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La denuncia por corrupción contra altos directivos de la entidad puso de relieve la oscura trama de intereses detrás del fútbol. Disputas políticas y consecuencias de la renuncia de Blatter.

 

En la mira. Blatter convocó a un congreso para elegir nuevas autoridades en 2016. (AFP/Dachary)

Tal vez la caída de Joseph Blatter haya comenzado durante la persecución de un scooter por la Quinta Avenida, en Nueva York, cuando un grupo de agentes del FBI atrapó a Chuck Blazer. Con sus 200 kilos, el dirigente estadounidense, ex secretario general de la Concacaf, hacedor del soccer en ese país, solo podía moverse en una motocicleta. Desde el día en que quedó bajo las garras del FBI, Blazer comenzó a hablar. Hace un año, en el libro Omertá, la FIFA de Sepp Blatter, familia del crimen organizado, que se puede conseguir como e-book en Internet, el periodista escocés Andrew Jennings ya adelantaba que el señor de la barriga enorme, el pelo ensortijado y la barba de Papá Noel estaba cooperando con los agentes federales; también uno de los hijos de Jack Warner, a quien Blazer secundó durante dos décadas en la Concacaf. Entre ambos hicieron millones con los negocios sucios del fútbol. En cada acuerdo, Blazer se quedaba con el 10%. Así se ganó un apodo: Mr. ten percent.
Con la colaboración de Blazer, que hasta aceptó llevar micrófonos entre la ropa para grabar a sus colegas, pero también de los Warner –padre e hijo– y de José Hawilla, fundador de Traffic, se construyó una causa que puso fin a una era de gobierno. No solo porque la presión de la investigación derivó en la decisión de Blatter de ceder su mandato días después de conseguir su cuarta reelección, sino también porque el final del suizo luego de 17 años al frente de la FIFA pone en crisis un sistema de conducción que incluye el cuarto de siglo en el que mandó el brasileño João Havelange.
Estados Unidos utiliza la ley RICO (cuyas siglas en inglés significan Chantaje Civil, Influencia y Organizaciones Corruptas) como herramienta para avanzar contra la FIFA. Y apela a la extraterritorialidad, como si el mundo entero fuera su jurisdicción. Para condenar a los acusados, explicó en su blog de Bloomberg el constitucionalista estadounidense Noah Feldman, «el Departamento de Justicia tendrá que demostrar ya sea que cometieron delitos dentro de los EE.UU. o que cometieron delitos predicados cubiertos por RICO que van más allá de las fronteras de Estados Unidos». Y concluye: «El gobierno estadounidense está diciendo que la FIFA se convirtió en la mafia». «¿Y si fueran banqueros ocurriría lo mismo?», se preguntó el humorista estadounidense Jon Stewart.
La intervención de la Justicia neoyorquina pateó el tablero del fútbol global. Washington comenzó a tallar quizá en uno de los pocos planos de la política internacional en los que no tallaba. La fiscal Loretta Lynch, contaron en estos días quienes conocen los entresijos judiciales de ese país, es una funcionaria muy cercana a Barack Obama y sus movimientos tienen las señas de una decisión política de la Casa Blanca. Estados Unidos quedó herido por la FIFA el día en que en una doble votación se entregó el Mundial 2018 a Rusia y el 2022 a Qatar. El país organizador de la Copa del Mundo de 1994 iba a la carga por el segundo. Pero además veía cómo Vladimir Putin iba a tener su fiesta del fútbol. Senadores demócratas y republicanos reclamaron en abril a la FIFA que diera marcha atrás con la decisión amparándose en el conflicto con Ucrania por la península de Crimea. Los intereses de Estados Unidos y la oportunidad que eligió para avanzar no quitan, sin embargo, el sistema de sobornos para la entrega de derechos comerciales y de televisión que rige entre empresarios y dirigentes del fútbol. Esa misma política de retornos se investiga para la entrega de los mundiales de Rusia y Qatar en una causa que se tramita en Suiza. Y quedó expuesta en la elección de sedes anteriores como Francia 1998 y Sudáfrica 2010, para la cual, según la investigación estadounidense se pagaron 10 millones de dólares, que fueron transferidos por el francés Jerome Valcke, secretario general de FIFA y mano derecha de Blatter, desde cuentas del organismo hacia cuentas de Warner.

Efectos en la región
Ese episodio fue el que jaqueó al suizo, que comenzó a ser investigado por el propio FBI, aunque Jennings, el periodista escocés, sospecha que también actuó como soplón en la investigación para entregar a una vieja guardia de dirigentes y salir lo menos dañado posible. Pero, más allá de Blatter, la región más golpeada, además de Centroamérica y el Caribe, fue Sudamérica. La Conmebol vio caer a dos ex presidentes, Nicolás Leoz y Eugenio Figueredo, al titular de la federación venezolana, Rafael Esquivel, y al expresidente de la Confederación Brasileña de Fútbol, José María Marín, además de los empresarios argentinos Alejandro Burzaco (Torneos) y Mariano y Hugo Jinkis (Full Play).
Con todo su sistema bajo sospecha, mientras en Chile se disputa la Copa América, la Conmebol deberá emprender una limpieza. Y también un reacomodamiento en el universo del fútbol. Salvo Brasil y Ecuador, el resto de las federaciones votó al príncipe jordano Ali Bin Hussein, una elección que más que por la positiva era por la negativa: un voto de desmarque de Blatter. Así se rompió una alianza de décadas, construida sobre todo por Julio Grondona. Sin el viejo jerarca de la AFA, fallecido en 2014, esa sociedad quedó en el pasado. El fantasma de Grondona, el hombre que manejó durante muchos años las millonarias finanzas de la FIFA gira alrededor de la causa. Aunque sin ser mencionado.
En este escenario abundan interrogantes: no se sabe cuál será el futuro de la FIFA, no se sabe cómo seguirá la historia de la Conmebol y cómo quedará parado el negocio de la televisión y el marketing en Sudamérica, cuyos contratos, según la investigación del FBI, fueron obtenidos mediante coimas; tampoco se sabe quién se pondrá al mando de la AFA después de las elecciones de octubre. Todas piezas sueltas de un rompecabezas que comenzó a desarmarse sobre un scooter que viajaba por Manhattan.

Alejandro Wall

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