España ya no seduce

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El encuentro de Panamá fue un símbolo del retroceso de la influencia peninsular de este lado del Atlántico. De los 90 y el neoliberalismo al deslucido presente de crisis financiera.

 

Presencias y ausencias. Representantes de segunda o tercera línea y los 11 mandatarios que asistieron ocuparon sus lugares en el salón donde se desarrolló la cumbre.

Corrió mucha agua debajo de los puentes desde aquel célebre «¿Por qué no te callas?» del rey Juan Carlos de Borbón al entonces presidente venezolano Hugo Chávez en la Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile de 2007 hasta la marchita reunión que culminó el 20 de octubre en Panamá. Tanta como para convertirse en fotos de épocas diametralmente opuestas no sólo para la región sino para la corona española, que ya ni siquiera puede juntar a todos los presidentes y que terminó por admitir que lo más conveniente será espaciar los encuentros a dos años para no volver a pasar papelones.
Es que a diferencia de la asistencia prácticamente perfecta desde la creación de este foro que se proponía nuclear a los países de la península ibérica con sus ex colonias americanas en pleno auge neoliberal, esta vez sólo viajaron 11 de los 22 mandatarios invitados a la reunión en la capital panameña. La lista de los ausentes está encabezada por el propio rey, que nunca había faltado a una cita, y por la argentina Cristina Fernández, en ambos casos por razones verificables: el monarca tuvo que ser operado nuevamente de la cadera y la Presidenta estaba convaleciente de una intervención quirúrgica de urgencia. También adujo problemas de salud el uruguayo José Mujica.
Normalmente el cubano Raúl Castro es remiso a este tipo de eventos, pero no se conocieron las razones para el faltazo de la brasileña Dilma Rousseff, el ecuatoriano Rafael Correa, el boliviano Evo Morales y el venezolano Nicolás Maduro. Puede aducirse que representan el «ala izquierda» latinoamericana, junto con el nicaragüense Daniel Ortega y que su silencio suena más fuerte que mil gritos. Pero tampoco estuvieron el guatemalteco Otto Pérez Molina, notorio derechista, ni el peruano Ollanta Humala ni el chileno Sebastián Piñera, que integran la Alianza del Pacífico, la nueva vedette del libremercado vernáculo.

 

Un poco de historia
La primera Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno se desarrolló en Guadalajara en 1991. Creada sobre la base de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI) nacida en plena dictadura franquista en 1949 en Madrid, intentaba ser un brazo político de la pujante España de los 90 en América. El planteo estratégico de la monarquía era convertirse en «puerta de entrada» para los países de la región a Europa de cara a los 500 años de la conquista.
Era otro mundo: tanto España como Portugal habían ingresado en la Comunidad Europea cinco años antes y ya estaba en marcha el proyecto de consolidar lo que se llamó Unión Europea, un bloque que apuntaba a la integración de los países de ese continente más allá de lo económico. Vecinos obligados y enemigos imperiales durante siglos, Portugal y España pretendían aprovechar la influencia cultural para conformar un bloque que les diera peso político dentro de Europa pero también querían usar al «nuevo continente» como plataforma para el salto internacional de sus principales empresas.
Fue la época en que el escritor portugués José Saramago publicó La balsa de piedra, una novela en la que desarrolló la metáfora del viejo sueño peninsular de alejarse de Europa para integrarse al resto de los países latinoamericanos. En esa parábola, el Nobel de Literatura de 1998 imagina un cataclismo que separa a Iberia del resto de Europa a la altura de los Pirineos y la deja navegando lentamente hacia el oeste. No por casualidad, el propio autor se fue a vivir a Lanzarote, en las Canarias, donde finalmente murió en 2010.
Saramago no es el único que imaginó a lo largo de la historia la unidad entre portugueses y españoles en algún tipo de federación. Podría pensarse que la propuesta de armar una Cumbre Iberoamericana donde se integraran España y Portugal con los países hispanohablantes y el Brasil sonó como música para los oídos de los últimos Borbones, que –bueno es recordarlo– supieron aprovechar el envión.
Así fue que España se convirtió en un fuerte inversor en América Latina y a caballito del Consenso de Washington muchas de sus empresas se quedaron con las privatizadas de la región. Entre ellas se destacan Telefónica y empresas de agua y energía como Endesa o Repsol, pero también los bancos Santander y Bilbao Vizcaya, que pasaron de ser instituciones menores en su país a convertirse en las principales entidades financieras del mundo iberoamericano y de las mayores del planeta.

