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Un informe reveló el encubrimiento de la práctica del doping en la disciplina, a la vez que desnudó una trama de corrupción que excede el uso de sustancias prohibidas.

 

En foco. El senegalés Diack y el inglés Coe, expresidente y actual titular de la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo. (EFE)

Es una pequeña nota al pie de página –la 36– en la segunda parte del informe de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) la que destapó un entramado turbio en el universo del atletismo. «Transcripciones de varias conversaciones entre personas turcas y Khalil Diack hacen referencia al proceso de elección de los Juegos de 2020. Se constata que Turquía perdió el apoyo de Lamine Diack porque no pagaron entre 4 y 5 millones de dólares para patrocinar la Diamond League o a la IAAF. Los japoneses pagaron esa suma», se lee en el texto que elaboró la comisión independiente encabezada por el exjefe de la AMA, el canadiense Richard Pound, la cual hizo explotar por los aires una estructura de doping enquistada en el atletismo mundial, pero también de negocios tan similares a los que el año pasado se revelaron en la FIFA.
El senegalés Lamine Diack es el expresidente de la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF, según su sigla en inglés). Khalil es su hijo y era empleado de la IAAF al igual que su hermano, Papa Massata, lo que de por sí ejemplifica el nepotismo que imperó en la organización durante su gobierno. Pero además, según el informe, ambos se encargaban de llevar adelante los negocios sucios del padre: Papa Massata ya estuvo preso por fraude y tiene un pedido de captura internacional. «La corrupción era parte integrante (del atletismo)», señaló Pound al presentar la investigación.
Lo que se cuenta en esa nota al pie de página tuvo su corolario en Buenos Aires, donde en 2013 se realizó la Asamblea del Comité Olímpico Internacional que eligió la sede de los Juegos Olímpicos de 2020 y al actual presidente del organismo, el alemán Tomas Bach. Lamine Diack, de 82 años, le quitó el apoyo a Estambul y se lo entregó a Tokio, que ganó la elección por encima de la ciudad turca y Madrid. Uno de los más festejados por los representantes japoneses en la noche argentina fue Diack.
El senegalés se mantuvo como miembro del Comité Olímpico Internacional (COI) hasta noviembre del año pasado, cuando renunció después de que le abrieran una investigación en la Justicia francesa por sobornos, básicamente por ocultar casos de doping en atletas rusos a cambio de dinero. Diack ya había dejado en agosto la presidencia de la IAAF. En su reemplazo quedó el exatleta inglés Sebastian Coe, que por entonces era el vicepresidente. Coe también tenía ropa sucia en el placard. Mientras ocupaba su cargo en el atletismo mundial, cobraba un salario como «embajador» de Nike y se lo involucró en la designación de Eugene como sede del Mundial de Atletismo 2021. Eugene, una ciudad estadounidense de Oregon, es la patria chica de la empresa de ropa deportiva. Acusado de una conducta antiética, Coe renunció a Nike pero se convirtió en el capo de la IAAF.

 

Carreras oscuras
Toda la trama expone cómo la corrupción del atletismo abarcaba otros asuntos más allá del doping. El periodista Ezequiel Fernández Moores recordó entonces que muchos foristas de medios ingleses se quejaban de la resistencia de Coe. «Si hubiese sido africano no habría sobrevivido en el cargo», citó uno de los comentarios en los diarios online. Africano como Diack. Porque nadie podría creer que el senegalés cometía su larga serie de tropelías y que Coe fuera indiferente. Pero el segundo informe de la comisión independiente de la AMA lo dejó a salvo. Y el propio Pound, acaso uno de los dirigentes más respetados en la lucha contra el doping, lo defendió: sostuvo que «no hay modo de que Coe haya podido conocer el alcance de lo que hacía Diack».
Fue en la gestión del senegalés que se cometieron los hechos por los que fue suspendida provisionalmente la federación rusa, un episodio inédito en los 103 años del organismo. A Rusia se la acusó de doping sistemático, institucional: se responsabilizó al gobierno de Vladimir Putin de tener armada una red de dopaje. Si bien fue ese país el que quedó en el centro de la tormenta por las denuncias –reveladas inicialmente por la cadena alemana ARD– el último informe de la AMA expuso que los problemas con el doping no son solo una cuestión rusa. Sin dar nombres, también se colocó bajo sospecha a España por irregularidades en circunstancias similares durante 2012. La inquietud: que haya existido dopaje sanguíneo. Aunque la AMA advirtió a la IAAF al poco tiempo –por España, pero también por Turquía, Marruecos, Ucrania y Kenia– el órgano del atletismo miró para otro lado.
La federación inglesa pidió eliminar récords que quedaron bajo sospecha de haber sido conseguidos utilizando sustancias prohibidas, aunque la IAAF ya se negó. Uno de esos casos es el de Florence Griffith Joyner, que a fines de los 80 se quedó con las plusmarcas mundiales de los 100 y los 200 metros femeninos. Griffith Joyner murió tiempo después, en 1998, a causa de un paro cardíaco. Tenía 38 años.
Pound aclaró que si hay cambios profundos en la lucha contra el doping por parte de Rusia –una serie de requisitos que impone la AMA– sus atletas podrán participar en competiciones internacionales, incluso en Río de Janeiro 2016. Rusia ya dio el primer paso al admitir sus problemas y otro paso más al sancionar –decisión del Comité Olímpico de Rusia– a cuatro atletas por doping. Mientras tanto, Estados Unidos pidió la exclusión, el veto. La guerra fría por otros medios. O por los mismos de siempre.

Alejandro Wall

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