Fractura expuesta

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El presidente Lenín Moreno y Rafael Correa mantienen un fuerte enfrentamiento que pone en riesgo las transformaciones de la Revolución Ciudadana. Los planes de austeridad, Odebrecht y el acercamiento con la derecha, causas del quiebre en Alianza País.


Otro tiempo. Correa  y Moreno saludan a sus seguidores en Quito, tras el triunfo del oficialismo en las presidenciales de abril de este año. (Bunedia/AFP/Dachary)

Mientras duró la relación fue auspiciosa. Pero duró muy poco. Lenín Moreno, actual presidente de Ecuador, y Rafael Correa, su antecesor, aún no firmaron los papeles de divorcio, pero se arrojan palabras y acusaciones como si se tiraran platos. Corrupción, traiciones, mentiras, pactos secretos y el fantasma de la proscripción son algunas de las expresiones que ambos líderes ventilan sin recato. La Revolución Ciudadana, que durante una década mejoró drásticamente los indicadores sociales del país, hasta va camino a perder su nombre. La derecha, en su avanzada continental, rueda otra de sus películas favoritas: Durmiendo con el enemigo.
La crisis política estalló cuando Moreno vació de funciones a su vicepresidente, Jorge Glas. En los primeros días de agosto, por decreto, el número dos del Palacio Carandelet abandonó la integración de consejos productivos y tributarios y fue apartado del Comité de Reactivación Económica, que buscaba dar auxilio a las zonas afectadas por el grave terremoto de abril de 2016. Además, dejó de conducir la redacción de la Ley de Regulación y Control del Poder de Mercado. Tales decisiones funcionaron, de hecho, como una dimisión forzosa. Glas aseguró que seguiría en su puesto, pero dijo sentirse liberado «porque he tenido que presenciar durante dos meses cómo comienza a desmontarse nuestra revolución, sus ideales, principios y valores».
Desde Bélgica, donde hoy reside, Correa apoyó a quien también fuera su vicepresidente. «Adelante, Jorge, tómalo como una condecoración», escribió el mandatario en la red social Twitter. Moreno, en tanto, decidió manchar esa medalla con el barro de la corrupción. Se sirvió de la declaración de un arrepentido, exdirector de Odebrecht en el país, que aseguró haberle pagado unos 14 millones de dólares a Glas a cambio de contratos oficiales. Jose Conceiçao Filho, el delator, agregó que tiene grabaciones de encuentros donde se habría tramitado la coima. «Sí, me reuní varias veces con representantes de la empresa», reconoció Glas. Explicó que lo hizo para tramitar el seguimiento de obras y el pago de trabajos realizados. La Justicia no registra aún denuncia ni prueba alguna contra el vicepresidente, solo los ecos de palabras acusatorias publicadas por el diario O Globo.

Cruces y show
Moreno siguió adelante en lo que llamó «la revolución de la revolución». Como retomando el concepto de «sinceramiento» que nació muy lejos de Quito, exhibió los números de la –también– pesada herencia. Anunció que la deuda pública que dejó Correa orillaba los 42.000 millones de dólares y declaró que «se podía haber sido un poquito más mesurado en dejar las cuentas en mejores condiciones, no digo que estemos quebrados pero la situación es muy difícil».  En su lista de reproches, Moreno agregó que la gestión anterior usufructuó por adelantado recursos petroleros por 20.000 millones de dólares.
Correa, otra vez por redes sociales, rechazó esas cifras y acusó al presidente de no entender de lo que habla. «Repite lo que le dijo la oposición o un malintencionado asesor», agregó. El exmandatario aseguró haber dejado una economía en crecimiento, con superávit externo, importante aumento de la recaudación impositiva y desempleo a la baja. «Nuestra deuda agregada representa el 41% del Producto Bruto Interno; en 2005, sin problema del precio del petróleo ni con altos niveles de inversión y servicios era del 35%», describió. Explicó que el balance de Moreno no incluyó los activos de las finanzas nacionales y, en cambio, sumó deudas de administraciones locales y hasta pasivos contingentes, compromisos de pago que «tal vez» pudieran llegar a comprometerse. Correa dijo que el concepto de «deuda inmanejable» que esgrimió su sucesor es «un show grotesco». Y contó sobre lo que deben otros países, comparado con el 41% del PBI del suyo: «Bélgica tiene 106%, Holanda 62%, Alemania 68%».
¿Se puede alterar los indicadores con tamaña malicia?, preguntan en Alianza País, la coalición que gobierna –o gobernaba– desde 2007. «Sí, se puede», parecen contestarle dentro de su propio color partidario. Correa afirma que Moreno siembra el desasosiego para poder cosechar medidas de ajuste, el «planazo», como los llama el exjefe de Estado. Sin dar precisiones, el actual mandatario dijo que tomará decisiones para consolidar la austeridad y el ahorro y fomentar la inversión privada. Parece haber elegido como socio a un enemigo acérrimo de Correa, el expresidente Abdalá Bucaram, de apenas un año de gestión (1996-1997). Según denunció el creador de la Revolución Ciudadana, Moreno pactó entregarle a uno de los máximos representantes del neoliberalismo local el control de la Corporación Nacional de Electricidad.
«No sé aún si me postularé en 2021, pero buscan desacreditarme para proscribirme», disparó Correa. Su entorno dice que él prefería a Glas como candidato, pero tuvo que elegir a Lenín porque medía mejor en las encuestas. Las matemáticas no tienen sentimientos. Moreno afirma hoy que «al fin el país respira libertad, eso es maravilloso», lo que podría haber sido un eslogan de campaña de aquellos que, curiosamente, no lo habrían votado jamás.

 

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