Reto. José Luis Zapatero junto al rey Juan Carlos I en una escena que hizo historia. (Télam)

 

Golpe funesto
En abril de 2002 hubo un golpe de Estado contra el venezolano Hugo Chávez. A los pocos días, con el apoyo del Ejército y de la ciudadanía, que salió a las calles a reclamar por la democracia, el mandatario bolivariano volvió a ocupar el poder. Dos datos para explicar la importancia simbólica de esta intentona: el efímero reemplazante de Chávez, Pedro Carmona, era el titular de la cámara empresaria y sólo fue reconocido como presidente por dos gobiernos, el de George W. Bush y el del conservador español José María Aznar. La España que se pretendía imperial como socia de Estados Unidos bajo el paraguas del modelo neoliberal. Más clarito no podía quedar.
Allí están las razones para aquel encontronazo de Chávez con Juan Carlos en Chile, cinco años más tarde. No es que hubiera habido roces previos durante ese tiempo. Pero allí se produjo un estallido casi definitivo porque Aznar, ya alejado del gobierno tras la derrota del PP a manos del Psoe en 2004, era el adalid de todos los foros «libremercadistas» que se producían en el continente. Y desde esas tribunas se encargaba de fustigar no sólo a los gobiernos progresistas surgidos por esa misma época sino especialmente al venezolano, enemigo declarado para todos estos grupos derechistas.
De tal modo que en Santiago los climas ya venían caldeados. Y recordar un extracto de aquella escaramuza aporta nuevos elementos para vislumbrar lo que ocurrió hace unas semanas en Panamá.
Venía hablando el entonces presidente del gobierno español, el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, en la segunda jornada del encuentro, el 9 de noviembre de 2007. Chávez interrumpía con ánimo controversial, protestando contra el rol de Aznar como propagandista de la oposición. «Una serpiente es más humana que un fascista o un racista; un tigre es más humano que un fascista o un racista», insinuaba el bolivariano, que en su intervención ya había fustigado a Aznar, que ocupa un sillón en el directorio de Endesa y otro en el grupo multimedios Murdoch.
El caso es que Zapatero intentó una defensa de Aznar. «Se puede estar en las antípodas de una posición ideológica, no seré yo el que esté cerca de las ideas de Aznar, pero el ex presidente Aznar fue elegido por los españoles, y exijo, exijo…». En eso estaba cuando Chávez volvió a la carga:
–Dígale a él (a Aznar) que respete la dignidad de nuestro pueblo (…) Porque él anda irrespetando a Venezuela por todas partes, yo tengo derecho a defender…
Tras un breve y acalorado intercambio terció el rey con su famoso «¿Por qué no te callas?»
Un año más tarde, la caída del Lehman Brothers arrastró hacia el abismo a la España próspera y orgullosa de su destino que venía creciendo desde la recuperación de la democracia, a la muerte del dictador Francisco Franco, en 1975. La debacle también se llevó puesto a Portugal y al resto de los países del sur europeo. Y los sueños de refundación imperial se fueron desmoronando con la misma velocidad.

 

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Ya el año pasado, en Cádiz, la asistencia a la cumbre se salvó a último momento cuando el también «popular» Mariano Rajoy aceptó volver atrás con la invitación al presidente de facto paraguayo, Federico Franco. Ahora, en el encuentro de Panamá, el mandatario español intentó demostrarle al mundo que las medidas ortodoxas de ajuste ya estaban dando resultados. Sus declaraciones coincidieron con las del dueño del Santander, Emilio Botín, quien se animó a decir que ahora la plata fluye a raudales hacia la península. Para que no quedaran dudas, Botín habló junto con su flamante asesor internacional para América Latina, ex director del FMI, Rodrigo Rato, implicado en la quiebra de Bankia entre otras «cuestiones» menores.
Rajoy se apuró también a ofrecer a los países de la Alianza del Pacífico (Chile, Perú, Colombia, México) la «experiencia de España como miembro de la Unión Europea» tanto para organizarse internamente como para comerciar en el viejo continente. Otra vez la teoría de la «puerta de Europa» pero con los únicos países que todavía parecen escuchar sus consejos.
Pero la sensación de fracaso no se la puede quitar nadie. El País, otro de los mascarones de proa de la expansión noventista española, despotrica contra la debilidad que demuestra La Moncloa y consideró en un editorial que sería «imperdonable que estas cumbres murieran de inanición». No se priva el diario madrileño de recordar que una de las razones para tan notable demostración de desinterés latinoamericano es la proliferación de foros locales donde se juntan los nativos de este lado del Atlántico, como Unasur, Celac, Mercosur y ALBA. Por otro lado, en el exclusivo G20 hay tres latinoamericanos, Brasil, México y Argentina. Pero España va de invitado.
«En lo único en que se han puesto fácilmente de acuerdo es en que las cumbres de jefes de Estado y Gobierno se hagan cada dos años a partir de 2014, en vez de anualmente como hasta ahora. Es decir, verse menos», apunta El País. A buen entendedor…

Alberto López Girondo