Escapar de la miseria

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Miles de desesperados buscan una oportunidad en la vida cruzando el Mediterráneo en barcos sobrecargados. Un drama que no cesa a pesar de continuas tragedias como la de Lampedusa.

 

A la deriva. 103 somalíes fueron rescatados el 8 de agosto por un guardacostas italiano antes de que su bote se hundiera. (AFP/Guadria Costiera/Dachary)

Europa hace tiempo que dejó de celebrar una fiesta y, sin embargo, cientos de miles de desesperados, desde tierras yermas de presente y futuro,  acuden por las migajas de antiguos banquetes. Nombres como Lampedusa o Sahara empiezan a ocupar la primera plana de los diarios. También ocupan la atención de «los 28», el grupo de países de la Unión Europea que ha decidido poner en agenda la problemática de la inmigración ilegal. La reciente reunión de la UE coincidió en un punto: no se sabe bien qué, pero algo hay que hacer con el problema. No habrá, al menos a nivel comunitario, propuestas a definir en el corto plazo. Algunos gobiernos otorgan pistas extremas. Proponen la delación, fomentan el espionaje y desarrollan la fuerza militar para detener la marea humana.
Carentes de derecho, perseguidos por la derecha: el ala política, en su modalidad más extrema, cosecha simpatías electorales y, curiosidad semántica, se enrola en la excusa del «populismo» para sacarse de encima a los mal venidos.
La nueva postal del horror quedó registrada en la provincia de Arlit, Nigeria, a 10 kilómetros de la frontera con Argelia. Un centenar de inmigrantes había subido a dos micros para recorrer los 200 kilómetros que los mudaría de país, en la ruta que el negocio del tráfico de personas impone en esa parte de África. Ambos vehículos se dañaron y la mayoría del contingente quiso seguir adelante, a pie. Con temperaturas de hasta 52 grados, 92 murieron de sed; 47 de ellos eran niños. El Ejército del Níger los encontró divididos en pequeños grupos, debajo de árboles. Unos 80.000 compatriotas intentan idéntico periplo cada año. «Se trata de emigrantes económicos, huyen buscando trabajo. Están tan empobrecidos que deciden arriesgarse en este tipo de viajes», afirma John Ging, director de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas. El fenómeno tiene las huellas de un flujo circular. Hace apenas tres años, los nigerianos que huían de su tierra se cruzaban en la ruta con los compatriotas que regresaban a ella, expulsados por la guerra civil en Libia. Al menos los muertos descansan, difícilmente en paz, en la patria que los vio nacer. Peor suerte tuvieron las víctimas del naufragio de Lampedusa, en octubre. 200 inmigrantes africanos fueron enterrados en Sicilia, repartidos por varios cementerios, lejos de sus familias, lejos del puerto que deseaban tocar, lejos del más mínimo signo de piedad.
«Es urgente examinar qué más podemos hacer, estamos todos convencidos de que deben adoptarse medidas decididas para evitar que tragedias como estas ocurran de nuevo», declaró Herman Van Rompuy, presidente del Consejo Europeo, al terminar el encuentro regional. La urgencia no se refrendará en el calendario. Recién en mayo próximo volverán a discutir formalmente el asunto. El debate se reanudará cuando se hayan realizado las elecciones en cada país miembro. La postura hacia la inmigración ilegal será, junto con el económico, el tema electoral dominante. Y los gobiernos se sienten observados por una cantidad no despreciable de votos que recluta la derecha extrema: en Noruega, Dinamarca, Rusia, Holanda, Hungría, Austria y Suiza, los partidos de ese sector ideológico gozan de presencia parlamentaria en porcentajes que van del 10 al 20%.

 

