Francia revuelta

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El proyecto de reforma laboral promovido por el gobierno genera fuerte rechazo en la ciudadanía. El giro a la derecha y las señales de debilidad de Hollande de cara a las presidenciales de 2017.

 

Repudio. Sindicatos y organizaciones sociales en una masiva marcha realizada en Marsella. (AFP/Dachary)

Si los burgueses nos tratan como a perros, llegó la hora de morder», advertía el cartel que estudiantes de La Sorbona exhibían durante una de las multitudinarias marchas que moldearon la huelga general del pasado jueves 31 de marzo en Francia, cuando más de un millón de personas se movilizó en toda la república para enfrentar un proyecto de reforma laboral que promete arrasar con la protección de los derechos de los trabajadores. Pero también, el cartel simbolizaba la ruptura definitiva de las organizaciones estudiantiles y sindicales con los giros del Gobierno del presidente  François Hollande, a quien llevaron al Palacio Elíseo como socialista y ahora repudian por neoliberal.
En lo que podría ser su última batalla como presidente, Hollande ha logrado incendiar las calles de Francia con un proyecto de flexibilización laboral al que no se animó siquiera su antecesor y posible sucesor, el conservador Nicolas Sarkozy, y cuyo objetivo simbólico es la supresión de la jornada semanal de 35 horas de trabajo, una bandera histórica del Partido Socialista Francés (psf) impuesta en 1998.
La reforma permite los despidos masivos por caída de producción, deslocalización o cambio tecnológico, reduce a la mitad el valor de las horas extras, y también a la mitad (27 a 15 sueldos) el tope indemnizatorio para empleados con más de 20 años de antigüedad, elimina los francos especiales por fallecimiento de familiar directo y habilita jornadas laborales de hasta 12 horas por necesidades de producción.
También suspende los estatutos profesionales especiales ante necesidad de la patronal, y concede a los acuerdos por empresa (salariales y de empleo) una supremacía legal por encima de los convenios colectivos. En otras palabras, consagra facilidad y abaratamiento de despidos, pauperización de condiciones laborales y bajas salariales.
El ejemplo de las nuevas condiciones que imagina el gobierno socialista francés fue la determinación de los 800 trabajadores de la planta automotriz de Smart, de la ciudad de Hanbach, en la frontera con Alemania: en enero, el 66% de ellos votó a favor de llevar la semana de trabajo a un piso de 39 horas (venían de un techo de 35), pero cobrando solo por las 35 horas. A cambio la empresa garantiza todos los puestos de trabajo, por al menos dos años.
«Es la vuelta al siglo xix», definió el secretario general de la Confederación General de Trabajadores (cgt), Philippe Martínez, quien se puso a la cabeza de la pelea para impedir la aprobación legislativa. En alianza con otras dos centrales menores, con organizaciones de estudiantes y de profesionales, la cgt lideró en un mes una decena de movilizaciones sectoriales y dos huelgas generales que concitaron una adhesión creciente. La última huelga paró la actividad estatal, sanitaria y educativa, casi paralizó los principales aeropuertos y los sistemas de transporte, lo que ocasionó una congestión de tránsito en los accesos a París. También hubo casi un millar de detenidos en todo el país por enfrentamientos durante la represión policial contra las movilizaciones en distintas ciudades.
«Lo de Hollande es un intento de equiparar las reformas laborales con el resto de Europa, como por ejemplo la reducción salarial alemana o la precarización extrema de España. Esta es la nueva Europa que busca mejorar la rentabilidad empresaria a costa de los derechos y de los trabajadores», definió para Acción el economista francés Alexandre Naud, para quien la movilización social de su país está en condiciones de parar, al menos por ahora, la iniciativa.

 

Cambios y fracturas
Naud entiende que, al igual que en el resto de las grandes economías de la Unión Europea (ue), los socialismos dejaron de ser resistencia y se convirtieron en socios de una reconversión profunda que permita a los grandes capitales locales sumarse con probabilidades de éxito a la llamada Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (ttip, en inglés) con los Estados Unidos.

Claves. Hollande y el primer ministro Valls. (AFP/Dachary)

Lo que entiende Naud lo explicita a su modo el primer ministro, Manuel Valls, cerebro del proyecto. «Ante el estancamiento de la economía, la reforma laboral mejorará la competitividad de las empresas y disminuirá el desempleo, del 10,5%», argumentó al presentarlo al Parlamento, secundado por el ministro de Economía, Emmanuel Macrón, un neurólogo de 37 años doctorado en Ciencias Políticas en la Escuela Nacional de Administración y cuyo único empleo hasta el llegar al Ministerio fue en la Banca Rothschild.
Ambos lideran el llamado «gabinete socioliberal» que formó Hollande en 2014, cuando desplazó del gobierno a los grupos partidarios afines a la izquierda tras la derrota en las elecciones europeas de ese año. Pero ese giro hacia la derecha empeoró su performance y lo llevó a perder las tres elecciones siguientes: dos comicios departamentales de mayo de 2015, y las regionales de diciembre. Debilitado, con menguado apoyo partidario y crecientemente cercado por las protestas callejeras contra la reforma laboral, tampoco logró el poder político para imponer una ley antiterrorista que debió retirar por falta de apoyo del Congreso.
El mismo Hollande que en diciembre se ponía al frente de la lucha antiterrorista tras los atentados de París, alcanzando un respaldo social del 55%, volcó a gran parte de la sociedad en su contra en menos de cinco meses. Según una encuesta de ipsos difundida por el periódico Le Figaró, en la primera semana de abril la popularidad del presidente cayó al 15%.
Hollande llegó a la presidencia en la primavera boreal de 2012 con el 51,6% de los votos, montado en un discurso socialdemócrata duro que prometía poner fin a los privilegios del sistema financiero, controlar a las corporaciones y defender el Estado de bienestar de los trabajadores franceses. Pero cuatro años más tarde no llega a un tercio de aquellas adhesiones, fracturó al partido, se enfrenta a los sindicatos y reprime las manifestaciones.
El ejemplo de su fin de ciclo sucedió el mismo jueves 31 de marzo cuando, mientras más de un millón de trabajadores ganaba las calles contra la reforma laboral, sus ministros Manuel Valls y Emmanuel Macrón eran ovacionados en la poderosa organización patronal francesa medef tras prometer rebajas impositivas para 2016 por 41.000 millones de euros.
En 2017 habrá elecciones presidenciales en Francia, y ya no quedan analistas que imaginen una eventual reelección de  François Hollande, aquel que en 2012 llegaba al Palacio Elíseo para restaurar la socialdemocracia europea de la mano de los trabajadores.

Alejandro Pairone

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