriel Puricelli, vicepresidente del Laboratorio de Políticas Públicas, coincidió con Natanson en lo que refiere al «significado simbólico» de París y agregó que la elección del objetivo también estuvo vinculada con un sentido del oportunismo por parte de EI. «Ellos atacan –opinó– con pocos individuos, con un armamento que no tiene una sofisticación enorme. Atacan donde pueden, buscando objetivos blandos. Y en Francia no solo podían hacerlo, sino que además tenían personas dispuestas a hacerlo».
Tras los atentados, Hollande intensificó aún más su participación militar en la coalición internacional y anunció la partida del portaaviones Charles de Gaulle –dotado de 24 aeronaves– hacia la zona en conflicto. También acordó una ofensiva conjunta con el presidente Putin y su par estadounidense, Barack Obama, para «desarrollar un plan de acción tanto por mar como por aire».
La coalición es inédita para un grupo de países que están enfrentados en el tablero geopolítico internacional. EE.UU. y las potencias europeas consideran un enemigo al presidente sirio Bashar al Assad, mientras que para Rusia es uno de sus aliados más importantes en Oriente Medio. De hecho, desde el inicio de la guerra civil siria, que ya dejó más de 250.000 muertos según cifras de la ONU, el gobierno de Putin denunció una y otra vez la entrega de armas por parte de Occidente a los grupos rebeldes que pretenden derrocar a Al Assad. E incluso deslizó la posibilidad de que, a pesar de las virulentas declaraciones de Obama contra EI, la Casa Blanca «escatima» los ataques contra los yihadistas para contribuir a la caída del presidente sirio.

Guerra. Despegue de un avión francés para bombardear en Raqa, Siria. (AFP/ECPAD)

«Quieren que EI debilite a Al Assad, pero al mismo tiempo no quieren un EI lo bastante fuerte como para tomar el poder», sintetizó Serguei Lavrov. El canciller ruso no fue el único en marcar ese tipo de contradicciones. Tras los atentados en París, el propio Al Assad aseguró que «la política errónea de los países occidentales, sobre todo de Francia, contribuyó a la expansión del terrorismo» en Siria, una disputada joya que forma parte de una región que alberga  un tercio de las reservas mundiales de petróleo.
Al Assad advirtió a Occidente que financiar a los rebeldes le «costaría caro». Sin nombrarla, el presidente sirio apuntó a Arabia Saudita, la monarquía del Golfo Pérsico que oficia como máximo socio de EE.UU. en Oriente Medio y que está bajo la lupa por las crecientes sospechas de financiamiento a EI. También Putin dijo que el grupo es financiado por personas de 40 países a través de la adquisición de petróleo que los yihadistas venden en el mercado clandestino.
Varios indicios apuntan a la veracidad de esas denuncias. Un informe secreto del Pentágono elaborado en agosto de 2012 sostiene que «Occidente, los países del Golfo Pérsico y Turquía están apoyando a la oposición (siria), principalmente compuesta de musulmanes salafistas, Hermanos Musulmanes y Al Qaeda en Irak». Ese último actor es, ni más ni menos, uno de los grupos que posteriormente se unió a EI y se involucró de manera directa en la guerra contra el gobierno sirio. En otro cable de 2009 revelado por WikiLeaks, la ex secretaria de Estado de EE.UU., Hillary Clinton, advertía que «los donantes saudíes constituyen la fuente más importante de financiación de los grupos terroristas sunnitas».
Sin embargo, el campo de análisis para entender la masacre del pasado 13 de noviembre no se limita a las disputas internacionales. Como sostuvo el periodista Christophe Ventura, también es necesario observar lo que ocurre dentro de Francia, el país europeo con mayor porcentaje de fieles al Islam dentro de su población. «La mayoría de los musulmanes franceses son pobres, no tienen empleo o trabajan en la precariedad. Hollande no resolvió ese problema y es justamente lo que usan los fundamentalistas para captar adeptos: “¿Ves qué mal te tratan los franceses?”. Ellos creen que con eso pueden radicalizar a la comunidad musulmana», explicó desde París el investigador y miembro del Partido de Izquierda, quien recordó que Francia es la nación de Europa en la que más combatientes reclutó EI.

 

Dos fascismos
Lo preocupante es que el presidente Hollande no solo tomó el discurso de la ultraderecha representada por Marine Le Pen, líder del xenófobo Frente Nacional, sino que lo puso en práctica. El año pasado, su gobierno echó del país a 5.000 gitanos que vivían en precarios asentamientos de distintas ciudades. Una política defendida a capa y espada por el primer ministro Manuel Valls: «La mayoría (de los gitanos) deben ser llevados hasta la frontera (…). Nuestro papel no es acoger a estas poblaciones», aseguró en 2014, en sintonía con las declaraciones de líderes europeos que, ante la fenomenal crisis de refugiados surgida este año, han decidido cerrar las fronteras de sus países.
Por ese motivo, Ventura consideró que «el país está ante el peligro de dos fascismos: uno basado en lo espiritual, en el fundamentalismo religioso, y otro que se basa en lo político, en la extrema derecha». Efectivamente, a la radicalización de quienes profesan el Islam se suman las declaraciones de la recalcitrante Le Pen, que tras la masacre parisina pidió el «cierre de mezquitas» y la «prohibición de organizaciones islamistas». La mujer no está sola en el Viejo Continente: mientras Polonia y Hungría adelantaban que no aceptarían más refugiados dentro de sus fronteras, unos 10.000 manifestantes de la agrupación islamófoba alemana Pegida se reunieron en Berlín para advertir sobre la «ideología mortífera» de los musulmanes. Desde EE.UU., el precandidato presidencial republicano Donald Trump acompañaba la avanzada neonazi diciendo que habría que «estar loco» para abrir las puertas a quienes «huyen de la guerra en su país».
Tras los atentados en París, Hollande y otros líderes occidentales mostraron su profunda indignación con lo ocurrido. Nada dijeron, sin embargo, de lo que había ocurrido un día antes en Beirut, donde un doble atentado suicida de EI dejó 44 muertos y decenas de heridos. Apenas un retazo más de esa «Tercera Guerra Mundial en trozos», como bautizó el papa Francisco a la situación de extrema violencia que vive el mundo por estos días. Una guerra en la que, al parecer, para los gobiernos europeos y ee.uu. hay víctimas que importan y otras que no.

Manuel Alfieri

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