Final incierto

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El referendo que pone en juego la permanencia del Reino Unido dentro del bloque genera fuertes debates, mientras el premier David Cameron apela a diversas estrategias para evitar que se profundice la crisis. Los riesgos a un mayor crecimiento de la ultraderecha.

Campaña. Activistas por el si y el no exhiben pancartas en el condado de Oxfordshire. Las encuestas marcan un escenario abierto. (Swaine/Rex Shutterstock/Dachary)

 

El próximo 23 de junio, los británicos participarán de un histórico referendo para responder a una pregunta sencilla pero contundente: «¿Cree que el Reino Unido debe continuar siendo miembro de la Unión Europea (ue)?». El plebiscito, que puso en vilo al gobierno del premier David Cameron, se dará en el marco de la peor crisis experimentada por el bloque comunitario desde su creación y podría derivar en la pérdida de uno de sus miembros más importantes, con consecuencias impredecibles a nivel político, económico y social.
El debate por el llamado «Brexit» (Salida de Gran Bretaña) tomó fuerza a principios de este año y en las últimas semanas decantó en una feroz campaña a uno y otro lado de la isla británica. En pocos días, y bajo el eslogan «Vote leave» («Votá salir»), quienes están a favor de abandonar la ue repartieron 28 millones de volantes para pedir apoyo a la población. Según las encuestas de la consultora icm, la campaña les viene dando resultado: el 46% votaría por la salida de la ue, mientras que el 44% estaría en contra, con un 10% de indecisos. Otra encuesta realizada por el instituto Ipsos Mori indica que el 55% de los británicos votará por quedarse en la ue, contra el 37% a favor del Brexit.
Los argumentos de los euroescépticos son claros: el crecimiento económico del país está estancado por las trabas burocráticas que impone el bloque. También sostienen que las fronteras, por donde fluye un fenomenal torrente de inmigrantes, quedaron desprotegidas debido a las flexibles normas de circulación que dicta la comunidad europea. La llegada de miles de extranjeros, dicen, es la principal causa de la inseguridad y de que haya salarios bajos. Por eso es mejor cerrarle la puerta.
El máximo referente de la campaña por el «Brexit» es el exalcalde de Londres, Boris Johnson, quien disparó munición gruesa contra aquellos que abogan por la permanencia. En declaraciones a The Telegraph, el dirigente conservador comparó a la cúpula de la ue con Adolf Hitler por su intento de crear un «Estado paneuropeo».
Ese tipo de declaraciones –también llegó a referirse a Barack Obama como el «presidente medio keniata»– llevaron a que Johnson fuera bautizado el «Donald Trump británico». No casualmente comparte mirada acerca del referendo con el precandidato republicano, quien afirmó que el Reino Unido estaría mejor fuera de la ue, ya que así podría frenar la inmigración, a la que consideró «una cosa horrible para Europa».
Las palabras de ambos políticos generaron duras críticas. Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, dijo que las declaraciones de Johnson fueron «absurdas». Cameron, en referencia a Trump, habló de un «plan divisorio, estúpido y equivocado».
Es cierto: el líder británico no es el mayor exponente en la defensa de los extranjeros que llegan al país huyendo de la guerra y el hambre. De hecho, el año pasado se refirió a ellos como una «plaga». Sin embargo, en su afán por defender la pertenencia a la ue, ahora Cameron dio un giro de 180 grados y cuestionó las miradas más xenófobas que emergieron en medio del debate.
El premier sabe que una eventual derrota en el referendo lo obligaría a abandonar la residencia de Downing Street. Su imagen positiva no pasa por el mejor momento después de que, tal como ocurriera con el presidente argentino Mauricio Macri, los Panamá Papers develaran que fue parte del directorio de una empresa «offshore» de su padre. Lo paradójico es que fue el propio Cameron quien, a mediados del año pasado, convocó al plebiscito que por estos días pone en jaque a su gobierno. Lo hizo para aplacar los ánimos euroescépticos y evidenciar su enojo ante las autoridades europeas, a las que responsabiliza por la situación económica que atraviesa el país. Lo que nunca imaginó es que el movimiento para salir de la ue crecería cada vez más.
Consultado por Acción, el analista político británico John Bevan señaló que ese crecimiento está directamente relacionado con la distancia que las instituciones europeas mantienen con los ciudadanos de a pie. «Muchos ven a la ue como distante, sin transparencia, ajena. Y hasta desconocen el nombre de su diputado del Parlamento europeo. Esto fue generado por el déficit democrático que hay dentro del bloque. No olvidemos que, por ejemplo, fue el liderazgo europeo el que descalificó los resultados del referendo antiausteridad en Grecia para imponer el ajuste», aseguró Bevan desde Londres.
Para el exembajador Jorge Argüello, autor del libro Diálogos sobre Europa, es cierto que el «Brexit expresa el estado de desaliento que impera en la ue». Pero lo consideró, sobre todo, una «maniobra política de Cameron» para imponerse ante los partidos euroescépticos, como el ukip, que le vienen disputando el electorado en las sucesivas elecciones.