Problema generalizado
Quizá al amparo de estos guarismos, las decisiones comunitarias ya recibieron varios cachetazos. Cecilia Malmström, de la Comisión de Interior de la UE, había propuesto crear visados temporales por motivos humanitarios. El proyecto fue descartado antes de que se redactara el borrador. El consenso sólo alcanzó para unas pocas decisiones. Se le dará más impulso a Frontex (la agencia europea que coordina el control de fronteras), se agilizará el intercambio de datos entre los territorios involucrados (programa Eurosur) y se apuntará a combatir el proceso migratorio en origen, ayudando –no explican cómo– a detener a los ilegales antes de que salgan.
En Rusia, se expulsan visitantes a razón de unos 1.000 por fin de semana. «Razones de seguridad», argumentó el gobierno francés para deportar a  5.000 ilegales durante los últimos tres meses. En Grecia, el partido Amanecer Dorado debutó en los comicios de 2012 con un sorprendente 7%, cosechado bajo una única consigna: «fuera los extranjeros». El que viene de afuera aparece como causa de todos los males, un chivo expiatorio ideal. La receta no reconoce idiomas ni banderas. Se aplica en Europa, aun a contramano de lo que indican las estadísticas. Según cifras oficiales, sólo 4 de cada 100 habitantes del Viejo Mundo son inmigrantes ilegales. Datos que aporta la agencia Eurostat, de la UE, dan cuenta de que, a pesar de un incremento notorio en lo que va del año, el flujo de los «sin papeles» había descendido a la mitad en 2012. «Bueno, de África no, pero de más cerquita, sí», podría razonar un taxista en Madrid, un parroquiano en un bar de Roma. Es que el mito de la inmigración dentro del continente goza de buena salud. Se indica que «los parientes pobres» se mudan, con pasaporte comunitario, a países donde tienen mejores beneficios sociales. El caso típico, se cita, es el de ciudadanos búlgaros transportados a Inglaterra. La hipótesis es falsa. Sólo el 2,7% de los europeos vive en otro Estado miembro. Si se mide únicamente a desocupados, el guarismo desciende al 1%. El «alerta extranjera» sigue activada, aun sin elementos que la sostengan.

 

Tentación fatal
¿Por qué tienta Europa, aun a pesar de la crisis general que padece? La respuesta es, también, una cuestión de números. En diez países de África, con una población que suma unas 150 millones de personas, tienen un Producto Bruto Interno (PBI) aún más bajo que cuando estaban colonizados. De 1980 a 2000, la tasa de crecimiento per cápita fue igual a cero, agrandando la brecha entre economías desarrolladas y subdesarrolladas. En 1960, por caso, Estados Unidos era 10 veces más rico que Madagascar. Hoy, la diferencia es de 50 a 1. Tamaña disparidad impacta en los salarios. Ajustados al costo de vida local, estudios de precios y sueldos comparativos demuestran, por ejemplo, que la hora de un chofer de micro se paga 20 dólares en Ámsterdam y 3 en Bombay. Todavía la Europa Occidental puede lucir, aunque opacos, sus bronces respecto a la mayor parte de Asia y casi toda África: el 1% más pobre de los habitantes de Dinamarca tiene ingresos superiores al 95% de los pobladores de Malí y Tanzania. Entre unos y otros, es sencillo presagiar quiénes son los que añoran el éxodo.

Desafío. Herman von Rompuy y José Durao Barroso intentan soluciones desde la UE.
(Gobet/AFP/Dachary)

La desigualdad social genera severos problemas, con remedios no menos traumáticos.  Inglaterra pareciera el laboratorio donde ensayar nuevas tácticas. La última iniciativa llega de la mano de la terminante afirmación de Theresa May, ministra del Interior, que pidió crear «un entorno realmente hostil para los inmigrantes ilegales». La funcionaria, por si quedaban dudas, agregó: «No queremos que la gente que viene aquí se quede más tiempo del que debe porque sean capaces de acceder a lo que necesitan». Para complicar al ilegal, desde el Palacio de Westminster se propone la ley de «quien deporta primero, deporta dos veces», reduciendo de 17 a 4 las instancias de apelación que un expulsado puede presentar en su defensa. Se convoca a actores civiles a que participen de esta cruzada. Por ley, los banqueros deberán comprobar si los nuevos clientes son o no inmigrantes perseguidos. Los dueños de casas de alquiler deberán fiscalizar permisos de residencia y denunciar al irregular. Hasta los sacerdotes tendrán que informar las bodas de extracomunitarios y, llegado el caso, el gobierno podrá anular esos enlaces. El Ministerio de Sanidad, en tanto, plantea cobrar unos 235 euros a quienes tengan estadías temporarias, estudiantes incluidos, para poder acceder a los hospitales públicos.
La cacería al inmigrante ilegal se vuelve cada día más feroz, pero no es cortando los frutos que el árbol dejará de producirlos. El cambio de raíz produce resultados. La prueba llega desde Marruecos. El gobierno del país africano colaboró en el control de sus puertos y la UE facilitó visas para que estudiantes y trabajadores se muden al Viejo Mundo y, así, se redujeron al mínimo los incidentes en el Mediterráneo. La masa laboral del continente negro sigue tomando vacantes que los nativos europeos se niegan a ocupar. El servicio doméstico, oficios como la construcción y la enfermería están a la cabeza de las tareas que requieren de personal foráneo. La tensión económica, con sus dramáticas consecuencias sociales, está llegado a un punto límite. La salida por derecha puede castigar aún más a los que ya nacieron castigados. Del otro lado del Atlántico, los mismos que se lanzaron al agua hace un siglo blindan a la marea para rechazar las nuevas olas.

Diego Pietrafesa  

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