Fuego sobre fuego

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El ataque contra la petrolera saudí Aramco generó una nueva crisis regional y profundizó la rivalidad histórica entre la monarquía e Irán, enfrentados en la guerra civil en Yemen. El rol desestabilizador de la Casa Blanca y la disputa por los negocios.

Tensión. Partes de las instalaciones de la planta, luego del atentado con misiles y drones. (Nureldine/AFP/Dachary)

Fue un hecho que sacudió la agenda política internacional. El ataque contra la mayor refinería de Arabia Saudita no solo provocó un incendio en dos enormes campos petroleros, sino que también reavivó la tensión en una región altamente convulsionada como Oriente Medio. Con la guerra civil de Yemen de por medio, la monarquía saudí e Irán sumaron un nuevo capítulo a su profusa historia de rivalidad y ensancharon aún más la grieta que los divide a un lado y otro del Golfo Pérsico. Como no podía ser de otra manera, el Gobierno de Estados Unidos se metió para echar más leña al fuego en una disputa que lo involucra directamente y que tiene como telón de fondo el jugoso negocio petrolero y la venta de armas.
El ataque con drones y misiles, lanzado en septiembre pasado, destruyó diversas instalaciones de Aramco, la petrolera estatal del reino saudí, que concentra el 6% de la producción mundial de crudo y es clave para el abastecimiento de todo el planeta. Tal es la magnitud de la refinería que, tras el atentado, la producción del país quedó reducida a la mitad y el precio del barril aumentó un 20%, de 60 a 72 dólares. Un incremento que no se había registrado en los últimos 25 años.
Aunque el ataque fue reivindicado por los rebeldes hutíes de Yemen, Arabia Saudita y EE.UU. denunciaron inmediatamente –y sin ninguna prueba en la mano– que las armas utilizadas eran provistas desde Irán. Ocurre que la república persa y la monarquía saudí están involucradas de lleno en la guerra civil yemení, donde disputan su poderío regional: mientras Irán, sin participar directamente, apuntala a los rebeldes, Arabia Saudita interviene con armas y tropas en apoyo del Gobierno local.

Dos posiciones
El conflicto comenzó hace cinco años y provocó la peor crisis humanitaria de la actualidad. Según la Organización de Naciones Unidas (ONU), de no ponerle punto final en el corto plazo, la guerra habrá dejado medio millón de muertos para 2022. El recuento de la organización Yemen Data Project indica que, hasta el momento, Arabia Saudita y sus socios lanzaron 20.000 bombardeos en los que murieron más de 8.500 civiles. Una verdadera carnicería que no preocupó en lo más mínimo a la Casa Blanca. Como tampoco las violaciones a los derechos humanos ocurridas en territorio saudí, ni las denuncias por financiar a grupos terroristas, ni el vínculo del príncipe Mohamed bin Salmán con el asesinato del periodista Jamal Khashoggi (ver Crimen y secretos).
La indiferencia por parte del Gobierno estadounidense no resulta sorpresiva si se tienen en cuenta los estrechos vínculos que ligan a la familia real saudí y a EE.UU., principal proveedor de armas de la hermética monarquía árabe y uno de sus más importantes compradores de petróleo. De este modo, el apoyo de la Casa Blanca a Arabia Saudita se basa, por un lado, en proteger los intereses de Israel –un aliado principal de Washington en la región– y, por otro, en su compromiso de forzar la venta de crudo en dólares, con lo cual el Gobierno saudí le ofrece respaldo a la moneda estadounidense. Negocios son negocios: el propio Donald Trump reconoció este año que Arabia Saudita era un «socio firme» que invertía una «cantidad récord de dinero» en su país y que, por ese motivo, correspondía recibir a sus autoridades con alfombra roja.  
Por supuesto, la postura estadounidense es distinta cuando la mirada se centra en Irán. Desde 1979, año de la revolución iraní, la Casa Blanca busca por todos los medios acabar con ese proceso político. Las relaciones bilaterales, congeladas desde hace 40 años, se restablecieron muy brevemente durante el gobierno de Barack Obama a partir de la histórica y trabajosa firma del acuerdo nuclear, con la que el entonces presidente intentó favorecer el equilibrio regional entre Irán y Arabia Saudita. Pero con la llegada de Trump al Salón Oval, todo volvió a foja cero. Como consecuencia de su acercamiento al Gobierno israelí –otro de los enemigos de Irán en Oriente Medio–, el acuerdo quedó desmantelado y la retórica belicista contra la república persa cobró impulso nuevamente.

Estrategias
Ahora, tras el ataque a la refinería saudí, Trump dijo que barajaba la posibilidad de iniciar un operativo militar. Desde Irán respondieron que, en caso de que eso ocurriera, estaban preparados para la «guerra total». Finalmente, y más allá de la escalada verbal, el presidente estadounidense se limitó a enviar «refuerzos militares» hacia Arabia Saudita, aunque aclaró que lo hacía exclusivamente en «plan defensivo». Paralelamente, aumentó las ya durísimas sanciones que pesan sobre la república persa y que horadan su potencialidad económica y su capacidad petrolera. Fueron, según un vocero estadounidense, las mayores sanciones impuestas a un país por Washington.
La medida forma parte de la estrategia de «presión máxima» que implementa la Casa Blanca para arrinconar a Irán y a su líder, Hassan Rohani (presidente desde 2013), quien considera que las sanciones son, lisa y llanamente, «terrorismo económico». Esas fueron las palabras que el mandatario utilizó en la última Asamblea General de la ONU, donde recordó que nunca se sentará a negociar «con un enemigo que persigue la rendición de Irán con el arma de la pobreza, la presión y las sanciones».
De ese modo, Rohani descartó desde el comienzo una posible reunión en Nueva York con Trump, que era gestionada por el presidente francés, Emmanuel Macron. El magnate estadounidense anhelaba el encuentro con el líder iraní, no solo para conversar sobre el conflicto abierto, sino también para sumar puntos en el marco del delicado momento político que está atravesando por el pedido de juicio político (ver Los juicios de Trump) que iniciaron los demócratas en su contra, a solo un año de las elecciones presidenciales en su país.

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