A fuego lento

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La quiebra de la empresa fue el puntapié inicial para que los trabajadores del tradicional bodegón porteño se constituyan como cooperativa. Día a día luchan por sacar adelante el emprendimiento, hoy ubicado en Chacabuco 82.


Buena mesa. En pleno microcentro, el restaurant se especializa en pescados y mariscos.

La experiencia cooperativista es un aprendizaje constante, en el que se intenta que el negocio sea exitoso y duradero para todos. Estamos en un equilibrio permanente, el tiempo dirá cómo seguimos».  Quien habla es Carlos Delucca, uno de los históricos mozos del restaurante La Robla, transformado en cooperativa hace tres años, tras la quiebra de la empresa en la que era un empleado más. Así, el tradicional bodegón de la ciudad de Buenos Aires pasó a formar parte del universo de las empresas recuperadas argentinas, un colectivo al que el sector gastronómico ha sumado, en los últimos años, numerosas experiencias.
Desde su apertura en 1985, el próspero negocio funcionó en Viamonte 1615, convirtiéndose en uno de los más reconocidos y concurridos, localizado en una zona de la ciudad caracterizada por un gran dinamismo a todas horas del día. Fue manejado por distintos gerentes, hasta que su último apoderado, el uruguayo Alex Gordon, pidió la quiebra, que fue decretada el 28 de agosto de 2014. Actualmente, 17 de los 21 trabajadores que conformaban el plantel original se siguen desempeñando en el local al que se mudaron hace dos años, en Chacabuco 82, donde mantienen la calidad de sus platos, con especialidad en pescados y mariscos.

Un final anunciado
El mismo año en el que quebró La Robla lo hizo la cadena de comida rápida Nac&Pop, cuyo propietario también era Gordon. «Nosotros ya veíamos venir la quiebra. Su dueño estaba haciendo un mal manejo de la casa. Empezó entregando cheques sin fondos a los proveedores, después dejó de pagar el alquiler y entonces supimos que los que seguíamos éramos nosotros», expresó Delucca, que además de mozo es secretario de la cooperativa.
Durante los nueve meses que pasaron desde la quiebra hasta que se produjo el desalojo, trabajaron en el antiguo local. Su dueño había desaparecido de la escena y había puesto a cargo a su socio, quien pasaba a diario a recoger las recaudaciones. Así fue hasta fines de 2014, cuando los trabajadores decidieron ponerle fin a la situación. «La situación no fue violenta pero sí incómoda. Seríamos unos diez cuando lo encaramos. Le dijimos de buena manera que nos íbamos a hacer cargo del local nosotros, que no viniera más. Luego lo ignoramos, hasta que al tipo no le quedó otra opción. Se fue y nunca más volvió», relata Delucca.
El desalojo se produjo finalmente el 10 de junio de 2015. Hasta que se confirmara la fecha de remate, el juez les otorgó a los trabajadores la tenencia temporal de los bienes que se encontraban en el interior del local, por lo que los exempleados de La Robla se llevaron todo lo que pudieron tomar con sus manos. «Yo entraba a mi casa y tenía en el balcón una montaña de cosas de La Robla», cuenta Roxana López, cocinera y tesorera de la cooperativa. «Si todo lo que había en el local terminaban en un depósito judicial, yo no sé si hoy estaríamos trabajando», afirma.


Protagonistas. Mozos y cocineros, hoy al frente de la empresa solidaria.

Para dar sus primeros pasos en la nueva etapa, se asesoraron con otras cooperativas que habían atravesado una experiencia similar para sacar adelante el negocio y defender sus puestos laborales. Un caso que los inspiró fue el del también restaurante porteño Alé Alé: tras varios intentos de desalojo, quienes antes habían sido empleados en el lugar habían logrado permanecer abiertos y consolidarse como cooperativa gastronómica. Su abogada, Ornella Nociti, los asesoró para sacar la matrícula, que consiguieron en un mes, y para solicitar un subsidio al INAES, que pudieron obtener a través de la Confederación Cooperativa de la República Argentina (COOPERAR). Según los trabajadores, esta ayuda económica fue clave para poder ingresar al nuevo local y ponerlo a punto.
El 10 de julio de 2015 los trabajadores de La Robla recibieron las llaves del nuevo local en el microcentro porteño. «Era la primera vez que iniciábamos un restorán. No teníamos ninguna experiencia en el mundo cooperativista, pero pudimos», dice López. Luego de un mes y una semana de obra, a fines de agosto finalmente abrieron al público.

Múltiples desafíos
No fue fácil el comienzo: las dificultades que acarreaban por sus orígenes los pusieron ante un sinfín de desafíos. «Sacábamos poca plata porque primero estaban las deudas. Le debíamos al electricista, al pintor, al gasista. Fuimos pagando a medida que fuimos trabajando. Al día de hoy no debemos un centavo», dice López.
Los aumentos bruscos de las tarifas de servicios públicos fueron y son un gran escollo a sortear. Desde AySA, empresa proveedora de agua, recientemente les otorgaron la tarifa comunitaria y actualmente se encuentran tramitando un subsidio de Metrogas. Sin embargo, según Delucca, «lo más difícil es el tema de la luz. Nosotros tratamos de consumir lo necesario, como hace cualquiera en su propia casa, pero la realidad es que las tarifas están matando a todas las cooperativas». El enfriamiento de la economía tampoco ayuda al sector. López advierte que «desde el año pasado para acá, hubo meses muy complicados». Los trabajadores de La Robla coinciden en que la actividad gastronómica ha sufrido una fuerte caída. «La gente no sale porque no tiene plata. No se da ciertos gustos que antes sí se daba porque el dinero no rinde lo que rendía hace unos años atrás», señala Delucca. La tesorera también atribuye la caída de la demanda a la ubicación del nuevo local de La Robla: «No ayuda que sea una zona de oficinas. En la calle Viamonte se trabajaba bien en los dos turnos. Acá al mediodía funciona, pero a las seis de la tarde se vuelven todos a su casa».
Sin embargo, el principal inconveniente que hoy tienen es el de la falta de propiedad sobre los bienes muebles: todo lo que pudieron llevarse del local anterior tras el desalojo, pertenece a la quiebra. «El juez nos lo cedió para que continuemos trabajando, pero en algún momento van a establecer una fecha de remate y se va tener que dividir entre todos los perjudicados», cuenta López. Lo mismo sucede con todo lo que quedó dentro del local de Viamonte, que actualmente se encuentra cerrado y tapiado. «Tenemos pensado seguir la experiencia del restaurante recuperado Los Chanchitos, que pertenecía a la misma cadena que Alé Alé. El día del remate fue gente conocida de ellos a apoyar y pudieron quedarse con todo», relata. Todavía no hay fecha de remate, pero los trabajadores de La Robla ahí estarán, defendiendo lo que es suyo. «La justicia es lenta y no nos queda otra que esperar –dice López–. Mientras tanto nos concentramos en llevar el negocio adelante, en tener las cuentas al día y en aprovechar las oportunidades que vayan surgiendo». Delucca también apuesta al crecimiento del compromiso al interior de la cooperativa: «Todavía falta un cambio de cabeza, de actitud, de entrega. Cuando ese cambio se genere, va a andar mucho mejor la cosa».

 

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