 

Costos y beneficios
Efectivamente, ante la posibilidad de una derrota y para convencer a los indecisos, Cameron avanzó en la firma de un acuerdo con la ue que, según dijo, dejaría a todos contentos: si en el referendo triunfa la permanencia, el país tendrá mayor autonomía para tomar decisiones, aunque sin perder su condición de miembro. De ese modo, podría limitar la entrada de inmigrantes –fuente de terrorismo, según su visión– dejando de lado las «trabas» impuestas desde Bruselas.
Otra carta jugada por el primer ministro fue la económica. El mes pasado presentó un informe titulado «Costos y beneficios de la permanencia en la ue», donde señaló que salir del bloque causaría un agujero fiscal de 50.000 millones de euros y una pérdida de 5.400 euros al año por familia. Al igual que sus contrincantes, tampoco se privó de las sutilezas y concluyó que, viendo esos números, solo un «analfabeto económico» podría apoyar el «Brexit».
Hasta ahí, la disputa parecería ser una rencilla interna dentro del conservadurismo. Sin embargo, el progresismo también se metió en la discusión y apoyó la permanencia. Jeremy Corbyn, líder del Partido Laborista, dejó al margen su conocida postura euroescéptica y rechazó el «Brexit». Pero, a diferencia de lo planteado por la derecha, no hizo foco en la cuestión migratoria. Para él, una salida de la ue generaría un descalabro social, ya que abriría la puerta a la eliminación de las regulaciones económicas y convertiría al Reino Unido en un «paraíso fiscal de oligarcas, dictadores y corporaciones corruptas».
A nivel internacional, el apoyo a la postura de Cameron fue unánime. Desde la Casa Blanca en Estados Unidos al francés Palacio del Elíseo, todos los líderes occidentales estuvieron de acuerdo en que una ruptura sería el «acta de defunción» de la ue.
En la misma línea, Bevan opinó que el «Brexit» podría generar la «desintegración» de la comunidad europea, mientras que Argüello consideró que «constituiría una señal grave de que el proyecto europeo es reversible y sembraría un precedente peligroso para el futuro».
Algunos analistas hablaron de un «efecto contagio» que fortalecería a los movimientos nacionalistas cuyas plataformas tienen un fuerte contenido euroescéptico. Entre ellos, el mencionado ukip, un partido que creció con su reclamo por cerrar las fronteras; el Frente Nacional de Francia, liderado por la racista Marine Le Pen; y el islamófobo Alternativa Para Alemania, que aboga por la expulsión de los inmigrantes musulmanes.
Cualquiera de estas opciones en el poder supondría una amenaza para la estabilidad y la paz regional. El resultado del referendo dirá si se trata apenas de una crisis superable o, por el contrario, del primer y trágico capítulo en la historia de la desunión europea.

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