Estados Unidos-China: guerra con historia

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A comienzos de este siglo estrategas de los Estados Unidos señalaron que la República Popular China era el gran enemigo del futuro. Ese futuro que parecía tan lejano ha llegado.
El presidente Donald Trump oscila entre sus ataques verbales hacia la política comercial china y los elogios a su presidente, Xi Jinping, a quien también califica como un «amigo». Un día dice que las guerras comerciales son fáciles de ganar y levanta el dedo amenazante, y al otro lo abraza como si no hubiera pasado nada.
Pero China no es un país que se puede vapulear fácil, como viene comprobando la Casa Blanca. Entre otros motivos porque ya es una potencia militar, aunque todavía esté muy lejos de EE.UU. Esto se ve con las protestas chinas ante la presencia de buques de guerra estadounidenses en los mares que circundan China y Taiwán.
Hace unos ochenta años, Mao Tse- tung planteó la «guerra popular y prolongada». Era otro contexto, pero también tenía que ver con una intervención extranjera –aunque militar–: la japonesa. En EE.UU. existe una visión pragmática de la historia, y su relación con algunos países que representan civilizaciones ancestrales, como Irán, Irak, Rusia o China, suele ser fruto del desprecio de quien se sabe –hoy– primera potencia mundial.
La dirigencia china no cita mucho a Mao, pero es consciente de que la suba de aranceles dictada por Trump a productos chinos es parte de una embestida mucho más amplia. «Si alguien trae la guerra hasta nuestra puerta, lucharemos hasta el final», dice el portavoz de la cancillería china Geng Shuang sin citar a Mao. Tal vez, en la Casa Blanca deberían estudiar un poco más de la historia milenaria china y recordar que alguna vez Mao dijo que EE.UU. no era más que un tigre de papel. Aparentemente muy poderoso. A corto plazo.

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